«El 28 de julio de 1914 es el día en el que una crisis aislada se convirtió en un conflicto global», subraya Martin Schulz, Presidente del Parlamento Europeo. Schulz también recuerda que fue entonces «cuando las trincheras reemplazaron a las mesas de negociación, cuando la política de riesgo calculado de algunos destruyó millones de vidas».
«Cien años después del comienzo de la I Guerra Mundial, todavía forman parte de la identidad y de la memoria europea los acontecimientos, las batallas y los rostros de la guerra», puntualiza Schulz. «Nos recuerdan con dureza de dónde venimos, y la fragilidad de la interdependencia y la paz», destaca antes de concluir: «Recordar esta lección es la mejor manera de rendir homenaje a los que lucharon y murieron en aquella gran catástrofe de la humanidad».
La paz nunca debe darse por garantizada
El Parlamento Europeo conmemoró el centenario de la I Guerra Mundial con un debate en el pleno de abril. Los eurodiputados advirtieron que la paz nunca debe darse por garantizada.
Hace un siglo que Europa estaba a punto de adentrarse en uno de los conflictos más sangrientos de la historia, un conflicto que cambiaría el mapa para siempre: la I Guerra Mundial. El 16 de abril, los eurodiputados advirtieron durante un debate celebrado sobre el centenario de la guerra que la paz y la estabilidad no deberían nunca darse por garantizados. También reclamaron más integración y destacaron la importancia de combatir el nacionalismo para garantizar la paz y la seguridad en Europa.
La I Guerra Mundial fue la primera gran catástrofe del siglo XX, aseguró el Presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, que también subrayó la importancia de la cooperación de los pueblos a través de las fronteras.
Evangelos Venizelos, ministro griego de Asuntos Exteriores que intervino en nombre de los Gobiernos de la Unión Europea, señaló que «el aniversario llega cuando Europa afronta otra vez situaciones que ponen a prueba su presencia política internacional, desde Siria hasta Libia, pasando por Irán y Ucrania». E indicó que la memoria histórica debería servir de base para las grandes iniciativas políticas que necesita Europa.
José Manuel Barroso, Presidente de la Comisión Europea, aseguró que la Unión Europea «nos ofrece los medios y los recursos para evitar la perversidad del nacionalismo al tiempo que mantenemos la cultura de nuestros respectivos países». Barroso consideró que la crisis actual en Ucrania muestra el contraste entre «una Europa moderna, abierta y democrática, y el viejo concepto de una Europa que sigue pensando y actuando en función de categorías de poder, esferas de influencia, dictados, desconfianza y la lógica de divide y vencerás».
Nacionalismos egoístas
El eurodiputado popular francés Joseph Daul recordó que la I Guerra Mundial fue «un accidente provocado por nacionalismos egoístas». Y reclamó más integración y políticas comunes. «Si Europa sucumbiera al populismo y al euroescepticismo, retrocederíamos en el tiempo, sería una vuelta al caos y la guerra», puntualizó.
«Nuevos grupos y partidos constituidos sobre el odio y la xenofobia están surgiendo en Europa», alertó el eurodiputado socialista austriaco Hannes Swoboda. «El nacionalismo nos costará la paz social, la seguridad, la prosperidad y la influencia internacional, un alto precio para nuestros ciudadanos», apostilló.
Guy Verhofstadt, eurodiputado liberal belga, opinó que la guerra o la paz fue en el pasado el único argumento de la integración europea. «Seamos francos, no sólo no convenceremos a la generación de jóvenes mostrándoles un pasado tan horrible como lejano», continuó antes de concluir: «Tenemos que explicarles que Europa y la integración europea es un instrumento para un futuro mejor».
Daniel Cohn-Bendit, eurodiputado francés del grupo de los verdes, urgió a la Eurocámara a «defender el interés comunitario y dejar atrás los intereses nacionales». Y añadió que «El federalismo europeo es clave para el futuro en la escena global».
El conservador británico Martin Callanan lamentó que no todos los países aprendieran la lección de la I Guerra Mundial y que aún actúen mediante amenazas y fuerza militar.
La paz es frágil
El Parlamento debería lanzar la señal de que «la Unión Europea nunca apoyará la guerra, que la paz es frágil y que no se puede dar por garantizada en Europa [...] y esta es la raíz de nuestras acciones comunes», indicó Gabriele Zimmer, eurodiputada alemana del grupo de Izquierda Unitaria.
La idea de que la existencia de los Estados-nación produjo la guerra y que, por tanto, hay que abolirlos es «una falacia peligrosa», esgrimió Nigel Farage, eurodiputado británico del grupo de Europa de la Libertad y la Democracia.
Daniël Van der Stoep, eurodiputado holandés no inscrito, afirmó que el Parlamento Europeo tiene los mismos objetivos que los líderes fuera de control que provocaron guerras mundiales para crear un Estado tan poderoso como fuera posible en el continente Europeo. «Los votantes dejarán claro el 22 de mayo que se oponen a la ocupación ilegal y dictatorial de sus Estados-nación», subrayó.
El propio presidente del Parlamento, Martin Schulz, publicaba el 11 de abril un artículo en inglés titulado: «Dos disparos, una guerra mundial y cien años»
Politics and history must trade carefully. The former has far too often exploited and manipulated the latter for its earthly and unearthly purposes. History has on the other hand offered at times the wrong lessons to politics. In both cases, the consequences have been disastrous.World War One has always been a magnet for interpretation, analysis and dissection. The debate about the responsibility for the outbreak of the war has been one of the most polarised and polarising in history with historians and politicians on all sides digging-in to assign responsibilities to persons, countries and events.
World War One was cataclysmic: it brought death and devastation; it destroyed, cemented and created new states and nations; it mutilated families, brought dynasties and empires to an end; sparked revolution; created new world powers; it sowed the seeds for more war and created a florid debate about itself.
As its one hundredth anniversary approaches, Europe should also look back to WWI. I retain three lessons for this anniversary: the first has to do with the origin of the war, the second with its outbreak and the last with the war as such.
The first lesson is the illusion of interdependence as a bulwark against war. Europe before the war was interdependent, growing and open. Only in the 1980s did we again reach the same degree of globalisation we had before the First World War. Take Florian Illies excellent book 1913: the year before the storm. Illies quotes Norman Angell's 1909 international bestseller The Great Illusion: 'The era of globalisation is making world wars impossible, for the simple reason that international economic ties have already been too close for some time. (...) Alongside economic networks, international links in the communications sphere and, above all, in the financial world, are making war pointless (...).'
The idea that economic ties are the best immune-system against war is still popular today. Even if the EU did not exist, a war between European countries could never happen, some say. Close ties and interdependence make wars more expensive but not necessarily less likely. The outbreak of WWI in 1914 teaches us how fragile our interdependence can be and how quickly an established order can be reversed.
The second lesson is the relevance of choices and leadership. As Christopher Clarke puts it: European leaders 'sleepwalked' into the first great disaster of the 20th century. War was not inevitable, but Europe was faced with a leadership of gamblers who found themselves trapped in a system which left no room for de-escalation and negotiation. There was no common institution to act as an honest broker between dissenting interests, no one stopped the brinkmanship.
The third lesson of war was equality before the tragedy. It led to the realisations that in wars countries and states might win or lose a war, but peoples are all on the losing side. It is difficult to put it more succinctly than Erich Maria Remarque did in his All Quiet on the Western Front: «But now, for the first time, I see you are a man like me. I thought of your hand-grenades, of your bayonet, of your rifle; now I see your wife and your face and our fellowship. Forgive me, comrade. We always see it too late. Why do they never tell us that you are poor devils like us, that your mothers are just as anxious as ours, and that we have the same fear of death, and the same dying and the same agony - Forgive me, comrade; how could you be my enemy?»
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