Por Miguel Rodríguez Andreu, becario de la AECID en la Universidad de Belgrado
Belgrado es una ciudad que respira fútbol europeo de aromas omniscientes. Literatura en las terrazas de Njegoseva, cultura en pantallas de plasma. Mesas ocupadas por rubias esbeltas y hombres con chándal frente a tercios de cerveza, «nescafas» espumeados y zumos de colores. Sillas, sofás, butacas y sillones, a donde vienen a parar los fieles con porciones de pizza y bolsas de palomitas. Todos tienen a quien adorar: España la favorita, luego Argentina... y en último lugar Alemania. Es inútil escapar del deporte del balón, la realidad de la calle es obsesa y científica. Al que se le cortocircuita el gusto al hablar de fútbol encontrará que este deporte rezuma matices. Profesores universitarios que recuerdan alineaciones añejas, taxistas levitando al volante citan la vieja escuela yugoslava: Stanković , Mirković, Đorović, Jokanović, Đukić, Brnović, Jugović, Savićević, Mijatović, Stojković, Mihajlović y Milošević. Los doce apóstoles. Devoción, pero ciencia empírica al fin y al cabo.
Hay en los serbios un guardián europeo, pasión de clérigo que oculta en la ermita obras y milagros de remotos ídolos futbolísticos. Parecen desempolvar libros, obras catecúmenas, y desde la oración logran ilustrarte el destino cautivo de la malograda selección del Mundial de Francia 98. Un piso en el barrio de Mirijevo, sin ascensor, rellanos acristalados, una mesa donde poner las pantuflas de 300 dinares, y horas de fútbol en un gran televisor, todo eso junto a una aleatoria selección de bebidas alcohólicas y vasos de cristal pigmentado con colores acuosos. Otros abandonan sus escondrijos por la paz y el incienso de los santuarios del dinero: Meridian, Balkan Bet, Golden Goal, Atlantik, Derby, East Monaco... laboratorios de neón. En la ventanilla se cobran caras las apuestas al Ghana-Uruguay. Son los templos del juego y la cultura popular, la clase trabajadora su supremo sacerdote. Socialismo y evangelio van de la mano.
Los futbolistas entrevistados, naufragados en la resignación: «Así es la vida, que le vamos a hacer». En la RTS, la televisión nacional serbia, Kolarov y Ninković, jugadores de alto voltaje, nueva generación del fútbol serbio post-yugoslavo que ha quedado eliminada en la liguilla. Primer partido, un penalti innecesario, con una mano en la esquina del área, 1-0 ante Ghana, la esperanza africana. Segundo partido, el medio del Inter, Stanković, ve la luz: «En la mente ha estado el cambio», una victoria de raza, heroica después de una larga espera desde Chile 62, 1-0 ante la eterna rival, Alemania, de las que desatan kilovatios en el corazón de la capital. Tercer y último partido: Contra pronóstico, herejía, una derrota por 2-1 contra la musculosa Australia. Resultado: 3 puntos, es decir, a casa. Alemania y Ghana todavía están en cuartos. Lo dicen los números.
Mientras los anuncios de cerveza se suceden «Jelen:Navijači znaju zašto» («Jelen: Los aficionados saben por qué»). Serbia eliminada, y se cometió el pecado: algunos jugadores fueron pillados por los medios fumando y bebiendo en el hotel. Marko Pantelić, Danko Lazović, Aleksandar Luković, Vladimir Stojković y Nenad Milijaš. El pueblo ruega clemencia. Suplentes casi todos, con permiso del entrenador y... ¡fue antes del partido que ganaron! ¿A la hoguera? Pantelić hace los votos: «En lo que se refiere a la fotografía, no escondí que fumo. No pretendo retirarme del equipo nacional, soy un soldado de la selección y no la voy a abandonar». No hay ángeles en el camino a la derrota. Los hinchas: devotos con capucha, pantalones azul marino y zapatillas air max, dejaron de ir hace tiempo en paz al Estrella Roja-Partizan. Los pontífices al paso de la procesión de Serbia en Sudáfrica miran al cielo clamando redención. Los feligreses y científicos vuelven a sus rincones. Deberán meditar cuatro años más recorriendo la sagrada transición que conduce al Mundial de Brasil. Los arcángeles de una de las mejores escuelas europeas del fútbol: los serbios. Es cuestión de ciencia, y también de fe.