El genial escritor colombiano fue corresponsal en Europa
El premio Nobel de Literatura 1982, el colombiano Gabriel García Márquez ha muerto en México al no superar una neumonía, complicada con otras enfermedades. El gran escritor latinoamericano, de obras tan conocidas universalmente como Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El general en su laberinto o El amor en los tiempos del cólera, trabajó como corresponsal en Europa.
Redactor del diario colombiano El Espectador, llegó al continente europeo en 1955, huyendo de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. El diario lo envió a París, aunque también viajó por Suiza, Italia, Checoslovaquia, Polonia, Rusia y Ucrania. Países en las que alternaba su trabajo periodístico con la narrativa, lo que le permitió editar una de sus grandes novelas: El coronel no tiene quien le escriba. En París vivió varios años y sufrió para vivir de «milagros cotidianos», como definía él la pobreza y los esfuerzos que tuvo que hacer para conseguir unos francos con los que sobrevivir. En 1967 se traslada a Barcelona con su familia, donde en 1970, rechaza el ofrecimiento que le hace el gobierno colombiano de ser cónsul en la ciudad condal. Tras su paso por Europa regresó al continente americano.
El mundo ha rendido homenaje a la figura del escritor, que ya es inmortal. El escritor británico Ian McEwan ha dicho que para encontrar a un escritor como él "hay que volver a Charles Dickens", por su alta calidad literaria y por el poder de atracción que ha tenido sobre los lectores.
De su trabajo de reportero, Gabriel García Márquez reconoció en más de una ocasión que le podía más la ficción que la realidad. «Hay que decirlo, los grandes cronistas inventan un poquito. Lo hacen de una manera dosificada, de manera que los lectores 'no se den cuenta'. En el oficio de reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad»".
En 1967 llegó a Barcelona y se enamoró de una "ciudad donde se respiraba" y en la que vivió hasta 1975. En el barrio de Sarrià escribió "El otoño del patriarca". Y allí compartió literatura, sueños y experiencias con otro nobel, el peruano Mario Vargas Llosa. En aquellos momentos eran muy amigos y sus viviendas eran contiguas, se decía que sus amigos iban a comer a casa de uno y tomaban el café en la del otro. Dejó la ciudad condal cuando Europa obligó a los colombianos a viajar con visado.
En 1982 recogió en Estocolmo el premio Nobel de literatura con un discurso sobre La soledad de América Latina. En su lectura pidió a Europa que respetara la identidad y el cambio social en Latinoamérica, el continente que creaba una nueva utopía... «donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra».