-¿Es un capitán?, preguntaba la niña a hombros de su madre.
Hacía escasos diez minutos que había finalizado el acto de la Asociación 25 de Abril, en la que se agrupan los militares que acabaron con la dictadura. El expresidente socialista Mario Soares intentaba salir del Largo do Carmo, entre aplausos, gritos, abrazos, besos... Entre mucha gente. Y muchos claveles.
- No, respondió la madre.
- Entonces, ¿quién es?, repreguntó la niña con cara de no entender nada.
- Ese señor fue el presidente de la República, zanjó su madre.
Miles de personas de todas las edades han conmemorado el 40 aniversario de la Revolución de los Claveles al margen de los actos oficiales. Lo han hecho acompañando a «sus capitanes». El céntrico Largo do Carmo lisboeta, donde se entregó el presidente del régimen, Marcelo Caetano, y donde cayó definitivamente una de las dictaduras más largas de Europa, ha sido el escenario elegido por la Asociación para conmemorar la efeméride. Soares ha acompañado a quienes derrocaron la dictadura, no acudiendo a la propuesta oficial del Gobierno en la Asamblea de la República. «Este Gobierno tiene que irse», mantiene el exprimer ministro.
- «Mira, ése es un capitán».
Los abrazos, las palmaditas en la espalda, los apretones de manos y las miles de fotografías acompañaban también a Vasco Lourenço, el presidente de la Asociación 25 de Abril, cuando intentaba abandonar la plaza tras su discurso. Su voz se oyó fuerte, incluso en las calles aledañas. Hubo momentos en los que era imposible llegar al centro neurálgico de la Revolución de los Claveles.
«La presidenta de la Asamblea de la República nos pidió que acudiéramos dado que este año se celebra el 40 aniversario. Yo le contesté que bien, pero que nos tenía que dejar hablar, dar un discurso. No estuvo de acuerdo y decidimos venir aquí», explica Lourenço, quien agradeció también que varios diputados decidieran acompañarlos en acto tan simbólico.
El historiador Manuel Loff, que lleva varios años estudiando la memoria de la revolución, considera que «aunque las conmemoraciones no son propiedad de la Asociación 25 de Abril, sino de la sociedad, lleva toda la razón en su rechazo a participar».
«Llegó el momento de que, con toda la fuerza, la población diga basta en nombre de la patria», inquirió micrófono en mano Lourenço, uno de los promotores del alzamiento militar que acabó con la dictadura. «O se cambia urgentemente de política y se invierte el camino de la sumisión, la austeridad y el empobrecimiento del país o este gobierno tiene que ser apeado», continuaba entre aplausos. La emigración, el desempleo o el hambre fueron cuestiones que también tuvieron hueco en un discurso reivindicativo en un día de fiesta.
Mayor desempleo y emigración
En los años 2011 y 2012 la media de la población emigrante en Portugal fue 3,5 veces mayor que la registrada en el periodo de 1970-1973, años previos a la Revolución de los Claveles, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que ha lanzado una publicación especial titulada '25 de abril: 40 años de estadísticas'. La misma fuente indica que en 1970 la tasa de desempleo total era del 2,7 por ciento, aumentado hasta el 6,8 por ciento en 1981. Los datos de 2011 indican un porcentaje del 13,2 y los actuales, el 15,3 por ciento.
«El 25 de abril es de la exclusiva responsabilidad de esos militares que sorprendieron al mundo por su generosidad. Era la primera vez en la historia de Portugal y del mundo que las Fuerzas Armadas tomaron la iniciativa de devolver el poder a los ciudadanos», añadió Vasco Lourenço.
El Largo do Carmo, que algunos decidieron rebautizar puntualmente como Largo Salgueiro Maia, en nombre del capitán responsable de la comitiva que tomó esa zona y que se enfrentó solo con un pañuelo blanco a cinco blindados que tenían la orden de disparar, también fue el eje reivindicativo en la noche del 24 al 25 de abril. Varias columnas de manifestantes partieron de distintos puntos de Lisboa y se encontraron en esta plaza a las diez de la noche. «Un, dos, tres, abril otra vez», era uno de los gritos más repetidos.
En otro punto neurálgico de Lisboa, y de Portugal, en el Palacio de Sao Bento, la sede de la Asamblea, el presidente Aníbal Cavaco Silva alertaba sobre la creciente brecha entre los partidos políticos y la ciudadanía. Lo consideró un riesgo para el funcionamiento del sistema democrático.