Llegó la crisis financiera y la respuesta europea fue tardía, tímida e insuficiente. Pero no podía ser de otra manera : nos faltaban instrumentos. ¡La gobernanza económica! Podíamos coordinar iniciativas pero poco más. Y la crisis se agravó. Y los especuladores, la banca de inversión, los mercados, fueron a por Grecia. Y la respuesta –como dijo Dany el Rojo en la Eurocámara-, fue tardía y, además, interesada. Tardía porque volvía a pesar el interés nacional, en este caso el interés de Angela Merkel en los comicios de Renania Westfalia. E interesada porque lo que hicimos con Grecia fue puramente un negocio y en condiciones draconianas que ninguno de los grandes se habría impuesto para sí. Luego vendrían Portugal, España, Italia... Eran los cimientos mismos de la UE los que querían detonar.
Y fuimos a la city –en realidad fue la vicepresidenta económica- para tranquilizarlos. Pero aquello no había quien lo parara. Así que nos pusimos manos a la obra. Y nos olvidamos de todos los remilgos soberanistas. Un año antes se nos habrían puesto los pelos de punta de pensar que en Bruselas mirarían con lupa nuestros planes de ajuste –los nuestros y los de los otros 26 socios comunitarios- y tendrían que darles el visto bueno; sí, sí, aprobarlos o, de lo contrario, España quedaría fuera del paraguas de protección del fondo de rescate dotado con 750.000 millones. ¡Eso sí era la gobernanza económica!, ¡eso sí es gobierno europeo! Ahora sí se hacía realidad la advertencia de Khol a Mitterand cuando éste propuso la creación del euro: «Para que pueda funcionar correctamente una Unión Monetaria –decía- se requiere la autoridad de un Gobierno con competencias en las políticas económica, fiscal y presupuestaria». Bueno, pues aquí está ese gobierno.
Sí, los especuladores, los enemigos del euro y de Europa, los paraísos fiscales, el mercado, que no los europeístas, ha impuesto la gobernanza económica. Hace unos días preguntábamos en Madrid al viceprimer ministro británico y estrella en ascenso del universo europeo sobre las medidas que iba a tomar su recién estrenado gobierno liberal-conservador contra la city, para acabar con un sistema financiero sin control y sin normas que ha estado en el origen de la crisis. Nick Clegg nos dejó helados. Crearían una comisión sobre la actuación y los procedimientos de la city. Y esperaba que en el plazo de un año les pudiera presentar algunas sugerencias y propuestas. ¡Un año!, cuando las medidas de recorte de los gastos sociales, de rebaja de sueldos a los empleados públicos y congelación de pensiones, de reducción en definitiva del estado del bienestar, se habían tomado anteayer. Antes de esbozarlas ya estaban decretadas. ¡Que diferente sensibilidad!
En realidad los mercados han ido mucho más lejos. Han dado por clausurado el estado del bienestar mientras los líderes europeos anuncian un cambio de modelo. Los estados no volverán endeudarse. Ahora toca diseñar un nuevo escenario impositivo. El debate lo inició la cumbre europea del 17 de junio y lo siguió el G-20 en Toronto: hay que buscar nuevos nichos fiscales más allá de las frases alambicadas de los mítines de fin de semana - «que paguen los ricos»-.
Y en ese escenario y en ese nuevo modelo, Europa puede perder su estado del bienestar. Entre otras cosas porque ha perdido competitividad, esa competitividad que reclamaba Felipe González en su informe sobre el futuro de la UE. Y hay que recuperarla. Pero ya no estará basada en la eficiencia y en la creación de valor para asegurar la protección social, no. Se acabó el dumping social de las economías asiáticas, se acabó la deslocalización de las empresas en busca de mano de obra barata y desprotegida socialmente. Todo eso podemos tenerlo aquí, a la vuelta de la esquina, en el corazón de Europa. Se acabó esa competencia desleal de la que tan amargamente se quejaban los comisarios europeos cada vez que hablaban con los chinos o los países emergentes. Europa pedía entonces derechos sociales para los trabajadores, y medioambientales para todos. Pero –ironías del destino- estamos en camino de homologarnos por abajo; en lugar de derechos para todos, recortes para los europeos. Al final, todos desprotegidos. Esto sí que no lo querían Schuman y Monnet, pero ha acabado imponiéndolo el nuevo gobierno mundial: el mercado.
A ver si, al final, la reforma del capitalismo era esto.