Por segundo año consecutivo se conmemoró la llamada Revolución de los Claveles bajo el signo de la indignación y la incertidumbre social por la persistencia de los recortes fiscales y de derechos sociales impuestos por mandato de la troika de acreedores internacionales.
Este jueves 25 se han cumplido 39 años desde que 144 capitanes del ejército portugués, integrantes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), derrocaron a la más antigua dictadura europea y desmantelaron un arcaico imperio que había durado 560 años.
Los actos oficiales del parlamento no contaron con la presencia de los más destacados militares que encabezaron el levantamiento y que formaron parte del Consejo de la Revolución del MFA, ausentes en señal de protesta por el rumbo «contario al espíritu de abril» del gobierno actual.
En la tribuna de honor de la sesión especial estuvieron vacíos los asientos de las máximas figuras de la revolución aun vivos, como los generales Pedro Pezarat Correia, Franco Charais, Amadeu Garcia dos Santos, los coroneles Vasco Lourenço y Otelo Saraiva de Carvalho y Mario Tomé, y los almirantes Manuel Martins Guerreiro y Vítor Crespo, todos ellos jóvenes capitanes en 1974.
A ellos se unió, «en solidaridad con los militares que abrieron paso a la democracia», el expresidente Mario Soares (1985-1995), líder histórico del socialismo lusitano y considerado el padre de la nación democrática inaugurada tras el golpe de Estado que puso fin a la vetusta dictadura impuesta en 1926.
Las conmemoraciones de este año han estado especialmente controladas ante el temor a manifestaciones hostiles de la ciudadanía. En el parlamento, al contrario que años anteriores, solo entraron los convidados a una celebración casi exclusivamente para los políticos.
El diputado socialista y exministro José Lello, a la salida del parlamento, expresó que esto se debe a que «tienen miedo» y se sienten «acosados» por una población indignada por la situación de extrema precariedad en que viven debido a las medidas de austeridad impuestas por la troika formada por la Unión Europea (UE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE).
Los jardines del palacio presidencial de Belém y del gubernamental de São Bento, contrariando la tradición de los 38 años anteriores, no se abrieron al público porque el presidente Aníbal Cavaco Silva y el primer ministro Passos Coelho pretendieron evitar «que les aparezcan grupos protestando», acotó Lello.
Antonio Costa Pinto, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Lisboa, considera inaceptable que las instituciones políticas, en una fecha tan simbólica «en la que se celebra la fiesta de la democracia, terminen por protegerse de las reacciones del pueblo».
Sin embargo «los dirigentes políticos no son los únicos representantes de la sociedad», comenta el dramaturgo y periodista Fernando Sousa, quien en 1974 era un suboficial del ejército recién llegado de Mozambique, a donde había sido enviado para combatir en el entonces frente de guerra independentista después de haber sido reclutado obligatoriamente en la universidad.
Activo militante de la izquierda militar durante el período revolucionario, Sousa optó por el periodismo y más tarde se consagró como autor de obras de teatro con la guerra colonial en Mozambique como telón de fondo.
En su «refugio-estudio» de Magoito, en la costa norte de Lisboa, el miércoles 24 por la noche reunió un grupo de amigos para, simbólicamente, esperar las cero horas del 25, momento en que todos empezaron a entonar «Grândola Vila Morena», la canción contraseña usada aquel día para el avance de los blindados hacia Lisboa, al tiempo de invitarles a ver una pequeña exposición de recuerdos de la época.
Durante su diálogo con el periodista, el intelectual no ha escondido su decepción por el incumplimiento de lo que se esperaba de la Revolución de los Claveles, pero conserva el optimismo. «Yo puedo envejecer, pero el 25 de abril, jamás».
Al igual que muchos portugueses de su generación, Souza hace balance con claras señales de amargura, «entre lo que fue soñado y lo realizado», calificando la efeméride de «un aniversario donde reina la sensación de retroceso»
»Al observar el camino ultra liberal adoptado por el gobierno actual, muchas veces pienso: ¿para qué hicimos el 25 de abril?», reconoce, «pero de todas maneras, soy optimista porque es necesario creer que la política no solo pertenece a los políticos, sino también a la sociedad civil, a las mujeres, a los hombres y los niños, empeñados en erigir una sociedad nueva».
«El 25 de abril significaba una sociedad justa y no esta pesadilla que estamos viviendo ahora, con políticos que nos desviaron desde el MFA hasta el FMI», concluye irónico.
La tradición solo se mantuvo en el desfile en la Avenida da Liberdade, la principal arteria de Lisboa, repleta de miles de personas en una marcha encabezada por el coronel Lourenço y el carro blindado en el que Marcello Caetano, primer ministro en el momento del golpe, y el decorativo presidente, almirante Americo Thomaz, fueron transportados entonces al aeropuerto y expulsados a Brasil.
El jubilado Alberto da Ponte nos dijo durante el desfile que «las expectativas que el pueblo tenía en 1974 para una vida mejor se vieron frustradas por los partidos políticos (de la derecha y socialistas), que se han ido alternando en el poder durante 35 años y que son los culpables de llevarnos al abismo con esta democracia que se ajusta a sus intereses».
A su lado caminaba el obrero textil Feliciano Dias Marinho, quien nos dijo que: «La lección que nos dejan estos casi 40 años de democracia es que la alternancia entre los socialistas y la derecha nos ha conducido a la bancarrota, y que hoy lo único que tenemos es el relevo entre ellos, lo que habría que cambiar por una democracia auténtica».
En las primeras filas de la larga marcha, el estudiante universitario Carlos Medina Abreu dijo estar «totalmente de acuerdo con la actitud de Mario Soares y de los capitanes de abril, de no asistir a los actos del parlamento, porque este régimen es una farsa de democracia, con actores que siguen al pie de la letra el guión escrito por los tecnócratas del FMI y de la UE».