«Los combatientes hablaban árabe clásico entre sí por lo que era evidente para todos que no eran de Iraq», añade la mujer, Aum Ahmad, de 46 años, mientras se esforzaba por organizar sus pertenencias dentro de la tienda azul que ella y su familia deberán compartir con otros refugiados en el recien instalado campamento de Khazar, a 25 kilómetros al este de Mosul.
Ellos son solo algunas de las 500.000 personas que, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, han huido de Mosul en los últimos días, tras la toma de la ciudad por insurgentes sunitas, el 10 de junio. Los sunitas y los chiítas son los fieles de las dos principales comunidades religiosas del Islam. Unos 300.000 se habrían refugiado en la región del Kurdistán iraquí, que es lo más parecido a un estado propio que los kurdos hayan tenido, y que se mantiene casi intocado por la violencia en curso en el resto del país.
Sin embargo, solo se les permite ingresar a Erbil, la capital administrativa del Kurdistán iraquí, a 390 kilómetros al norte de Bagdad, a aquellos que tengan familiares en la ciudad o personas que les puedan brindar alojamiento allí. Samia Hamoud, de 48 años y madre de ocho hijos, no tuvo la suerte de estar entre estos últimos. Dice que se quedará en el campamento porque le preocupa la seguridad de sus hijos. «Mi calle estaba llena de cadáveres, pero nadie pudo recuperarlos porque había francotiradores», cuenta Hamoud, que perdió a su esposo en el bombardeo del barrio de Nabi Yunus, en la orilla oriental del río Tigris que divide a la ciudad en dos.
Muchas fuentes atribuyen la caída de Mosul al Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISIS), un grupo extremista escindido de la red islamista Al Qaeda, que reclama territorio tanto de Iraq como de Siria. No obstante, Hamoud describe a los atacantes como «milicianos sunitas vestidos de civil». «Estaban bien organizados. Cuando nos íbamos de la ciudad estaban al mando de los puestos de control y verificaban los pasaportes y documentos de identidad con una conexión a Internet. Supongo que buscaban a los hombres que estuvieran relacionados con las fuerzas de seguridad iraquíes», añade Samia.
El testimonio de Hamoud no confirma la hipótesis que le atribuye al ISIS la victoria en Mosul. El gobernador de la provincia, Atheel al Nujaifi, también escapó cuando los hombres armados atacaron la ciudad. Desde Erbil, dijo que hay otros grupos «además del ISIS» detrás del ataque, y añadió que «debe organizarse un grupo armado sunita para combatir a los extremistas».
«Los sunitas iraquíes fueron las primeras víctimas de los grupos vinculados a Al Qaeda poco después de la invasión en 2003», subraya este responsable político, cuya esperanza radica en un Iraq descentralizado. Estados Unidos lideró una fuerza internacional que ocupó Iraq en 2003 y derrocó al gobierno de Saddam Hussein. En Mosul, así como en otras ciudades del oeste de Iraq, se realizaron multitudinarias manifestaciones entre diciembre de 2012 y marzo de 2013. Se calcula que la población sunita abarca entre el 20 y el 40 por ciento de los 32 millones de habitantes de Iraq. Los sunitas se quejan de la creciente marginación que padecen por parte de la clase política, predominantemente chiíta.
Ghanim Alabed fue uno de los rostros más visibles de las protestas en Mosul. El contador de 40 años se mudó a Erbil en abril después de que las manifestaciones arrastraron al oeste del país a un caos sin precedentes desde el pico de violencia sectaria acaecida entre 2006 y 2008. «La caída de Mosul es la victoria de la revolución», sostiene Alabed en su residencia de Erbil. Fue posible «gracias a una operación conjunta de grupos islámicos como Ansar al Sunna y el Ejército Mujaidín, pero también al Ejército de los Hombres de la Orden Naqshbandi (JRTN)», un grupo formado en 2006 después de la ejecución de Saddam y supuestamente liderado por Izzat Ibrahim al Duri, un comandante militar y vicepresidente durante el gobierno de Hussein. De hecho, Mosul fue el último bastión del partido laico Baath, del derrocado Saddam, que dirigió Iraq entre 1979 y 2003.
Alabed asegura que muchos de los refugiados que abandonaron Mosul han vuelto, y que fueron retirados los cortes de ruta en toda la ciudad para que los lugareños puedan moverse «libremente y sin molestias». «Están celebrando la victoria en casa después de deshacerse de las fuerzas de ocupación (del primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki)», afirma Alabed, y agrega que piensa volver a su Mosul natal «en los próximos días».Muchos se preguntan cómo una ciudad de dos millones de habitantes puede caer en unas pocas horas. Los grupos insurgentes sunitas locales no habían exhibido un poder tal desde la invasión del país. Por otra parte, los combatientes del ISISL no han logrado tomar localidades kurdas mucho más pequeñas en el noreste de Siria a lo largo de dos años.
Salem, un exsoldado que no quiso revelar su nombre completo, comparte su propia experiencia. «Nos traicionaron nuestros propios capitanes y comandantes. Cuando nos dimos cuenta de que todos se habían ido, nos cambiamos los uniformes por ropa de civil y seguimos su ejemplo», cuenta este hombre de 35 años, mientras guarda la fila en Erbil para conseguir un vuelo a Bagdad.
Salem sirvió en Mosul durante más de tres años y, como la mayoría de los soldados desplegados en el oeste predominantemente sunita de Iraq, también es chiíta. No sabe responder si los atacantes eran combatientes del ISIS o militantes sunitas locales. «¿Por qué voy a defender una comunidad que nos odia?», se pregunta el exsoldado de Samawa, una ciudad situada a 260 kilómetros al sudeste de Bagdad. «De hecho, creo que mucha gente en Mosul está muy contenta con todo esto».