Penjwin, Kurdistán iraquí, (IPS) - «Nos costó mucho trabajo llegar hasta aquí, pero valió la pena». El vasco Igor Urizar, principal impulsor de la primera escuela de esquí de Iraq, no disimula su satisfacción tras cuatro años de duro esfuerzo.
«¡Rodillas flexionadas, brazos hacia delante y vista al frente!». Durante el recién concluido invierno, más de 100 niñas, niños y adultos han descubierto el placer de deslizarse sobre esquís en Penjwin, una localidad de montaña situada 300 kilómetros al noreste de Bagdad. La actividad ha supuesto un auténtico revulsivo en la región, pero solo Urizar sabe lo tortuoso que fue el camino recorrido.
«Mi primer intento fue en 2009, en Baskale», una localidad kurda en suelo turco, a unos 1.000 kilómetros al este de Ankara, recuerda este instructor de esquí de 37 años. «Las condiciones de la nieve eran perfectas, pero la policía turca sospechaba de un occidental en una aldea kurda en la frontera, por lo que tuve que irme de allí a la semana».
De vuelta a su natal Durango, en el extremo norte de España, Urizar se puso en contacto con Tigris, una asociación sin ánimo de lucro compuesta por vascos y kurdos que le sugirió volver a intentarlo, esta vez en el Kurdistán iraquí. Los kurdos de Iraq disfrutan de un amplio autogobierno desde 1991, lo que habría de facilitar el desarrollo del proyecto, decían. Y estaban en lo cierto.
Urizar relata que «Durante el invierno de 2010, buscando posibles localizaciones para la práctica del esquí de fondo, descubrí Penjwin. Llevaba unos pocos pares de esquís conmigo, pero me sirvieron para presentar la iniciativa a las autoridades locales. Apenas concluida la temporada, conseguimos hacer llegar la primera remesa, de unos 50 equipos completos».
Uno de los facilitadores fue Falah Salah, funcionario del Gobierno Regional Kurdo en Suleimaniya, 260 kilómetros al noreste de Bagdad, y también miembro de Tigris. «Nuestro objetivo a largo plazo es importar a Kurdistán el modelo de la Semana Blanca que tanto éxito tiene en los Pirineos» nos explica Salah.
Cada año, y durante tres meses y medio, unos 5.000 escolares de Navarra disfrutan de una semana de esquí. Se trata de una actividad de enorme aceptación, ya que los visitantes gozan de la nieve a la vez que sostienen uno de los pilares económicos del Valle de Roncal, la zona que acoge este turismo.
Salah tuvo la oportunidad de comprobarlo como miembro de la delegación kurda que visitó la zona en 2012. En aquella delegación también se encontraban el alcalde de Penjwin, Halo Penjwini, y Ali Qader Othman, director de la Facultad de Deportes de Suleimaniya, que trabaja ahora para introducir los deportes de invierno en el currículo académico de la institución que dirige.
En invierno un manto blanco cubre las montañas de Penjwin. Este año, personas de casi todas las edades descubrieron el lado lúdico de la nieve gracias al primer centro de esquí de todo Iraq.
Dlosh Fatah, profesora de educación física en una escuela de la vecina Ranya, es una de ellas. Esta joven de 25 años había esquiado en Penjwin en el invierno de 2012. La experiencia fue tan satisfactoria que repitió este año, e incluso formó parte de un grupo de cuatro jóvenes, dos mujeres y dos hombres, que recibieron formación en los Pirineos en la primera semana de abril.
«Soy consciente de que todavía tengo que mejorar mi técnica, pero es más importante transmitir lo que he aprendido a los niños kurdos», explica Fatah tras mostrar el diploma que recibió en la Erronkari Ibaxako Eski Eskola (en lengua euskera, Escuela de Esquí del Valle de Roncal).
Chia Hassan es otro de los futuros instructores kurdos a los que Urizar dará el relevo la temporada que viene. «En los Pirineos hemos visto el desarrollo, a todos los niveles, que ha traído el esquí de fondo a una región montañosa, como la nuestra», dice Hassan. «Nosotros estamos dando nuestros primeros pasos, pero hemos podido comprobar hasta dónde podemos llegar», agrega el joven de 31 años.
Y no parece ser el único. La repercusión que ha tenido esta actividad en los medios ha traspasado fronteras, y Falah Salah asegura que Tigris ha recibido una invitación desde la localidad kurdo-iraní de Sardasht, 430 kilómetros al oeste de Teherán, para presentar su proyecto de invierno.
Salah está dispuesto a visitar a sus vecinos al otro lado de la frontera, pero da prioridad a extender el proyecto a otros valles kurdos de Iraq. El lugar que reúne las mejores condiciones son las montañas Qandil, una auténtica atalaya de más de 3.000 metros de altura, justo en el lugar donde se tocan las fronteras de Turquía, Iraq e Irán.
«Si las negociaciones de paz entre Ankara y los kurdos de Turquía siguen el curso esperado, es posible que podamos esquiar allí algún día», confía Salah.
Por el momento, las montañas Qandil siguen siendo el cuartel general del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), un grupo guerrillero que reclama a Turquía derechos y reconocimiento. Pero el reciente alto el fuego entre Ankara y el PKK ha despertado optimismo sobre una eventual solución de un conflicto enquistado desde hace más de tres décadas.
El sonido de las balas y los obuses podría entonces ser sustituido por el de los esquís deslizándose sobre la nieve en un lugar que, en palabras de Salah, es «un paraíso aún por descubrir». Tras una visita a Qandil este invierno, Urizar opina lo mismo. Su propia experiencia le dice que algunos sueños no solo se cumplen, sino que tienen también consecuencias imprevisibles.
Y es que fueron unos noruegos los que introdujeron el esquí de fondo entre los vascos a principios del siglo XX. Tras aquella fructífera visita surgió el Ski Club Tolosano, la primera sociedad de este tipo fundada en el Estado español.
Difícilmente podrían imaginar aquellos pioneros que esa semilla acabaría germinando, 100 años más tarde, en el corazón mismo de la Mesopotamia.