Primero, las buenas noticias: el alto perfil del anuncio muestra que los líderes del continente reconocen que Internet ya no puede ser relegada a los márgenes de las políticas europeas. Es central para el desempeño económico y para modernizar la base industrial de Europa.
En los últimos cinco años, mientras Europa ha tenido que lidiar con sus avatares macroeconómicos, Estados Unidos y Asia se pusieron a la cabeza y recogieron beneficios digitales. Según un estudio reciente de Plum Consulting, la tecnología de la información y de las comunicaciones (ICT por su sigla en inglés) aportó cerca del 1,6% al crecimiento anual de la productividad en Estados Unidos durante ese período -el doble de su contribución en Europa-. Quizás eso no debería provocar sorpresas, dado que casi el 5% de la inversión estadounidense se gasta en ICT, comparado con el 2% en Europa.
«La diferencia no se debe a que Internet abarque una porción más grande de la economía en Estados Unidos, sino a que Estados Unidos ha sido mejor a la hora de usar Internet en toda la economía», escriben Brian Williamson y Sam Wood, consultores de Plum. «Europa invierte más que Estados Unidos en general en términos relativos al PIB, pero no en relación a Internet e ICT».
La cuestión con la que se encuentran los responsables de las políticas en Europa es cómo achicar esa brecha. La mejor manera de aquí en adelante sería abrazar Internet, incluso donde sea perjudicial. En la práctica, esto significa recortar la burocracia de manera que todas las empresas puedan vender sus productos y servicios en un mercado común de 500 millones de personas. Las compañías europeas hoy deben navegar por 28 paquetes de reglas. No sorprende que sólo el 15% de los consumidores compren online dentro de las fronteras europeas.
El foco de Europa debería ser el de eliminar las barreras y actualizar la regulación de manera de fomentar más, no menos, el uso de Internet. Esto requerirá tener la valentía de plantar cara a a aquellos que preferirían replegarse detrás de las fronteras nacionales y proteger los modelos comerciales existentes. Para beneficiarse plenamente de Internet, la UE debería evitar favorecer a las empresas locales por sobre los competidores globales, y toda la inversión debería ser bien recibida, ya sea que provenga de Estocolmo, Seúl o San Francisco. Un régimen regulatorio que le diera ventajas injustas a las empresas locales afectaría a los consumidores, dificultaría la innovación y dañaría la competitividad.
Los responsables de las políticas europeas también deberían garantizar un acceso total no discriminatorio a las redes de comunicaciones, y que los consumidores y empresas tengan una variedad de opciones para los servicios de telecomunicaciones y online. De la misma manera, la UE debería comprometerse internacionalmente para asegurar que Internet siga siendo una parte esencial del sistema de comercio global. Por ejemplo, debería realizar negociaciones con Estados Unidos sobre un marco de protección de la información mejorado para las transferencias de datos, estimulando así a las empresas en ambos lados del Atlántico a depender de las transferencias de datos comerciales.
Desafortunadamente, hay señales agoreras que apuntan en la dirección equivocada. Dos pesos pesados de Europa, Francia y Alemania, han manifestado abiertamente su determinación de retrotraer el progreso digital. Recientemente, el comisario europeo para la Sociedad y la Economía Digitales, Günther Oettinger, se refirió al concepto de neutralidad neta -en el cual todo el tráfico de Internet se trata igual, sin importar su naturaleza u orígenes- de forma «talibanesca» y reclamó un nuevo impuesto a los servicios online.
La presión alemana y francesa ha llevado a pedir un refuerzo de los poderes regulatorios a fin de controlar poderosas plataformas, normalmente norteamericanas, como Google y Facebook. El continente también parece inclinado a eliminar el principio importante de «one-stop shop», o una autoridad única que supervise los temas de protección de datos, que les habría permitido a las empresas lidiar con la autoridad del país donde tienen su principal base europea. Mientras tanto, manifestantes en toda Europa han reclamado medidas drásticas contra el servicio de chofer bajo pedido Uber y restricciones al servicio de renta de viviendas privadas Airbnb, mientras que el Senado francés está considerando obligaciones de «neutralidad de la red».
Todas estas medidas conducen a una estrategia alarmante y errónea para Internet. Si Europa sigue en este sendero, corre el riesgo de desaprovechar el potencial de la economía online. Después de todo, son las pequeñas empresas europeas, no sólo norteamericanas, las que se benefician de las plataformas de comercio electrónico como eBay y Amazon y de los servicios de publicidad de Google y Facebook. Y los desarrolladores de aplicaciones europeos también generan negocios en base a software de telefonía móvil.
Internet no es un juego de ganadores y perdedores; todos pueden ganar. Tampoco enfrenta a Europa con otras regiones. Después de todo, Europa tiene casi tantas firmas de Internet multimillonarias como Estados Unidos. La elección más sabia para Europa sería garantizar que surjan muchas más firmas de Internet exitosas, mediante la creación de las mejores condiciones posibles para los innovadores digitales.