«Estudiaba en una escuela del gobierno en Guidimdaz, una aldea del área de Mokolo (en la región Extremo Norte), cuando un hombre le ofreció 5.000 francos CFA (alrededor de 8,50 dólares) a mi madre por mi mano. Me negué y alerté a algunas personas, entre ellas a la directora de mi escuela», nos cuenta Bienvienue, ahora de 15 años.
La adolescente cree que su madre consideró la oferta por razones económicas. «Mi padre había muerto y no había nadie que pagara la escuela ni se ocupara de nosotros», recuerda. La directora de la escuela, Asta Djarmi, le rogó a su madre que no la diera en matrimonio a un hombre mayor.
«Luego intervino Aldepa y devolvió los 5.000 francos CFA de la dote. También me pagan la escuela», añade Bienvienue agradecida. Explica que su sueño de ser maestra hubiera quedado hecho añicos si se hubiera casado.
El suyo no es un caso raro de resistencia en la región.
En la aldea vecina de Zilling, por ejemplo, Nabila, también de 15 años, logró escapar de la casa en la que vivía con su esposo. «Mis padres me obligaron a casarme con un hombre mayor hace dos años, cuando solo tenía 13», relata Nabila. «Viví en la casa del hombre 14 dolorosos días. Sentí como si un espíritu maligno me atormentara y decidí escapar».
Pero en esos 14 días quedó embarazada y ahora cría sola a su hija. El hombre del que escapó no presentó cargos en su contra ni solicitó que regresara al hogar marital. «No puedo hacer eso por nada del mundo», dice rotundamente. El matrimonio precoz frustró sus planes de ser enfermera, y ahora Nabila asegura que nunca permitirá que su hija pase por ese trauma.
«Haré todo lo posible por mantenerla en la escuela. Le pido al gobierno que prohíba el matrimonio temprano para que las niñas puedan ir a la escuela y se casen cuando hayan terminado sus estudios».
Aldepa ofrece asistencia legal a la madre de la adolescente, y uno de los directores, Henri Adjini, nos dice que la organización paga la escuela de 87 adolescentes rescatadas de matrimonios precoces. Adjini añade que el matrimonio infantil formaba parte de la cultura de las tribus mafa y kapsiki, que casan a sus hijas a cambio de la dote, un pago en efectivo, ganado o distintos productos.
«El deseo de fortalecer los lazos familiares y las amistades son muy importantes para las personas de aquí y creen que lo logran casando a sus hijas. Algunos solo usan a sus hijas para pagar sus deudas. El deseo de la joven difícilmente cuenta aquí», explica.
Casar a las hijas es una estrategia de generar ingresos en Camerún, donde casi una de cada tres personas de los 22 millones de habitantes son pobres, según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
De hecho, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), hay una relación entre matrimonio precoz y pobreza en este país de África central, donde el 71 por ciento de las niñas casadas procede de hogares pobres. Datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), de 2014, revelan que el 31 por ciento de las adolescentes en la región Extremo Norte terminan en matrimonio precoces.
La ministra de Empoderamiento de Mujeres y Familia, Marie Therese Abean Ondoa, condenó públicamente el matrimonio infantil diciendo que es «inmoral vender a las hijas como si fueran una propiedad». El matrimonio temprano no es patrimonio de Camerún. Muchos otros países de la región y el mundo tienen situaciones similares o peores.
Según un informe del UNFPA de 2013, dos de cada cinco niñas menores de 18 años están casadas en África central y occidental. El peor país en este sentido es Níger con el 75 por ciento de menores casadas, la mayor proporción del mundo, seguido de Chad, con un 72 por ciento, y de Guinea, con el 63 por ciento.
Como la mayoría de los gobiernos de la región, Camerún no hace mucho por proteger a las niñas. La edad mínima legal para contraer matrimonio son los 15 años para las niñas y 18 para los varones. Pero aun en esos casos, el requisito legal de que para contraer matrimonio es necesario el consentimiento de ambas partes rara vez se cumple.
La ministra Ondoua ayudó a organizar campañas de concienciación y colaboró con varias organizaciones no gubernamentales, con la comunidad y con líderes religiosos en zonas rurales para educar a la población, pero no ha podido convencer al gobierno de elevar la edad mínima legal.
Sin embargo, las campañas dan resultado, y muchas niñas rechazan los intentos de su familia de entregarlas en matrimonio a cambio de dinero, como hizo Abba Mairamou.
«Tenía 12 años cuando mi padre me sacó de la escuela, en 2004, para ofrecerme a su amigo como esposa. Me negué, mi padre se enojó y me quería echar de casa. Estaba desesperada hasta que me presentaron a la asociación que lucha contra la violencia hacia las mujeres en Maroua», relata Abba.
«Después invitaron a mi padre a una reunión y lo convencieron para que se opusiera al matrimonio precoz e involuntario. Esto nos cambió a los dos por completo», asegura. «No solo me negué a ser víctima de un matrimonio involuntario, sino que ahora lucho en contra de él».
Abba formó la Asociación para la Autonomía y los Derechos de las Niñas, conocida por su sigla en francés, APAD, que procura sensibilizar a las adolescentes y a sus padres, en su barrio de Zokkok, en Maroua, en contra del matrimonio precoz.
«Ahora damos refugio a muchas víctimas de matrimonios forzados, y muchas muchachas se rebelan contra esa costumbre dañina», remarca radiante.