Ellos impulsaron durante 28 años la Fundación Periodistas en Europa (FJE, según sus siglas en francés), vinculada al Centro de Formación de Periodistas (que sigue teniendo su sede en la calle del Louvre). La idea era ofrecer un año sabático de experiencias europeas a periodistas jóvenes, procedentes de todos los continentes y que ya tuvieran una cierta experiencia profesional.
Durante un curso entero, mientras asistían –entre 20 y una treintena de periodistas- a una serie de seminarios sobre temas diversos, se integraban también en la redacción de la revista trimestral Europ (así, sin la «e»), donde publicaban reportajes largos trabajados y hechos en todo el continente europeo. Los idiomas de trabajo eran el francés y el inglés. En algunos ámbitos, también el alemán, el español muy excepcionalmente. Tuve la suerte de participar en aquella aventura.
Quizá es útil recordar que Hubert Beuve-Méry y Philippe Viannay fueron antes oficiales de la resistencia contra los ocupantes nazis, individuos de izquierdas a continuación, periodistas de referencia más tarde; después de haber flirteado con movimientos parafascistas anteriores a la II Guerra Mundial. Beuve-Méry fue teniente de la FFI (una de las principales organizaciones armadas de la resistencia francesa). Viannay tenía las marcas de siete balas que recibió en los combates de julio de 1944. No fueron resistentes de broma. Tenían una trayectoria similar a la de François Mitterrand.
Acabaron dirigiéndose hacia el periodismo, lo mismo que Gerald Long, quien había sido oficial de los servicios de inteligencia británicos en la Alemania de la posguerra. Entre sus tareas y órdenes, recibió la de controlar una nueva prensa alemana que debía salir de su período nazi en medio de aquella Europa en ruinas. A él le debo una de las más hermosas definiciones que jamás he oído del oficio: «Un buen periodista es el que escribe de todo lo que no sabe sin equivocarse». Casi todos los citados, habían fallecido antes de 2002, cuando la comisaria Viviane Reding consideró que el programa Erasmus cumplía los objetivos de la FJE y suprimió la parte de subvención correspondiente a la Comisión. Fue un golpe mortal para aquella aventura europea en la que tuve la suerte de participar, primero como «stagiaire» y, al final, como director de uno de sus últimos seminarios. Nunca se lo he perdonado a Viviane Reding.
Durante el verano precedente, recibí varias llamadas de colegas europeos y me sumé al reducto de resistentes de JE (así nos llamábamos, por Journalistes en Europe). Varios diarios de toda Europa, también de otros continentes, implicados en el apoyo a la experiencia JE, protestaron. Y publicaron una tribuna libre que escribimos media docena de antiguos JE. Le Monde lo hizo el 27 de septiembre de 2002 y lo tituló «Oui, journalistes européens!». El País, unos días después con un título similar
Era demasiado tarde. Y tanto para la señora Reading como para Romano Prodi el asunto era menor. No recuerdo haber recibido respuesta de Reding, sí de Romano Prodi, a mi demanda escrita de explicaciones por su decisión. Una carta personal que yo –como unos pocos JE- habíamos escrito a instancias de los administradores más veteranos de la FJE, Guillemette Teissier du Cros, Katharina Berger-Jallu, Jacques Stoufflet; cuando aún había esperanzas de salvar algo. Para ahorrar, la FJE se había trasladado a unos locales más modestos en la calle Faubourg Montmartre.
Algunos medios de comunicación estaban dispuestos a seguir apoyando el experimento. No fue suficiente.
Si repaso los temas tratados en Europ, creo que había poco muy poco oficialismo. En mi caso, me tocó hacer reportajes sobre la opinión pública del Reino Unido y las bases americanas en la época del despliegue de los misiles de alcance intermedio, del proceso de deterioro del patrimonio artístico en Italia, del uso del idioma vasco en el sur de Francia, de las instituciones de acogida y asilo en Suecia. Lo sigo encontrando apasionante. En mi período, éramos de 22 nacionalidades distintas. El viaje de fin de curso duraba dos semanas. Implicaba una inmersión de todos juntos en un país europeo. Hablábamos con los jefes de gobierno y sus ministros, con las instituciones religiosas, con los sindicatos, salíamos a la calle con nuestros colegas del país de turno. Como una profecía del desastre que vivimos, a mi generación JE le tocó Grecia. Recuerdo que aprendí bastante de las implicaciones del conflicto histórico con Turquía, del poder de la iglesia ortodoxa y conservo fotos -que hice entonces- de varias protestas callejeras contra los recortes sociales.
Me quedan todo tipo de lazos, amistades y huellas de aquella aventura. El 11 de septiembre, mi primera llamada personal fue para mi amigo Bruce Sheitz, periodista y neoyorkino. Cuando llegué a Albania, en 1998, otro JE me ayudó a mí y al equipo de TVE a viajar más seguros hacia la frontera de Kosovo, donde se desarrollaba otra guerra balcánica. Al aterrizar en Washington y en Bogotá, otro amigo JE estaba para acogerme y ayudarme profesionalmente. Lo mismo en Hamburgo, donde me recibieron con un recorrido nocturno por los lugares de rodaje del filme Der amerikanishe Freund (de Win Wenders). En Belfast, en una época de asesinatos y violencia, mi amiga Anne T. Donegan me ahorró fatigas y peligros y convirtió mi rodaje para el programa En Portada (de TVE), casi en una visita de estudios. Una colega checa, de otra generación JE publicó una serie de reportajes sobre Andalucía con mi ayuda y después –unos vinos de por medio- discutimos de la transición política de Checoslovaquia y de los paralelismos con la transición española. Ella, desde el punto de vista de un régimen comunista, la mía desde el franquismo. Viví lo mismo con colegas polacos. ¡Cuánto he aprendido del debate político con colegas polacos!
En una conferencia parisina, me tocó hablar del «lenguaje entre líneas» del periodismo de los años 70 en España. Una colega serbia y un húngaro, ambos JE de mi generación, me dijeron que no había habido preguntas porque únicamente ellos –crecidos en un régimen pro-soviético- contaban con elementos personales suficientes para entenderme. Increíble. El vino ayudó al análisis y a reforzar lazos imposibles de romper. En Bangalore, en el sur de la India, fui recibido en los jardines del tradicional Club de la Prensa, donde la hospitalidad (y el whiskey) de otro colega JE, que trabaja en el diario Indian Express, me hicieron sentir Rudyard Kipling al atardecer.
Y los lazos de aquel pre-Erasmus periodístico no se han roto. Bruce sigue encabezando parte de sus correos con el epígrafe «to my European friends». Para él, Trevor y Kathryn (británicos), Anne (irlandesa), Frits (holandés) y Paco (español), forman parte de un mismo mundo. También Ricardo y Gloria, colombianos, nos ven como «los amigos de Europa». Tengo la impresión de que el programa Erasmus ha logrado que esa, o una cierta visión europea similar, sean habituales para una determinada generación.
Quizá la aventura JE podría haber persistido, sin perjuicio del desarrollo del programa Erasmus actual. En la batalla final, tuve la impresión de que la burocracia comunitaria había perdido algo de la perspectiva europea originaria. Por eso, espero que ahora -cuando se cumplen 25 años del programa Erasmus- nuestros dirigentes sepan tener en cuenta lo más valioso de la construcción de Europa. Los fundadores de la extinta FJE tenían muy clara su memoria de la resistencia contra los tiempos del odio y la mezquindad en Europa. De ahí que lucharan y trabajaran para abrir una ventana distinta hacia un porvenir muy distinto.