No sólo constituye una amenaza en suelo occidental, sin embargo. También ha convertido en realidad los peores miedos de los musulmanes residentes en cualquier país árabe, que han sufrido en los últimos meses numerosos atentados que se han saldado con centenares de víctimas. En total, desde que comenzara el año corriente, 580 personas han perdido la vida en atentados perpetrados por organizaciones terroristas yihadistas en los países árabes, entre ellos Egipto, Siria, Irak, Túnez, Kuwait, etc.
La cifra en Europa es, en comparación, ínfima. Los atentados ocurridos en Francia tanto en enero, cuando se produjo el ataque contra el semanario francés, Charlie Hebdo, y en un supermercado unos días después, como hace apenas unos días, en esa oleada de atentados inconexos pero conectados al fin y al cabo, que comenzaron en Francia y tuvieron sus réplicas en Kuwait y Túnez, se han saldado con 19 vidas. O sea, que por cada muerto a manos de terroristas en suelo europeo, han caído 30 en los países árabes.
Sin embargo, no todos los muertos pesan igual en la balanza mediática que mide el terrorismo internacional. Mientras que los atentados contra el semanario francés inundaron cientos de titulares de la prensa internacional durante días, y las muestras de cariño y apoyo procedentes de todas las naciones europeas no dejaron de sucederse durante semanas, aquellos ocurridos en territorio árabe pasan casi desapercibidos ante nuestros ojos, a pesar de ser mucho más comunes. Los medios despachan estos sucesos con un breve titular indicando el número de muertos y unas colas de unos 20 segundos de duración en las que aparecen cuerpos desmembrados desparramados por el suelo. Y a otra cosa, mariposa. Y ¿cuál es la reacción por parte del imaginario colectivo ante este comportamiento mediático?
En primer lugar, parece que los atentados perpetrados en suelo musulmán se han convertido en algo así como el pan nuestro de cada día. Ya casi ni miramos al televisor cuando el/ la presentador/-a dice «nuevo atentado en...». Y precisamente, puede que en ese «nuevo» esté el matiz diferenciador. En ese sentido, uno podría preguntarse si se produce en nuestro cerebro una especie de fenómeno de resistencia bacteriana a las informaciones sobre los atentados terroristas perpetrados en los países árabes. Para quien no lo sepa, este fenómeno es el que se produce cuando tomamos antibióticos de forma constante y, al final, los microbios lo reconocen y combaten sus efectos, inutilizándolo, y requiriendo un tratamiento más agresivo. Este fenómeno podría explicar, entonces, por qué la población europea se convirtió en Charlie durante días, y ninguno tomamos el nombre de aquellos que perecieron a manos de las organizaciones terroristas en Turquía, Siria, Irak, Egipto, etc.
Es curioso. La Unión Europea lleva años intentando construir un sentir nacional que nos una a todos los estados miembros. Charlie lo consiguió en unos segundos. Con un «Yo soy Charlie», todos los europeos proclamaron al unísono su unidad contra el terrorismo yihadista. La reacción europea contra los atentados de Charlie Hebdo fue, por tanto, una de las pocas muestras de la unidad europea como nación. Normalmente, priman más los nacionalismos de cada estado. Pero, ¿cuál es nuestra reacción como opinión pública cuando el atentado se produce en suelo musulmán?
Según Pierre Bordieu, el poder configura a la opinión pública a través del control que ejerce sobre los medios. Y Chomsky ya decía en 1991 que los medios de comunicación son las herramientas que utiliza el poder para controlar al pueblo en un estado democrático. Podríamos entender entonces que el hecho de que los muertos de los países árabes tengan menor peso en los medios de comunicación responde a un interés del poder por seguir manteniendo a occidente unido en la lucha contra un enemigo común: el terrorismo yihadista. O sea, que el poder, a través de los medios, nos aleja de la posibilidad de sentir empatía con los musulmanes caídos. Pero, vayamos un paso más allá.
Nosotros, los ciudadanos europeos, también tenemos nuestra responsabilidad en este juego de rol. Nuestro patriotismo nos lleva a ser Charlie por la proximidad del suceso, pero no a ser Abdul o Mohammed porque ellos son musulmanes y, según los medios, «los musulmanes son asesinos». Y aquí es donde parece que la pescadilla se retuerce hasta morderse la cola. ¿Puede ser, entonces, que nuestra reacción no sea más que el producto de los constantes mensajes que, en forma de goteo, nos hacen llegar los medios de comunicación controlados por el poder, y cuyo discurso es siempre «los musulmanes son terroristas»?
Estamos acostumbrados a que los musulmanes mueran en los países árabes a manos de sus propios hermanos y a causa del terrorismo. Pero, que esos atentados se produzcan en nuestro suelo, en nuestra casa, eso sí que nos duele. Y a ellos también, porque consideran a nuestros muertos como los suyos. De ello tuve constancia cuando visité Egipto en 2005. En la hemeroteca de El Cairo pude ver que un millón de egipcios se manifestó en marzo de 2004 en las calles de la capital. ¿Les suena la fecha? 11-M, los atentados en los que Al Qaeda asesinó a más de 200 personas en Madrid. Se manifestaron contra otros musulmanes por utilizar su religión para matar a personas inocentes. Se manifestaron sin miedo contra algo que consideraban injusto. Nosotros vemos diariamente cómo asesinan a hombres, mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas, en los países árabes y no movemos ni un dedo. ¿Cuántas manifestaciones hemos hecho los europeos condenando los atentados cometidos por musulmanes contra los musulmanes? Que yo recuerde, ninguna. Porque, claro, sus muertos no son los nuestros.