Tras un largo camino hacia la remodelación para dar carpetazo a la Guerra Fría y prepararse para el futuro, los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) salieron de Lisboa con la sensación de un trabajo bien hecho: Rusia aceptó su asistencia a la cumbre, y lo que es más, da su visto bueno a la construcción de las defensas antimisiles y a colaborar en Afganistán. Asimismo, el concepto estratégico se ha remodelado, con lo que se augura un futuro para el pacto transatlántico, en entredicho demasiadas veces en estos últimos años. El optimismo se palpaba en el ambiente.
Tres son los puntos clave de esta cumbre: el nuevo concepto estratégico, el acuerdo con Rusia en materia de defensa y la retirada de las tropas de Afganistán. Seguirán de actualidad en los próximos meses, ya que de su éxito o fracaso depende el mantenimiento del equilibrio de poder mundial y la propia seguridad del eje Europa-Norteamérica ante amenazas externas, en esencia, terroristas.
Una cambio de imagen necesario
La relación transatlántica estrena indumentaria pero mantiene lo esencial para no perder el sentido de su existencia. El concepto estratégico de la OTAN aprobado en Lisboa confirma el respeto al artículo V, dedicado a la defensa mutua, pero dirige su atención hacia nuevas amenazas y nuevos campos de actuación. Aunque reafirmar dicho artículo no es el fin principal del texto, su ratificación era esencial para los países ex soviéticos, para fijar su seguridad y disipar el fantasma de la amenaza rusa.
La clave de este nuevo concepto se encuentra, primero, en la apertura del campo de actuación, llegando a territorios antes no incluidos en las zonas de protección, como las aguas de Sudáfrica, donde se mantendrá un control a la piratería. Segundo, la ampliación del abanico de acciones en las que intervendrá la organización, con la cooperación con otros actores como base (por ejemplo, ayudando a Somalia junto a la Unión Africana y las Naciones Unidas o controlando el ciberespacio para evitar ataques terroristas, en estrecha colaboración con la Unión Europea). De hecho, la gestión de crisis y las acciones para el restablecimiento de la paz, las llamadas misiones de Petersberg, son la columna vertebral de esta renovada OTAN.
La base de este nuevo concepto estratégico tiene su origen en el informe titulado "OTAN 2020. Seguridad garantizada; implicación dinámica", realizado por un grupo de 12 expertos, presidido por Madeleine Albright, ex Secretaria de Estado norteamericana durante la presidencia de Clinton. El giro que ha dado la organización ya había comenzado en 1999, año en el que se aprobó el cambio de concepto tras la desaparición de la amenaza rusa. En él se destacaba que Rusia ya no supone un peligro manifiesto y comienzan a emerger otro tipo de peligros tales como el terrorismo, las armas nucleares, biológicas y químicas (NBQ).
Estas armas de destrucción masiva también ocupan un lugar principal en el texto, en el que se incide que la OTAN se mantendrá como potencia nuclear hasta que la amenaza sea inexistente, pero que buscará un futuro sin armas nucleares. En este plano cobra especial importancia la ratificación aún pendiente del START III por parte del Congreso norteamericano, gracias al cual Rusia y Estados Unidos reducirían un 30 por ciento el número de ojivas (a no más de 15.500).
Primeros acercamientos con Rusia
Parece ser que la Guerra Fría, ahora sí, ha acabado para siempre. Rusia se convierte en un aliado preferente para la OTAN y está presente en los proyectos de defensa más importantes: la realización del escudo antimisiles en Europa del Este y la normalización de la situación en Afganistán.
El escudo antimisiles, controversia durante los últimos años, es ahora punto de encuentro entre ambas partes. Durante la etapa de George W. Bush, Rusia rechazaba de plano cualquier instalación de este tipo, ya que lo sentía como amenaza de primer orden para su seguridad nacional. El cambio de posición de Rusia podría hacer pensar que el peligro ante un ataque terrorista o de Irán es real y mucho más factible de lo que era hace unos años.
Como contrapartida a la cooperación con el "antiguo enemigo", los estados miembros han firmado su apoyo a la entrada de Georgia en la organización. El conflicto en este país en cuestión fue el responsable del congelamiento de las reuniones OTAN-Rusia desde 2008, lo que creó serias dificultades internas.
Con respecto a Afganistán, Rusia ayudará en torno a dos ejes: el tránsito de cargamentos de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF) de Afganistán, con la que facilitar el suministro de las fuerzas de la OTAN; y la cooperación en materia antidroga, en especial en el entrenamiento del personal para las entidades de este ámbito en Afganistán, Pakistán y los países centroasiáticos.
El callejón sin salida de Afganistán
Afganistán aparecía en la cumbre como uno de los problemas que debían ser resueltos con mayor celeridad. Y la forma que han encontrado los Jefes de Estado y de Gobierno de la organización ha sido comenzar la retirada a partir de 2011 hasta aproximadamente 2014.
Y es que todos los esfuerzos invertidos en Afganistán no han dado resultado. El país sigue sumido en un caos absoluto, controlado por los talibanes y financiado por las mafias de la droga. Las fuerzas de la Alianza son vistas como invasoras, lo que provoca que la población autóctona no colabore. Una concentración de problemas que hace que controlar a los insurgentes sea en la práctica imposible.
Hace un año, el presidente Karzai ya daba como solución el entrenamiento de las fuerzas afganas propias como solución a la violencia y a la corrupción, y parece que al final así será. Disfrazada de diplomacia y políticas de "soft power", la solución adoptada no hace más que enmascarar un fracaso militar en toda regla, producido por la mentalidad imperialista que ha caracterizado al Pacto Atlántico desde su triunfo sobre Rusia. Un "error de cálculo" que se ha llevado consigo a más de 2.000 militares desde 2003.