En ese contexto, la designación en octubre pasado de la médica belga Marleen Temmerman, de 59 años, como jefa del Departamento de Salud Reproductiva e Investigación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es un paso en la dirección correcta.
Hemos hablado con Temmerman, conocida como «Mama Daktari» en Kenia, donde trabajó durante muchos años como ginecóloga, sobre su intención de colocar a la salud reproductiva bien alto en la agenda de la OMS.
¿Por qué decidió abandonar su carrera como jefa del Departamento de Obstetricia y Ginecología e integrante de la junta de directores del Hospital de la Universidad de Gante y sumarse a la OMS?
Marleen Temmerman: A lo largo de mi carrera, mi meta ha sido siempre mejorar la salud reproductiva y sexual, así como promover los derechos de las mujeres y de las niñas en todo el mundo.
Aunque no estaba activamente buscando un nuevo empleo, me di cuenta de que esta oportunidad en la OMS representaba una palanca fundamental para alcanzar esas metas.
¿Con qué presupuesto trabaja y cuáles son sus objetivos?
MT: Tengo un presupuesto de aproximadamente 40 millones de dólares, que es menos de lo que ha habido en años anteriores. Claramente la crisis ha impactado en los presupuestos destinados a la salud sexual y reproductiva.
Cuando fui designada, por ejemplo, se me prometió una significativa contribución del gobierno belga. Lamentablemente, nunca se materializó.
Temo que el difícil clima económico haga que la salud sexual y reproductiva no se vea como una prioridad, cuando lo es. Si queremos que las próximas generaciones de mujeres sean saludables y tengan poder, necesitamos darle acceso a servicios de planificación familiar, para que puedan decidir su propio futuro.
La planificación familiar no solo es clave para la salud de las mujeres y de los niños y niñas, sino que también reduce el crecimiento poblacional insostenible y ayuda a la economía y a la ecología. Unos 222 millones de mujeres carecen de acceso a la planificación familiar. A ellas les gustaría espaciar los embarazos o no tener más, pero no cuentan con ningún método anticonceptivo.
En China, por ejemplo, solo las mujeres casadas pueden acceder a clínicas de planificación familiar. Si pudiéramos cambiar las políticas para darle también atención a las solteras, estableceríamos una gran diferencia.
En mi nuevo papel, estudiaré por qué persisten estos problemas y cómo podemos reducirlos desde varias perspectivas: buscando soluciones contraceptivas a través de la investigación y el desarrollo científico, identificando las posibles barreras culturales y religiosas y lanzando iniciativas educativas para corregir conceptos equivocados a nivel comunitario e individual.
La salud sexual y reproductiva de las adolescente es también de enorme importancia si se considera el hecho de que los abortos y las complicaciones durante el parto siguen siendo la causa de muerte número uno en mujeres de entre 15 y 19 años.
En 1994, usted fundó el Centro Internacional para la Salud Reproductiva, que hoy está activo en muchos países del mundo, entre ellos China, Guatemala, Kenia y Mozambique. ¿Qué lecciones aprendió e incluyó en su nuevo trabajo en la OMS?
MT: Una de las más importantes lecciones fue que la colaboración es clave para el éxito de proyectos en el campo de la salud sexual y reproductiva.
En este momento estamos trabajando en un proyecto en Kenia que busca apoyar a niñas y mujeres víctimas de la violencia sexual. Estamos capacitando a personal médico para asegurar que siga los
procedimientos correctos y haga todos los chequeos adecuados. También queremos garantizar que las niñas reciban apoyo psicológico y asesoramiento legal.
En segundo lugar, hemos aprendido que la salud sexual y reproductiva sigue siendo un tema sensible, que cambiar actitudes, comportamientos y políticas es un proceso largo y lento. Tenemos que seguir comprometidos.
Una de mis mayores preocupaciones es que, debido a la crisis, los presupuestos destinados a la salud sexual y reproductiva «desaparezcan» en las partidas generales del sector de salud. Si esto ocurre, se alejaría el foco de atención, y debemos mantenernos firmes para que se produzca un verdadero cambio.
Todavía hay que hacer mucho para terminar con la mutilación genital femenina, para reducir las tasas de mortalidad en el parto y para asegurar que cada niña y cada mujer tengan acceso a instalaciones de salud sexual y reproductiva.
Hay un dicho que dice: «Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, ve con alguien». Creo que debemos ir rápido y lejos, y eso solo podemos hacerlo juntos.
¿Cuál es el papel del mundo industrializado en los esfuerzos por asegurar la salud reproductiva en el Sur?
MT: Creo que el mundo industrializado tiene una responsabilidad fundamental para con los países en desarrollo. La visión tradicional Norte-Sur está claramente anticuada, pero por otro lado, los
derechos de las mujeres y la igualdad de género están mucho más avanzados en el mundo industrializado que en el mundo en desarrollo.
Es responsabilidad nuestra apoyar a las mujeres en el Sur para garantizar que los programas de salud sexual y reproductiva no «desaparezcan» en las iniciativas mundiales de salud, para seguir
comprometiendo recursos suficientes y presupuestos con el fin de mejorar el acceso de las mujeres a los servicios de salud reproductiva.
¿Cuál fue la experiencia más dura que tuvo trabajando en África?
MT: No hay ninguna duda: ver morir a mujeres jóvenes y bebés recién nacidos en mis brazos simplemente porque estaban en una parte del mundo donde no tenían acceso a tecnologías médicas como las que tenemos en Europa o en otros lugares industrializados.
No hay nada peor que el sentimiento de impotencia mientras se tiene a una mujer moribunda en los brazos y se piensa: «Si estuviéramos en otra parte del mundo, viviría».
También quedé impactada por la facilidad con la que nuestras sociedades toleran la violencia sexual, como si fuera algo normal.
Muchas veces me dicen: «¡Pero es parte de nuestra cultura!» Eso tiene que cambiar. La forma en que criamos a nuestros hijos y los roles de género que les inculcamos deben cambiar.