¿Puede Europa prescindir de la Energía Atómica?

En estos momentos es la pregunta del millón y la respuesta cambia dependiendo de a quien se la formulemos. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (OIEA), de los diez países que mayor porcentaje de electricidad de origen nuclear utilizan en el mundo, siete son de la UE: Francia, Lituania, Eslovaquia, Bélgica, Suecia, Bulgaria y Eslovenia. La energía nuclear aporta el 30% de la electricidad que se consume y el 10% de la energía total.

El debate del cambio climático la ha sacado en los últimos años del limbo en el que permanecía, hasta que el accidente de la central de Fukushima ha vuelto a recordar el peligro que encierra.

Vista de la central nuclear
Central nuclear de Garoña (España)/Foto:CC

En los últimos años habían ganado terreno los contrarios a la energía nuclear que ha permanecido estancada, hasta que el debate del cambio climático la empujara de nuevo hacia los primeros puestos. Dos catástrofes naturales encadenadas, de esas que nadie pensaba que pudieran ocurrir: un terremoto y un tsunami, han traído al imaginario colectivo los recuerdos de Hiroshima y Nagasaki que se estaban relegando al olvido. En estos momentos en Japón se lucha desesperadamente para evitar la fusión del núcleo de la central de Fukushima.

Salir de la dependencia de los combustibles fósiles y encontrar una energía limpia que permita seguir avanzando a los países es uno de los mayores retos a los que se enfrenta la humanidad en estos momentos. Una energía que, además, no les haga depender de la fluctuación de los precios y de políticos insaciables.

En Europa la dependencia energética de terceros países es considerable, más del 50%. En España llega al 85%.

¿La solución viene de la mano de la energía atómica? Podría parecer. No emite gases de efecto invernadero o contaminantes, como dióxidos de azufre y nitrogenados, como hacen las centrales térmicas de carbón o gas natural. Se podrían evitar 500 millones de toneladas de CO² a la atmósfera o lo que es lo mismo, entre el 15% y el 20% de las emisiones. Además el precio de la electricidad es el más bajo después de la hidráulica.

En esos cálculos se olvida la construcción de la central y su elevado coste, unos 6.000 millones de euros, según Greenpeace, con sus consiguientes emisiones. Habría que contabilizar también el combustible nuclear, el 84% de las reservas mineras de uranio está en 6 países del mundo y más de las tres cuartas partes, en manos de 7 compañías. Ese mineral hay que transportarlo a otros lugares para transformarlo en combustible. El 99% se fabrica en 12 países y solamente cuatro compañías en el mundo tienen capacidad para enriquecer el uranio y dejarlo listo para su utilización en las 436 centrales nucleares que hay repartidas por el planeta.

La energía necesaria para fabricar 75 toneladas de combustible nuclear, las emisiones durante los cuatro años que está en activo, el transporte de los residuos de media y baja actividad hasta el silo de almacenamiento da una media de 970.000 toneladas de CO² generadas.

En el caso más optimista tampoco se puede pensar en que la energía atómica pueda sustituir a otras formas de energía. Si se pudieran construir unas 1.000 centrales nuevas, en lo que se tardarían varias décadas, no habría reservas suficientes de uranio en el mundo. Se calcula que las que hay se agotarán en un plazo de entre 60 y 85 años y solo se habría ahorrado un 10% de la energía fósil, según la OIEA.

Pero también hay que calcular el precio en dinero y en emisiones de desmantelar las centrales nucleares, mayor que el de construirlas, y tener en cuenta que casi todas las que hay en Europa llegarán al fin de sus vidas en 2030. No se puede olvidar el problema de los residuos, tienen una media de vida de centenares de años y aún de milenios.

La seguridad, siempre la duda

En estos momentos se construyen 56 centrales nucleares, en China, India, Bulgaria, Japón, Rusia, Corea del Sur, Finlandia o Francia, el país europeo más partidario de la energía atómica con 59 reactores. Se calcula que cada persona que vive en suelo francés lo hace a menos de 500 kilómetros de una central nuclear.

El gran problema es la posibilidad de accidentes. Aunque los seres humanos tenemos una enorme capacidad para el olvido, muchos recuerdan la película «El síndrome de China», aunque no tantos el suceso en el que está basada: el accidente de la Isla de las Tres Millas (EE UU), en 1979. Siete años más tarde en Chernobyl (Ucrania), durante una prueba del sistema de seguridad, unos errores de los operadores del reactor desencadenan un accidente de fusión. La tapa del reactor, de un peso de 1.000 toneladas vuela y una nube de radiactividad avanza hacia Europa. El desastre causó la muerte de unas 30.000 personas, más de 10 millones se vieron afectadas y muchas más seguirán padeciendo los efectos de aquel terrible accidente por generaciones.

Como sucederá con este accidente de Fukushima, hasta dentro de varios años no se conocerán sus consecuencias. Ha habido otros muchos incidentes, pero no han sido tan graves y el ambiente poco claro que rodea a la energía atómica ha hecho que no llegara toda la información a la calle.

Renovables: alternativa si hay voluntad

El futuro de la energía puede estar en las renovables. Según WWF, en 2050 las diversas energías verdes podrían satisfacer las necesidades energéticas del mundo en un 95%. Para ello las enormes ayudas que van a parar a las nucleares se deberían destinar a estos otros sistemas de producción de energías limpias y a adaptar la forma de vida en Europa y el mundo.

Si se planifica de una forma ambiciosa y eficaz el ahorro energético, de aquí a 2050 la demanda podría haberse reducido en un 15% desde 2005. Para ello, a pesar de que aumentarán, la población, los viajes, el transporte de carga o la producción industrial se debería consumir menos energía. Los edificios tendrán que ser adaptardos para que consuman menos energía, las construcciones nuevas deben ser más eficientes y utilizar la energía solar y el calor geotérmico, la red eléctrica tiene que actualizarse, los vehículos eléctricos, la bicicleta, el transporte público imponerse y los viajes aéreos reemplazados en lo posible por los trenes.

Este es el momento de sensibilizarse y utilizar de una manera racional y razonable la energía.