Por diferentes motivos filosóficos, sociológicos, genéticos o psicológicos, los sentimientos de grupo sirven para unir a los individuos en la obtención de un proyecto común cualquiera, desde ganar títulos deportivos, salir de una crisis o emprender una guerra.
Europa tuvo un proyecto común: la unión económica de naciones de un mismo ámbito geográfico, histórico y cultural, que han vivido, durante todos sus muchos siglos de historia, guerreando unos contra otros, y conquistando al mundo cada una por su lado..
Sí, lamentablemente la historia de Europa es una historia de guerras. Si embargo, gracias a los tratados europeos desde el final de la II Guerra Mundial entre los países que forman parte de la Unión llevamos sesenta y siete años de paz, únicos en nuestra historia.
La actual crisis económica está demostrando que tras la unión monetaria, Europa necesita también una mayor unidad política, o por lo menos de gestión mucho más eficiente, para responder con celeridad a los problemas económicos internos y a los políticos, externos. Económicos internos porque Europa estaba muy bien con sus intercambios comerciales, sin tener que mirarse directamente a los ojos unos a los otros. Y políticos externos porque no había forma de ponerse de acuerdo ni en los mínimos problemas internacionales que iban surgiendo. Pero todo cambia. La crisis económica obliga a los pueblos europeos a ser conscientes de que dependen unos de otros y que tienen que responder como uno solo ante el exterior. ¿Cómo anda el sentimiento de grupo entre los europeos para obtener esa mayor unidad? ¿Existe un europeísmo para conseguir que esa unión económica, que ha sido tan provechosa para todos, lo sea también política? Mis investigaciones sobre el tema me señalan que los intelectuales se quejan de que la Unión Europea se ha construido pensando en las ventajas económicas, y mirando solo por ellas, pero que no se ha trabajado para impulsar un sentimiento europeísta. Y por lo tanto, este es inexistente.
Sin embargo durante años parecía que el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, era el único país en el que campaban los euroescépticos, y todos los demás eran europeístas convencidos. Excepto con la aprobación de la Constitución Europea, contra la que se sublevaron algunos, ningún país ha cuestionado su permanencia en Europa, ni tan siquiera han dudado de su existencia. Como si el euroescepticismo de Gran Bretaña se explicara por algo que tiene y de lo que carecen los demás: sus relaciones con EEUU, las colonias extraeuropeas y Gibraltar. Con ellos se siente culturalmente mucho más próxima, -por muy alejados geográficamente que estén-, que con sus vecinos y socios europeos.
Se diría que la bonanza económica que llega tras la II Guerra Mundial nos ha anestesiado y ha evitado que nos planteemos cualquier problema sociológico, político, económico sobre Europa.
Sin embargo en esta crisis que estalló en 2008, todos apuntan a la unión monetaria europea, como principal causa que, no solo impide la recuperación de muchos países al imposibilitar a sus gobiernos nacionales tomar medidas clásicas de devaluación. Se exige, a unos países más que a otros, unos recortes de derechos sociales y laborales impuestos desde la autoridad central europea, que por primera vez, ha obligado a todos los europeos a concienciarse directamente de las tremendas dificultades que entraña la unión entre ellos. Quizá la crisis pueda servir -a la larga- de engrudo para que germine el sentimiento europeísta porque está obligando a todos los europeos a mirarse directamente esperando y temiendo las decisiones de Bruselas y Alemania, como potencia principal. Pero a la corta parece todo lo contrario.
Los llamados PIGS porque se sienten insultados, y sus gobiernos débiles y ninguneados ante las imposiciones de Bruselas, incluso sin el menor esfuerzo por mantener las apariencias democráticas. El resto porque ven a sus gobiernos desembolsar dinero de sus arcas para salvar de la bancarrota a otros países. Desde los gobiernos, y desde la macroeconomía tal vez no se pueda hacer otra cosa que tomar las decisiones que se están tomado. Tal vez. Pero desde la perspectiva de los ciudadanos esas decisiones no se entienden cuando comportan perder derechos sociales y laborales que con tantos sacrificios se han conseguido. Es difícil aceptar que los ciudadanos tienen que pagar la crisis generada en instancias que nada tienen que ver con ellos.
De todos los PIGS (Portugal, Italia o Irlanda, -que comparten la i- Grecia y España) hasta ahora es en la G, de Grecia, en la que la crisis se ha cebado con mayor dureza. Los últimos meses hemos temido que la única solución era que saliera del euro (o que Alemania saliera del euro, decían los bromistas). En este tapiz de compartimentos lingüísticos y políticos estancos que es Europa, las noticias que han llegado sobre Grecia han sido pocas, pero siempre duras. La impresión era de que la poderosa bota europea estaba aplastando al bello país griego, su cuna filosófica, cultural e histórica. Por eso, pareciera que allí el euroescepticismo estaría en sus cotas más altas. Pero cuál no sería la sorpresa cuando en uno de los peores momentos, los empresarios griegos pagaron un anuncio en todos los grandes diarios europeos pidiendo ayuda, no para salir sino para seguir en el euro y en Europa. ¿Extraño? No, es que vemos que si dentro del euro corre un frío que pela, fuera de él no se ve ni el menor atisbo de subsistir a un corralito cantado.