En 2006, a friend of mine, como se dice en inglés, recorrió la geografía portuguesa de sur a norte, de este a oeste, y publicó un reportaje titulado Portugal, la crisis, las crisis.
¿De qué hablaba el reportaje? De la situación en aquel momento, del mal estado de la economía portuguesa, de la destrucción de la industria nacional, de los enormes esfuerzos del gobierno para contener el déficit, que se había disparado hasta el 10% y del futuro previsible.
El reportaje sentó muy mal en el gobierno del socialista Sócrates. Tanto, que vía diplomática hubo presiones para el cese de mi amigo, que fueron contenidas por su jefe de informativos. Los datos eran duros pero eran reales. Portugal se encontraba en la mitad de una década que a finales de 2010 se consideró perdida, con crecimientos que no llegaron al 1 %.
¿Cual era la situación, cual es la situación, al margen de la frías cifras macro?
En el Algarve, en una franja de apenas un kilómetro de anchura se concentra el turismo de Portugal. El resto es baldío.
A lo largo de la frontera con España, la raya, los límites con Badajoz, Salamanca o Zamora, el territorio, duro y pobre, se vacía de población. La natalidad es muy baja, se cierran las escuelas. Es una región agraria empobrecida, dormida en el tiempo, que no cose las costuras económicas con la vecina España.
La población emigra a la costa, a Lisboa u Oporto. Pero incluso los hermosos cascos históricos de estas viejas y señoriales ciudades aparecen abandonados; decenas de edificios están vacíos y heridos por el paso del tiempo. Un inglés que visitaba Lisboa por primera vez preguntaba si había habido una guerra...
Las clases trabajadoras no pueden pagar una vivienda en los centros históricos y la burguesía se ha ido a los suburbios residenciales. El país presenta una de las desigualdades más fuertes de la Unión Europea, entre los que más tienen y los que menos. Mientras los salarios oscilan entre los 400 y los 600 euros al mes, los deportivos alemanes se pasean los fines de semana por la costa, camino de los buenos restaurantes.
El país dejó atrás los fastos de la Expo del 98, con fuertes crecimientos entre el 3 y el 4 %, mientras que España intentaba cumplir los criterios de Maastricht en plena fase de austeridad, antes de la explosión inmobiliaria.
Lisboa incurrió en fuertes deudas y tocaba pagar la factura. Bruselas exigía a mitad de la década pasada el recorte del elevado déficit. El gobierno del socialista Sócrates intentó algo que no habían hecho los gobiernos anteriores, adelgazar la pesada administración, 800.000 empleados, muchos "mano sobre mano" en los pasillos de los ministerios. Atrás habían quedado dos primeros ministros que huyeron, dejando al país en la estacada: António Guterres, hoy encargado de los refugiados de la ONU (un chiste portugués dice que pasó de fugitivo a refugiado), y Durão Barroso, que tras su mala gestión fue «premiado» por sus colegas de la derecha europea con el cargo de presidente de la Comisión de la UE. Así nos va.
A mediados de la década un diario británico aseguraba que se habían empleado mal los fondos procedentes de Bruselas en comparación con España. Muchos no se habían sabido canalizar y otros, en un país sin autonomías, se habían «perdido» en los ayuntamientos. Las tradicionales industrias del calzado y del textil se trasladaron al este de Europa o a Oriente, más baratos. Por no haber, no hubo ni boom de la construcción. La mano de obra excedentaria de este sector, unos 100.000 trabajadores, iba a trabajar a la vecina España. Ahora, ya, ni eso.
A mediados de la década pasada, el país parecía dormido, sin pulso. Las obras se alargaban interminablemente. La construcción de un paso subterráneo en Lisboa duraba más que la del túnel del Canal de la Mancha. Un kilómetro de metro en Lisboa, diez años...
Cada país tiene unos problemas específicos: Grecia mintió en su deuda, mucho mayor de lo que contaba. Irlanda fue sacudida por la explosión de los créditos baratos. Portugal, simplemente, tiene una economía estancada.
Estaba claro que tras las caídas de Grecia e Irlanda, la próxima pieza en tambalearse en el tablero del euro era Portugal. El gobierno, sin mayoría absoluta, ha presentado hasta cuatro planes para intentar rebajar el déficit desde del 7 al 4%, con fuertes subidas de impuestos y recortes de salarios de los funcionarios. El último, que contemplaba hasta el recorte de las pensiones más altas, ha sido rechazado por la cámara por lo que Sócrates ha presentado su dimisión y se irá a elecciones anticipadas.
Pero el gobierno saliente de los comicios tendrá que proceder a más recortes. Estos elementos impiden la reactivación de la economía y el país vecino cuenta con pocos resortes para responder. Es un círculo vicioso. Con unos tipos muy altos para su deuda soberana, Lisboa tendrá que destinar importantes partidas del presupuesto para pagar los préstamos, no para generar riqueza.
Vamos a elecciones. La oposición socialdemócrata del PSD, que a pesar de su nombre es de centro derecha, es favorita (rozaría la mayoría absoluta) y se ha opuesto a gastos «innecesarios» como la construcción del AVE Lisboa- Madrid. En 2001, Aznar y Barroso, entonces primeros ministros, firmaron un proyecto faraónico de cuatro enlaces de alta velocidad entre los dos países: uno hacia el Algarve, otro por Badajoz, un tercero por Salamanca y el cuarto entre Galicia y Oporto. De los cuatro, solo quedó el que uniría las dos capitales. Pero mientras España construye tramo a tramo la vía de Madrid a Badajoz, en Portugal no se ha movido ni una palada de tierra en el primer tramo que va de la frontera hasta Poceirao, un pueblo en medio del Alentejo y que debería estar abierto en 2013. El Tribunal de cuentas portugués suspendió una primera adjudicación. Del segundo tramo que debe ir desde esa localidad alentejana hasta Lisboa, y que supone construir un carísimo tercer puente sobre el Tajo, mejor no hablar. No hay fecha y no tiene sentido construir un primer tramo de la alta velocidad que termine en medio de la nada.
En 2005, el hombre más rico de Portugal, Belmiro de Azevedo (que algo sabrá de esto), dijo que nunca vería el tren de alta velocidad entre Madrid y Lisboa y el nuevo aeropuerto de la capital lusa, y no porque él muriera antes, sino porque no se harían jamás. El aeropuerto quedó suspendido sine die...
Portugal será uno de los pocos países de la Europa Occidental que no contará con un enlace de tren rápido, no ya entre Madrid y Lisboa, sino entre sus dos principales ciudades, Lisboa y Oporto. El Estado ha fracasado. Todas las vías rápidas, la alternativa a las viejas estradas, son de pago, la de Badajoz a Lisboa y las de Lisboa a Oporto y al Algarve. Incluso, el gobierno, para hacer caja, creó el año pasado un nuevo peaje para las autovías gratuitas del norte, entre Oporto y Galicia, entre el clamor de propios y gallegos.
En estos tiempos de crisis se impone la austeridad y el ritmo lento. España y Portugal están metidos en el mismo barco, constituyen un mercado único dentro del mercado único europeo. Tenemos que salvarnos juntos. Seguiremos yendo al país vecino a disfrutar de sus hermosos paisajes y de sus gentes tranquilas y relajadas para aportar nuestro grano de arena al PIB nacional. Aunque tengamos que ir por la viejas estradas a unos económicos 60 por hora. No importa. Disfrutaremos más del paisaje. Una cosa por la otra. Los tiempos mandan.