De momento, el escenario es un compendio de aparentes paradojas. El gobernante Partido Popular (PP) ha salido vencedor en numerosos enfrentamientos, pero ha sufrido una considerable erosión de votos y ha perdido la mayoría absoluta en autonomías y ciudades emblemáticas. Ahora debe enfrentarse al desafío de otros partidos y novedosas formaciones, que formen coaliciones para lograr la investidura.
Mucho depende de la evolución del comportamiento de los partidos en los siguientes días, pero la novedad de la inserción de opciones adicionales para el consumo de los electores merece sopesado análisis.
El panorama general del voto municipal (en todo el territorio español) y el ejecutado en el entramado de las autonomías (excepto en Galicia, Cataluña, País Vasco y Andalucía, que disfrutan de convocatorias singulares por su especial estatuto) son dos aspectos de por sí objeto de estudio tradicional.
Pero el crucial voto en Madrid y Barcelona requiere un estudio concienzudo y su ubicación en reserva para repaso en los siguientes meses.
En Barcelona, la novedosa formación «Barcelona en Comú» ha superado por un escaño a Convergència i Unió (CiU). Ada Colau, su dirigente, ha reclamado el disfrute de la alcaldía de la capital catalana, honor reconocido por Xavier Trías, veterano líder de CiU, el partido-coalición fundado por Jordi Pujol, hoy caído en desgracia por corrupción.
El presidente catalán Artur Mas está destinado a recibir el castigo en las anunciadas (aunque no confirmadas) elecciones autonómicas de septiembre, en las que reclamaría el derecho a la independencia. El soberanismo ha perdido enteros.
En Madrid, la histórica líder del conservador Partido Popular, Esperanza Aguirre, ha superado también por un escaño a Manuela Carmena, su par de la debutante formación Ahora Madrid. Este conglomerado, que, al igual que el grupo triunfante de Barcelona, apenas existía hace una semanas, ha recibido el apoyo de Podemos, la invención progresista de Pablo Iglesias.
En contraste con la solución de Barcelona, en Madrid se puede formar una coalición entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y los socios de Podemos, dejando a Aguirre sin poder municipal. Además, en el más amplio escenario de la Comunidad de Madrid se podría producir otra componenda para arrebatarle también otro premio al PP.
Cristina Cifuentes ha ganado superando también en votos a sus contendientes, pero los socialistas podrían plasmar otra combinación con Podemos y quedarse con el poder comunitario. O, por el contrario, los populares podrían recibir el apoyo de Ciudadanos, la formación liderada por Albert Rivera, nacida en Cataluña, que ha irrumpido como cuarta fuerza en el panorama general español. Su tendencia hacia la derecha la convierte en socio natural del PP.
Estos escenarios de pérdida de la mayoría absoluta del PP se pueden replicar en otras autonomías con similares componendas. Las más dolorosas, aparte de los tratos madrileños, tendrían lugar en Valencia y Castilla La Mancha.
En el coto de Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia durante un cuarto de siglo, su presidente autonómico Alberto Fabra puede ser descabalgado de su débil triunfo por otra coalición de izquierda. En Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, puede también quedarse sin la recompensa del poder en su comunidad, pero también podría optar por aceptar la ayuda de los votos de Ciudadanos.
Ahora bien, con respecto a las alternativas de los socialistas, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, puede pensarlo dos veces y ser prudente en las alianzas con Podemos; calificado de izquierdas, tiene un toque irresistible de populismo con conexiones con el chavismo venezolano, y ha ido evolucionando progresivamente desde una agenda electoral arriesgada hasta la moderación más socialdemócrata, que ha incomodado el seno del PSOE.
Recuérdese que el PSOE fue calificado en su momento como una pieza de la «casta» de partidos denunciados por Podemos, causante de los defectos de la sociedad y la economía de España. Podemos también puede recibir la reprimenda de sus propios electores, que no entenderían el apoyo.
A medio plazo, se abren dos escenarios. Por un lado, si los nuevos partidos emergentes se consolidan, el sistema va abocado al ejercicio de un doble paso. Primero se celebran las elecciones y luego se procede a un ejercicio interno protagonizado por la plasmación de coaliciones que en muchos casos no cumplirían con la expectativa de otorgar el poder a la lista más votada, sino a la que consiga la mayoría parlamentaria. El resultado será una incierta estabilidad electoral, con un ejercicio parlamentario pendiente de la permanencia de las coaliciones.
Si, por el contrario, los nuevos grupos «emergentes», principalmente Podemos (y sus protegidos) y Ciudadanos sufren erosión, no se sabe bien tampoco en qué estado competirán los veteranos.
Pero, de momento, no hay signos de su desaparición.
Conjuntamente, el PP y el PSOE han atraído más de 50 por ciento del voto, superando los 11 millones de ciudadanos que todavía los apoyan. La respuesta deberá esperar a, por lo menos, las elecciones generales previstas para el final del año.