En su libro asegura que «la política importa». ¿Por qué es tan importante?
David Runciman.- En parte porque muchos ciudadanos están desilusionados con la política. La tecnología nos crea una ilusión de un mundo sin política; la economía nos crea otras ilusiones. Pero tal como explico en mi libro, tanto internet como los mercados dependen de la política para funcionar. La necesitamos para construir un marco compartido en nuestra sociedad compleja. Sin política, probablemente no habría caos, pero sí una pérdida de control colectivo.
eXp.- En su opinión, ¿de qué modo puede la política cambiar o influenciar la vida cotidiana de las personas?
D.R.- No es tarea de la política controlar la vida cotidiana de las personas, y cuando se han hecho experimentos acerca de ese tipo de control, las consecuencias han sido desastrosas. Cuando una sociedad funciona bien, la política se convierte en una preocupación de fondo y se corre el peligro de que la gente sólo se preocupe de la importancia que tiene ésta cuando las cosas van mal, como ha ocurrido a raíz de la crisis económica. La política aporta una sensación de seguridad que permite a las personas seguir adelante con la vida que han escogido. Por lo tanto, la clave está en conseguir un equilibrio ente intervenir demasiado y demasiado poco.
eXp.- Los últimos resultados electorales evidencian un aumento progresivo de la abstención. En su opinión ¿los ciudadanos no son realmente conscientes de la importancia que tiene la política en su vida?
D.R.- En efecto, no lo son, o al menos, no son conscientes hasta que es demasiado tarde. Una de las cosas que defiendo en mi libro es que tenemos una especia de 'actitud esquizofrénica' en lo que a política se refiere: la mayoría del tiempo importa muy poco, pero en periodos de rabia colectiva, importa demasiado. El problema ahora en Europa es que mucha gente también está descontenta con la política y con el fracaso de sus respectivos estados para protegerles. Han puesto todas sus esperanzas en un cambio político y existe el riesgo de que se sientan defraudados.
eXp.- Uno de los puntos clave de su libro son las diferencias entre vivir en un país con una democracia estable y un 'estado fallido' como Siria. ¿Podría resumirlo?
D.R.- Existe una gran diferencia entre los estados estables y otros, como Siria o Irak, donde el orden político ha colapsado. Este tipo de sociedades son totalmente diferentes de las occidentales porque no existe un orden político, y así es muy difícil que vaya bien cualquier otra cosa. En estos casos la política se convierte en un problema fundamental.
eXp.- ¿Y en Europa? ¿Existen diferencias, en términos políticos, entre vivir en España y en un país nórdico, como por ejemplo Dinamarca?
D.R.- Tanto el sur de Europa como el norte son estables, incluso Grecia y España; al menos de momento. La principal diferencia es que aunque en España existe el orden político, es difícil de conseguir soluciones políticas a los problemas. No quiero decir que Dinamarca no tenga que hacer frente a situaciones complejas, pero es una sociedad que ofrece múltiples beneficios políticos.
eXp.- ¿Y Estados Unidos?
D.R.- Es un caso diferente. Su sistema político tiene muchos problemas serios, pero es un país muy rico y cuenta con una sociedad muy dinámica que le permite minimizar o pasar por alto durante mucho tiempo algunos de esos problemas. La cuestión interesante es que cuando los americanos decidan si quieren mantener o no su sociedad rica y dinámica, tendrán que plantearse cambios en su sistema político.
eXp.- ¿Existe, entonces, el Estado Ideal?
D.R.- No quiero decir que Dinamarca sea el modelo a seguir; ser una sociedad muy estable y próspera hasta puede ser aburrido. Existe un riesgo en tomar como modelo cualquier estado, porque el éxito de su sistema político será siempre el resultado de una cultura y una historia particular. No se puede coger un modelo y aplicarlo tal cual en otra parte del mundo. Las democracias occidentales han aprendido esa lección tras el fracaso en Irak, y Alemania se está dando ahora cuenta con lo que ocurre en Grecia.
eXp.- En Europa están emergiendo nuevas tendencias políticas ya sea a la extrema derecha (Marie Le Penn en Francia) o en el otro extremo (Syriza en Grecia o Podemos en España). ¿Es esto una consecuencia del descontento social generalizado que vivimos hoy en día?
D.R.- En efecto, es consecuencia de la frustración, aunque no estoy muy de acuerdo con llamarle 'descontento social'. Las sociedades Europeas todavía son un lugar muy apacible para vivir. Deberíamos hablar, por tanto de 'descontento político', entendido como descontento con los políticos y las decisiones que han tomado, sobre todo en lo relacionado con la economía y el uso de recursos. En parte es injusto, porque los políticos del siglo XXI tienen un poder limitado para controlar todas las fuerzas, como ocurre con las finanzas globales. Pero es a la vez comprensible, porque han hecho un mal uso de su poder a la hora de construir un sistema económico, tanto que ha resultado ser demasiado frágil e inflexible para proporcionar la seguridad necesaria de un sistema político estable.
eXp.- En España, debido a la crisis económica y los constantes casos de corrupción, existe un sentimiento generalizado de desencanto con la clase política. ¿Cómo podríamos concienciar a los ciudadanos acerca su utilidad?
D.R.- El gran dilema de la política moderna es que las personas no descubren su importancia hasta que las cosas van mal, que es precisamente cuando es más difícil hacer bien política. Lo que ocurre en estos momentos en España es que aunque existe un gran compromiso político, se trata en gran medida de una forma de expresar lo que a la gente no le gusta de la política. El gran peligro para Europa es que esa aversión se intensifique, provocando un crecimiento del enfado político en paralelo al incremento del compromiso político. Cuando la política se basa en el enfado y no en el compromiso o la paciencia, es difícil hacer progresos.
eXp.- En un momento en el que el euroescepticismo está creciendo, ¿cree usted que se puede ser optimista acerca del futuro de la Unión Europea?
D.R.- Todavía pienso que el siglo XXI es un buen momento para la Unión Europea porque necesitamos avanzar en las respuestas a grandes problemas como el medio ambiente, las desigualdades o las amenazas internacionales. Se debería ejercer más poder tanto a nivel europeo como local, para conseguir reconectar con las personas. Pero no veo que esto ocurra; está demasiado lejos de la realidad actual, más aún con los fallos que todavía tiene el Euro. Creo absolutamente en la Unión Europea, pero en este momento soy más pesimista al respecto, que en cualquier otro momento de mi vida adulta.