Hablamos con Luís Mendão, líder del Grupo Portugués de Activistas por los Tratamientos del VIH/SIDA
En 1996, el portugués Luís Mendão recibió la noticia fatal: había contraído sida y la enfermedad estaba muy avanzada debido a un diagnóstico tardío. En una carrera contra el tiempo, comenzó a solucionar todos los asuntos pendientes de su vida y a prepararse para la muerte. Sin embargo, tras un año de tratamiento, se sintió mejor y comprendió que el futuro no acababa al día siguiente.
«Todavía estoy vivo, pero el precio sería mucho menor si lo hubiera sabido antes», advierte en la entrevista que nos concedió durante su participación en la Segunda Conferencia sobre Infección de VIH en Grupos de Difícil Acceso, realizada el lunes 25 y este martes 26 en Lisboa.
Por eso alerta sobre la situación a la que se enfrentan los inmigrantes indocumentados, que por maniobras burocráticas no tienen acceso a estudios y tratamientos de salud, como los aplicados contra el sida.
Mendão es hoy el rostro portugués más visible del combate contra el sida, la infección causada por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH).
Pero este activista, licenciado en bioquímica, «no es solo una referencia en Portugal, es también el activista europeo más dinámico y uno de los más importantes a nivel internacional», nos aclara la copresidenta del EU HIV/AIDS Civil Society Forum (Foro de la Sociedad Civil sobre el VIH-Sida), Anna Zakowicz.
Mendão preside el Grupo Portugués de Activistas por los Tratamientos de VIH/Sida - Pedro Santos (GAT) (http://www.gatportugal.org/), fundado en 2001 como organización de afiliación individual y cooperación entre personas de comunidades y organizaciones diferentes afectadas por la enfermedad, y es vicepresidente del European AIDS TreatmentGroup.
Su experiencia ha sido frecuentemente resaltada, no solo en su país sino también en el extranjero, como la de quien no vaciló en dar la cara cuando todavía ser seropositivo era tabú. ¿Qué puede relatarnos al respecto?
Luís Mendão: En septiembre de 1996, tras un año muy difícil en el que faltaba dinero y trabajo, mi salud se derrumbó a gran velocidad. Estuve hospitalizado una semana y examinado. Al séptimo día, el médico de guardia me dijo que la situación era muy grave, que estaban afectados los pulmones, que tenía el sistema inmunológico muy comprometido y una anemia compleja, muy resistente.
Era sida, todo tenía sentido, el cansancio mortal, los pulmones, los ojos, los virus, las infecciones, los kilos perdidos.
Durante 10 años recorrí los servicios de salud para atenderme de virus molusco, herpes zóster, candidiasis, fatiga sin explicación plausible. Nunca nadie me sugirió que hiciera la prueba del VIH.
Todavía estoy vivo, pero el precio sería mucho menor si hubiera sabido antes que estaba afectado. Acepten el consejo: es mejor saber.
Y allí comienza su batalla por la salud y también para que la ley garantice a todos el acceso a la atención médica. Ahora se ha dejado fuera a los que no tienen tarjeta de usuario, como los inmigrantes indocumentados. ¿Cómo es posible que el Estado cometa una ilegalidad?
LM: La ley de 2001, considerada un inmenso avance de la humanidad, establece que todas las personas que viven en Portugal, incluso las indocumentadas, tienen derecho al Servicio Nacional de Salud (SNS).
Esa norma no ha cambiado, pero se recurre a una artimaña. A un inmigrante en situación irregular no se le niega el carné del SNS, pero se lo dan sin número, y eso hace que los sistemas informáticos lo rechacen, no permitiéndole acceder a la atención de salud, como los tratamientos antisida.
La conferencia de Lisboa está dedicada especialmente «a hombres que tienen sexo con hombres y a trabajadores del sexo». ¿Por qué motivo?
LM: En Portugal existe un gran porcentaje de hombres que tienen sexo con hombres a escondidas y viven de manera clandestina. Es una situación que no figura en los registros médicos, algo de lo que no quieren hablar. En cuanto al trabajo sexual, hay un gran número de personas en esa actividad que están en situación irregular, eso no les permite el acceso al SNS.
Estos dos grupos están considerados por el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (Onusida) como fundamentales en las cuestiones relacionadas con el virus, pero existía muy poco conocimiento sobre el grado de infección en ellos y es necesario dar respuesta a los problemas, sobre todo cuando se suma el de los derechos de los inmigrantes.
Las más vulnerables son las trabajadoras sexuales en situación irregular.
Estamos hablando de personas que, al no tener número de los servicios de salud, tienen que pagar análisis y consultas, lo que a esta población muy pobre y marginal les impide la detección, el tratamiento y la prevención de la enfermedad.
¿La crisis económico-financiera está trayendo de vuelta la prostitución de calle?
LM: Así es. Por necesidad de supervivencia, a pesar del riesgo de VIH, la crisis ha lanzado a algunas personas en situación de fragilidad económica hacia el trabajo sexual. Muchas de ellas se iniciaron en esta actividad en los últimos dos años y otras, que ya la habían abandonado, han regresado.
En el trabajo sexual, el 90 por ciento son mujeres, con una prevalencia del contagio que no es uniforme, ya que las que trabajan en la calle son mucho más vulnerables a contraer y trasmitir el virus que las que lo hacen en apartamentos.
En cuanto a los apoyos para combatir la epidemia, se supone que también han sido afectados por la crisis.
LM: Existe un problema muy serio con el acceso a los medicamentos para la infección. En este momento, la situación está controlada de manera mínima, pero se puede descontrolar en cualquier momento.
Lo que hemos verificado en nuestra área, en que los medicamentos son sumamente caros, es que los nuevos enfermos, en especial los inmigrantes o portugueses que han regresado al país tras vivir muchos años en África especialmente, son rechazados por muchos hospitales.
A esto se unen los dos años sin dinero para apoyar nuevos proyectos prioritarios. Por ejemplo, el apoyo estatal que recibía el GAT bajó del 70 por ciento al 30 por ciento de su presupuesto.
Esto es dramático, especialmente para Portugal, el país con la peor situación de Europa occidental en los cuatro grupos de mayor impacto del VIH-sida: los homosexuales, las trabajadoras del sexo, los usuarios de drogas y los inmigrantes subsaharianos.