El Ártico está cambiando mucho más rápidamente de lo que habían predicho los científicos, en un proceso ya imparable e irreversible que tendrá consecuencias para todo el planeta. El mensaje no es nuevo. Sí lo son las ideas que plantean, ante esta situación, los investigadores polares que han intervenido en el VII Debate Fundación BBVA-Estación de Investigación Costera del Faro de Cap Salines, en la Fundación BBVA, en Madrid. Su estrategia ya no es pelear por un Ártico reducto de naturaleza virgen y a salvo de la avidez humana.
El nuevo objetivo es gestionar el Ártico para que los cambios no se extiendan y para que la extracción de recursos sea sostenible. Pero los científicos alertan de un problema: aún no saben lo bastante como para aportar soluciones sólidas. Se enfrentan al reto de contribuir a un Ártico sostenible basándose en un conocimiento incompleto, mientras reclaman ayuda para seguir investigando a contrarreloj.
«No puedes gestionar algo que no entiendes», dice Paul Wassmann, profesor de biología medioambiental en el Instituto de Biología Ártica y Marina (Noruega) y director de una de las principales campañas árticas recientes, Puntos de inflexión en el Ártico (Arctic Tipping Points), de la Unión Europea. «El Océano Ártico está experimentando las mayores consecuencias del cambio climático, pero es también el océano menos investigado. ¿Cuánto debemos progresar [en el conocimiento] para apoyar un desarrollo sostenible?», se pregunta.
La tasa de calentamiento del Ártico es de 0.4ºC por década, tres veces superior al promedio global. Además se sabe que el calentamiento seguirá acelerándose este siglo, recuerda Carlos Duarte, investigador del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA, CSIC-UIB) y Director del Oceans Institute de la Universidad de Australia Occidental. «La rapidez de los cambios en el Ártico en los últimos años nos ha sorprendido a todos; ya predecíamos que la pérdida de hielo se podría acelerar, y que las presiones de industrias, como las de energía y pesca, aumentarían notablemente. Pero los cambios han sido mucho más rápidos y abruptos de lo que pensábamos», afirma Duarte, que recuerda que en 2012 se alcanzó ya el grado de deshielo predicho para 2080. «La trinchera en la lucha contra el cambio climático está ahora en el Ártico. Los cambios son ya inevitables, debemos aprender a gestionarlos y actuar para que los efectos no se extiendan desde el Ártico a otras regiones», dice este oceanógrafo.
El debate «El Ártico en la encrucijada» ha reunido a cinco expertos que conocen el Ártico en profundidad y han sido testigos de los rápidos cambios. Además de Wassmann y Duarte han participado Susana Agustí, oceanógrafa y ecóloga del plancton del IMEDEA (CSIC-UIB) y del Oceans Institute de la Universidad de Australia Occidental; Dorte Krause-Jensen, del Centro de Investigación del Ártico de la Universidad de Aarhus (Dinamarca); e Iris Hendriks, del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA), CSIC-UIB.
Consecuencias globales
Aunque la trinchera esté «en el fin del mundo» -ha dicho Wassmann- las consecuencias de los cambios son globales. El Ártico resulta ser una especie de nodo central en la red de interacciones ecológicas del planeta. Por ejemplo, la estabilidad de las corrientes marinas globales -entre ellas la que determina el clima europeo- depende en gran medida de la salinidad y la temperatura de las aguas árticas. Otra muestra: el hielo ártico refleja -devuelve al espacio- una parte importante de la luz y el calor que recibe la Tierra del Sol; si se funde el hielo aumentará la entrada de calor al planeta -y se ha calculado que este proceso ha contribuido ya a un calentamiento de alrededor 1ºC, similar al derivado de las emisiones de gases de efecto invernadero-.
Y los cambios por supuesto no son solo ecológicos. La disminución acelerada del hielo marino ha sido el disparo de salida para la carrera por la explotación de los recursos del Ártico. Petróleo y gas; minerales; turismo; y pesquerías -el mar de Barents proporciona más de 10 millones de raciones de pescado al día- son el objeto de una nueva fiebre del oro que se complica por las reclamaciones territoriales de las naciones árticas y por las derivaciones geopolíticas, en un sector tan estratégico y global como el energético.
Ante ese panorama, el papel de la ciencia debe ser aportar el conocimiento para que las decisiones de gestión sean las adecuadas para permitir la sostenibilidad. Pero ¿cómo asesorar cuando el conocimiento es insuficiente? Duarte analiza en su intervención qué se sabe -con cuánta certeza- y qué no sobre el presente y el futuro del Ártico.
Entre los efectos más seguros del cambio climático están, entre otros, la desaparición del hielo marino en verano; la extinción de especies que dependen del hielo; las graves amenazas a la cultura inuit; o la disminución del ozono sobre la Antártida -en 2011 apareció por primera vez en el Ártico un agujero de ozono, y al contrario que ocurre en la Antártida es un fenómeno directamente atribuible al cambio climático-. Con algo menos de certeza se sabe que la placa de hielo de Groenlandia se fundirá casi por completo. También crecerán las emisiones de metano derivadas de la fusión de los depósitos árticos. El metano es un potentísimo gas de efecto invernadero, por lo que el aumento de las emisiones ayuda a acelerar aún más los cambios.
Un Ártico más sureño
Los cambios en la fauna y la flora son tratados en profundidad en el debate de hoy por Krause-Jensen, que investiga la ecología de los bosques de algas y las praderas marinas a lo largo de gradientes medioambientales. Por toda la extensa línea costera de Groenlandia, desde el Alto Ártico en el Norte hasta las condiciones subárticas al Sur, Krause-Jensen ha estudiado algas, praderas marinas y bosques de laminariales; sus resultados predicen un Ártico más sureño, con «una expansión de estos ecosistemas hacia el norte y una importancia creciente de la vegetación litoral en un Ártico más cálido en el futuro, con una abundante vegetación similar a la del Sur».
Sin embargo, en la ecuación ártica es muy importante acotar lo que aún no se sabe. Por ejemplo: la nueva vegetación que augura Krause-Jensen, ¿tendrá un papel importante como sumidero de carbono? ¿Debe ser tenido en cuenta este factor en las estimaciones de calentamiento futuro? Otras incógnitas son cuándo será el Ártico navegable en verano -podría ser dentro de 10 o 15 años-; o cuándo se fundirá el hielo de Groenlandia y si lo hará del todo, y cuánto subirá el nivel del mar como consecuencia -podría alcanzar los siete metros de subida, dentro de varios siglos-. Duarte enumera más incertidumbres: la velocidad de emisión de metano; los cambios en la producción de plancton del Ártico -si aumenta el Ártico seguiría siendo el mayor sumidero de carbono del planeta, y si disminuye podría convertirse en lo contrario, una fuente de emisiones-; el grado de acidificación que experimentará el Ártico porque hay más carbono disuelto en el agua...
Sobre esto último, la acidificación, investiga Hendriks: «La idea de que los océanos polares corren un riesgo inminente de acidificación ha encontrado un amplio eco entre los responsables del diseño de políticas específicas, llegándose incluso proponer que oriente los umbrales de emisión de CO2», explica. Pero sus propios resultados sugieren que hay factores que no se han tenido en cuenta hasta ahora en los modelos y que podrían contrarrestar este fenómeno.
Estos vacíos de conocimiento ponen a los científicos entre la espada y la pared. Para Duarte, «las incertidumbres son tantas que es muy difícil anticipar escenarios. Seguimos sin tener modelos que los predigan adecuadamente, lo que indica que nuestro conocimiento de los procesos que están operando en el Ártico es incorrecto y por tanto nuestras predicciones son cuantitativamente inexactas, aunque conozcamos la dirección general de las tendencias. Pero tampoco es posible esperar a 2050 para ver qué modelos son fiables y cuáles no. Hemos de ir a los fundamentos de los procesos y formular hipótesis comprobables». Desde 2006 su grupo ha realizado una quincena de campañas en el Ártico -solo en 2014 participa en tres-, más 19 campañas costeras en Groenlandia.
Puntos de no retorno con efecto dominó
La única receta segura para contribuir a un Ártico sostenible, concluyen los científicos, es más investigación. Wassmann pide campañas multianuales y continuas, que se mantengan a largo plazo y basadas en ecosistemas completos y sus interacciones, en lugar de en indicadores concretos. «Compromisos tan duraderos como rápido es el cambio climático», dice Wassmann.
Duarte propone concentrarse especialmente en los llamados «puntos de ruptura», los procesos en los que, superado cierto grado de alteración, ya no hay marcha atrás y además desencadenan otros cambios a modo de «efecto dominó». Entre ellos están el propio deshielo o el aumento de la emisión de metano. Hay que «evaluar los riesgos y costes económicos de los cambios abruptos, y reservar ingresos de la extracción de recursos para mitigar estos costes», dice Duarte.
La investigación debería ser internacional y cooperativa, una visión que no comparten todas las naciones árticas. Los participantes en el debate lamentaron que Rusia siga sin permitir el acceso de investigadores internacionales a su territorio, mientras que el resto ha establecido programas de cooperación. De las más de 100.000 medidas de CO2 disponibles de aguas superficiales del Ártico, prácticamente ninguna es de las aguas territoriales de Rusia, que es casi la mitad del Ártico. «No es posible conocer un sistema en su totalidad cuando no se tienen datos de una mitad», dice Wassmann.
Así es como cree Duarte que será el Ártico dentro de 50 años: «Oscuro y frío en invierno, libre de hielo en verano, con dos grandes rutas de transporte marino y sectores de turismo, pesca, energía y minería muy desarrollados; la población se habrá multiplicado por 5 o 10, pero bajo la amenaza de conflictos armados por tensiones importantes entre las naciones, con tres grandes bloques: Rusia, EE. UU. y un bloque de Canadá -Groenlandia- ya independiente de Dinamarca-, con Noruega como país mediador entre ellos y único interlocutor con Rusia». NdP Fundación BBVA