Hoy, hace 60 años, los belgas, algunos belgas, pudieron ver por vez primera lo que entonces llamaron allí «la televisión experimental». La Radio Télévision Belge Francophone (RTBF) lo celebra con varios reportajes, entrevistas y programas conmemorativos. Y en el telediario de la hora del almuerzo, hablan de las grandes crónicas del recuerdo y la memoria colectiva: revivimos el Congo colonizado, la expulsión de los europeos del territorio, la voz de Patrice Lumumba; pocos años después, los reportajes en Cuba, «con Fidel Castro en la intimidad»; Vietnam, antes de la guerra con EEUU; un Berlín ya dividido pero aún sin muro de separación entre el este y el oeste.
En realidad, cinco meses antes de aquel 1953, la coronación de la reina Isabel II del Reino Unido y de otros territorios de la Commonwealth fue ya acontecimiento televisado planetario. Nuestros colegas de Bruselas recuperan el blanco y negro del periodista Raoul Goulard, que en 1970 (cuando no se hablaba de «periodista secuestrado») estuvo preso dos meses en Laos, por ejercer su oficio.
Un veterano reportero gráfico, Michel Boulogne, declara: «El hecho de tener el ojo en el visor de la cámara nos recuerda a la persona ante su televisor, al espectador a quien nos dirigimos. Pero hay que tomar distancia respecto a la realidad circundante; también pensar que entonces trabajábamos en blanco y negro. Y siempre había, hay, que reflexionar sobre los aspectos técnicos, como el encuadre. Eso explica nuestra aparente insensibilidad».
No hay insensibilidad de un reportero ante las catástrofes humanas, pero está allí para contar, para relatar esforzándose por ser veraz. No debe ser un predicador, ni un casco azul de la ONU; no es un político, ni el médico de una organización humanitaria. Boulogne recuerda que su oficio es solo prestar testimonio, ser un testigo. Ambos, Goulard y Boulogne recogen la idea de trabajo colectivo, entonces obligatoria en el medio audiovisual. Y como reporteras de conflictos lejanos, las mujeres estaban ausentes de las redacciones. La RTBF ilustra el cambio radical habido en décadas mediante una breve secuencia, donde hacen un repaso de las periodistas en conflictos diversos.
Un ya viejo colega, Josy Dubié, confiesa haber llorado en Etiopía, después de pedir a su compañero camarógrafo que siguiera grabando las tragedias de la hambruna etíope. «A veces, hay que ilustrar al espectador con imágenes de atrocidades. Aunque llore el espectador con nosotros mismos, la gente tiene que saber lo que sucede de verdad, la guerra y las hambrunas. Hay que enseñarlo. El periodista y quien filma están viéndolo, su misión es transmitir lo que ven. Nuestros reportajes de entonces despertaron en Bélgica una reacción de solidaridad inmensa». Lo que para algunos puede ser morbo, porque solo ven la televisión como espectáculo imbécil, como caja tonta, para otros puede ser un medio de denuncia social imprescindible.
Para el veterano Dubié no todo fue sombrío: «Viví los principales acontecimientos del último cuarto del siglo XX, pero el que más me marcó, lo mejor, fue el fin de 50 años de dictadura fascista en Portugal: la revolución de los claveles. Era extraordinario ver a todo el pueblo en la calle, millones de personas festejándolo en la calle...»
Las nuevas tecnologías y los medios digitales despiertan otras inquietudes, otros dilemas profesionales, nuevos problemas éticos.
El angelical espíritu de la mayoría en la era de la Red planetaria choca estos días con el muro de otra realidad molesta: el espionaje masivo. Los medios antes llamados «de masas» son víctimas de sí mismos, de su grandielocuencia, de sus pretensiones, de sus errores y manipulaciones; pero también de la confusión generada por la histeria multiplicadora de datos electrónicos, muchas veces carentes de sentido. Cualquiera puede ser, o creerse que es, ese viejo testigo llamado Dubié (o Evaristo Canete, Jesús Mata o Juan Verdugo).
El telediario de la RTBF nos ha recordado algunos valores del viejo periodismo televisivo. Quienes gestionan empresas como Google, Facebook, Microsoft, etcétera, han conseguido de todo: colaborar con los servicios secretos, no pagar impuestos en nuestros países «civilizados», ser adalides del desastre neoliberal, abanderados de la basura en la información y que los expertos electrónicos parezcan filósofos. Comparado con lo anterior, menuda estafa planetaria.
«Televisión, manipulación», ha sido, es, un lema justo en muchas ocasiones. Sin embargo, históricamente, el periodismo de la radiotelevisión ha sido mucho más que eso. Con frecuencia, algunos de los que dicen «no veo nunca la tele», «no tengo televisor en casa» o «todo lo que sale en la tele es mentira», no expresan otra cosa que su propia inercia ante la pantalla, su pasividad, quizá propiciada, sí, por el medio. Pero si antes no seleccionaban, ante el televisor, tampoco lo harán ahora –muy probablemente- ante las nuevas intoxicaciones algorítmicas, o de origen humano, de la pantalla del ordenador.
Por el contrario, con gran sencillez, sin alharacas estúpidas, la RTBF nos recuerda el valor de los medios audiovisuales públicos, a pesar de que pocos medios acumulen tantas supersticiones negativas, tanto prejuicio «inteligente», como la televisión. Y quizá en la era del espionaje masivo, debemos pensar en cómo recuperar algunos ejemplos y logros de la vieja televisión. En ella, no todo es manipulación política y concursos para descerebrados.