Pegida no convence a Berlín

Por Mª Ángeles Fernández y J. Marcos / Berlín

Pegida soñaba con un acto multitudinario en la capital alemana. Y no eligió una fecha cualquiera. El Viejo Continente celebraba el Día de Europa, mientras Rusia conmemoraba el final de la Segunda Guerra Mundial. Los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (el acrónimo alemán de Pegida) querían mostrar músculo pero apenas enseñaron la patita por debajo de la puerta.

Manifestantes
Manifestantes de Pegida en Berlín el pasado fin de semana, con el Reichtag de fondo/ Foto: J. Marcos

Pegida soñaba con un acto multitudinario en la capital alemana. Y no eligió una fecha cualquiera. El Viejo Continente celebraba el Día de Europa, mientras Rusia conmemoraba el final de la Segunda Guerra Mundial. El 9 de mayo la agenda oficial era nutrida y contaba incluso con un exuberante desfile militar en Moscú. Ese mismo sábado, los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (el acrónimo alemán de Pegida) deseaban 50.000 personas gritando en la plaza berlinesa de Washington, frente a la acristalada estación central de ferrocarriles y a escasos metros del Reichtag, el Parlamento germano. Querían mostrar músculo pero apenas enseñaron la patita por debajo de la puerta.

Se quedaron en 350 manifestantes, según los datos policiales. Las estimaciones de los organizadores quedaron hechas trizas. La convocatoria muestra sin embargo que una parte de la sociedad germana, por pequeña que sea en la principal ciudad del país, camina por una senda que abraza el nacionalismo más racista. Ataviados con banderas, carteles, simbología e indumentaria política, chillaban convencidos: «¡Nosotros somos el pueblo!», «¡No somos fascistas!», «¡Prensa mentirosa, prensa mentirosa!».

Las consignas fueron reforzadas por una letanía de discursos que se alargaron durante más de una hora, en una convocatoria resumida en el lema 'Juntos por Alemania: por la paz y la preservación de la cultura alemana'. Entre su argumentario: «No somos una provincia de Europa ni de Estados Unidos», «estamos contra la islamización, también contra la americanización y la israelización», «no somos fascistas», «nos rebelamos frente a las sanciones a Rusia», «el dinero de la gente debe ser para apoyar los estándares de Occidente, no a la cultura islámica», «hay que parar el islam y la ley de la sharia en los países del Oeste», «la OTAN es una zona de control para Rusia», «no queremos un nuevo Napoleón ni un nuevo Hitler».

Actuación policial

En una tarde nublosa reinaba la tricolor, negra, roja y dorada. Los eslóganes nacionalistas también dejaban hueco para las banderas de Rusia y de Israel. Una amalgama de simbología en ocasiones difícil de comprender: «Pegida es la vanguardia para defender la identidad europea y el espíritu europeo. Y esto incluye nuestra amistad con Rusia. Somos ciudadanos del mejor de los países y estamos en contra de las dictaduras, a favor de la democracia y de la libertad de opinión», explicaban desde el pequeño escenario montado en una gran explanada, que no se llenó.

Bajo un denominador común que podría ser la oposición a la islamización, el perfil de los manifestantes era variado, casi tanto como la simbología de la que hacían gala: pequeños estandartes rojos y negros, gente de negro y gente de traje, alguna camiseta con las palabras 'libre, social y nacional', y varios hombres con la cabeza rapada y con camisetas de 'HoGeSa', que significa 'hooligans contra salafistas'. Tampoco faltaron a la cita neonazis como algunos dirigentes del Partido Nacional Democrático (NPD), entre ellos el líder de la formación, Sebastián Schmidtke.

El despliegue policial fue generoso y, de hecho, tuvo que esforzarse cuando un grupo de decenas de personas de colectivos antirracistas y a favor de la llegada de personas refugiadas a Alemania lograron acercarse al vallado. Y es que, estas agrupaciones habían convocado una contramanifestación en la otra orilla del río Spree. Desde uno y otro lado se insultaban e increpaban. La tensión subió de tono con lanzamientos de botellas que exigieron la fuerza de los agentes.

El movimiento Pegida tuvo un auge de popularidad, acompañado por el eco mediático, a principios de año. Logró reunir a miles de personas cada lunes en la ciudad de Dresde, hasta 25.000 en su mayor éxito. La salida de varios de sus líderes ha desmembrado sin embargo a un movimiento que, aunque muy criticado, no se esconde.

Homenaje al Ejército Rojo

Horas antes, en el parque berlinés de Treptower hubo un solemne acto para recordar a los soldados rusos que liberaron a la ciudad del régimen nazi. Un evento que se repite cada año y que está también cargado de simbolismo y nacionalismo. «Estoy aquí porque la situación actual en Rusia y Ucrania no tiene nada que ver con los hechos de hace 70 años. Debemos estar agradecidos por la victoria del Ejército Rojo», decía en el periódico Berliner Zeitung el conocido gestor cultural Dimitri Hegemann.

Precisamente, ha sido la tensión actual entre Rusia y Alemania, a raíz del conflicto en Ucrania, el motivo por el que Angela Merkel no acudió a los actos que Moscú celebró por el fin de la llamada Segunda Guerra Mundial. La canciller sí que se reunió sin embargo en la capital rusa, un día después, con el presidente Vladímir Putin. «Trabajamos con Rusia y no contra ella», afirmó la política democristiana en la rueda de prensa conjunta que cubrieron las agencias. «A pesar de nuestras diferencias, debemos buscar el diálogo y una solución pacífica y hacer esfuerzos diplomáticos», añadió Merkel.