De la Declaración Schuman a hoy han pasado 60 años de paz y prosperidad en Europa, dice la cosa oficial. Ciertamente no es poco si comparamos con un convulsivo siglo XX que fue un auténtico cambalache tanguero. Pero eso de que hay que construir Europa con dos pasos adelante y uno atrás cada vez convence menos, porque los dos pasos se dan en la dirección que unos pocos quieren y el paso atrás lo damos la inmensa mayoría de los europeos.
Esta Europa de las frases hechas, las reuniones y los flashes es cada vez más algo que funciona al margen de los ciudadanos, por mucho que se gasten millones de euros de propaganda oficial. Cuando repiten que quieren defender el modelo social europeo, el ciudadano asfixiado en los humos y en las gestiones debe preguntarse a qué modelo se refieren, porque aquél que nos enseñaron hablando del Estado del Bienestar hace mucho que dejó de existir. El sociólogo francés Robert Castel dijo hace por lo menos diez años que Europa ya no tenía ni proletariado, sino «precariado» por sus condiciones infrasalariales. Y en la última década no es que precisamente hayamos mejorado. Y eso, quienes tienen salario, porque las cifras oficiales dicen que hay más de 80 millones de pobres en la Unión Europea y se calcula que medio millón de personas viven en la calle.
Un sindicalista griego se preguntaba el otro día, cuando Átenas era un polvorín contra el plan de ajuste, qué pensaban recortar a los jubilados griegos que tienen una pensión de 500 euros. Otro sociólogo nada sospechoso como Alain Touraine también lo ve negro: «la dinámica actual puede favorecer que la sociedad europea se convierta en clase media del mundo en un plazo de cien años y sean los pobres del mundo en tres siglos»
Cuando Barroso, elegido sin eso tan útil del sufragio universal, plantea su programa político para los próximos cinco años y dice que el gran objetivo es la Europa social, parece que su biografía viajera políticamente le ha hecho perder los conceptos.
Los objetivos de la UE para los próximos diez años son incuestionables: más empleo, más educación y menos contaminación. Lo firmo. Pero hace diez años nos contaron algo parecido, hasta se atrevieron a decir que Europa iba a ser la mayor potencia económica mundial. Y aquí estamos: unos cariacontecidos ante las risas de los especuladores financieros y los más, viendo las estadísticas que ya suman 20 millones de parados en la UE. De modo que no me creo más objetivos ambiciosos.
Dice Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, que «la globalización ha terminado por dividir a la sociedad entre los que tienen y los que no tienen». Y los que no tienen poco pueden hacer. Ramonet dice que los movimientos sociales lo tienen crudo porque«la UE es una camisa de fuerza». Por cierto, estamos en el año europeo para combatir la pobreza y la exclusión social, ¿lo sabían?.
Todo esto mirando el ombligo europeo, porque si hablamos de eso tan perseguido de la «visibilidad de la UE en el mundo» da risa. El ninguneo de la cumbre de Copenhague, el amigo Obama mirando a China, nuestra alta representante para la política exterior y de seguridad, baronesa Ashton, perdida entre papeles y peleas internas por ver quién pone un diplomático más o menos en el Servicio europeo de acción exterior... Eso sí, dinero ponemos donde haga falta, hasta en Haití, para salvar la vergüenza de la enésima descoordinación de los 27.
A estas alturas del artículo ¿están pensando que esto no es un análisis político en condiciones? Pues alguien más sensato que yo, el periodista Vicente Verdú, de fina observación social, acaba de decir que «la ambición por transformar la sociedad de las utopías del siglo XIX ha desaparecido. De ese proyecto de futuro para la humanidad se ha pasado al dejar hacer actual». ¡Paraíso ahora!