La Ethical Fashion Initiative (EFI), con sede en Ginebra, es ahora un programa emblemático del Centro de Comercio Internacional, una agencia vinculada a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La EFI, que se concentra principalmente en mujeres de esas regiones, trabaja con diseñadores como Stella McCArtney y Vivienne Westwood para facilitar el desarrollo y la producción de «artículos de moda éticos y de alta calidad» con artesanos que viven en zonas de bajos ingresos tanto rurales como urbanas.
También procura que «la creciente generación de talentos de la moda de África logre colaboraciones respetuosas con el ambiente, sostenibles y satisfactorias desde el punto de vista creativo con artesanos locales». El eslogan «no es caridad, solo trabajo» refleja el interés de la iniciativa de lograr una industria de la moda global más justa.
Por primera vez, este año, EFI ha colaborado con la feria de comercio internacional más importante para hombres, Pitti Immagine Uomo, que contó con representantes de cuatro países africanos durante el evento realizado del 16 al 19 de este mes. El director general de Pitti, Raffaello Napoleone, señaló que los diseñadores africanos que este año participaron en el espacio Nación Invitada, priorizaron la fabricación en sus países, que ayuda a reducir la pobreza, y que estos ya son conocidos en el mercado internacional.
Analistas de mercado prevén que el valor global del sector de la vestimenta de venta al público crezca un 20 por ciento con respecto a 2014 y que llegue a 1.500.000 dólares en 2017. En ese contexto, los distintos sectores de la industria pueden convertirse en una fuente de empleo en muchas regiones, desde el diseño, pasando por la confección hasta la venta.
Pero en los últimos años, se ha instalado la controversia sobre la presunta exclusión de diseñadores y modelos de origen africano en eventos de alto perfil.La escritora Tansy E. Hoskins, autora del libro «Stitched Up: The Anti-Capitalist Book of Fashion (Puntadas: el libro anticapitalista de la moda)», publicado el año pasado, dedica un capítulo entero a la cuestión de si la moda es racista.
Varias décadas después de que una reconocida revista de moda pusiera por primera vez a una modelo negra en su portada, «las pasarelas blancas, las campañas de publicidad blancas y las imágenes de moda blancas son la norma», asegura. A EFI le preocupa principalmente la reducción de la pobreza y el trato ético de los artesanos, pero Cipriani reconoce que el racismo es un problema y que la pobreza se relaciona tanto con cuestiones étnicas como de género.
En la industria de la moda hay compañías que tratan de adherirse a estándares éticos, que contemplan la diversidad, las condiciones laborales y la sostenibilidad ambiental; 30 marcas internacionales se suscribieron al proyecto de EFI. Pero no todas las empresas son adecuadas. «Tratamos de trabajar casi exclusivamente con marcas que tienen un claro programa de responsabilidad empresarial y de participación social, de lo contrario siempre corremos el riesgo de ser usados y de tener que limpiar las meteduras de pata de otros», nos explica Cirpriani durante su estancia en París para reunirse con diseñadores.
«También tratamos de trabajar con grandes distribuidores y nos hemos dado cuenta de que es imposible por lo que hacemos».
Hace dos años, en Bangladesh, más de 1.100 trabajadoras murieron y 2.500 quedaron heridas por el derrumbe de una fábrica tras ignorar las alertas de seguridad. Allí se confeccionaban prendas para marcas como la italiana Benetton, que finalmente este año ha anunciado que contribuiría con un fondo de compensación a las víctimas.
«Lo que ocurrió en Bangladesh fue un horror, y hay muchas situaciones en las que puede repetirse el mismo horror», observa Cipriani. «Lo más importante en cuanto a la responsabilidad siempre debe ser la gente. Condiciones laborales dignas». También hizo hincapie en que a muchos empleados que trabajan en la cadena de suministro de la industria de la vestimenta, el sueldo no les alcanza para vivir. «No les pagan lo suficiente para que puedan tener una vida digna», subrayó.
En Haití, conocido tanto por su talento artístico como por su pobreza, los activistas sostienen que relacionar a los artesanos locales con diseñadores internacionales puede ser importante. Por ejemplo, la diseñadora haitiana-italiana Stella Jean, que trabaja con EFI, incorpora tradiciones haitianas del bordado y el uso de abalorios en su colección. Jean, extrae varios elementos de sus diseños a través de los proyectos de EFI, explica Cipriani.
La colaboración empezó con una visita a Burkina Faso, uno de los mayores productores de algodón de África y con una importante tradición de tejido a mano, en que la diseñadora vio la posibilidad de «trabajar con esos textiles producidos con ética». Los incorporó como un elemento clave de sus colecciones de «prêt-à-porter» para hombres y mujeres.
El año pasado, lanzó una nueva línea de bolsos producidos en Kenia con telas de Burkina Faso y Mali y cuero vegetal curtido keniata, «lo que hizo de cada bolso un producto panafricano», según EFI.
Las diseñadoras McCartney (que no quiso ser entrevistada) y Westwood han realizado varios pedidos en Kenia, y EFI realiza «evaluaciones de impacto» para analizar cómo se ajustan a los estándares laborales justos y «el impacto de esas órdenes en la gente y en las comunidades en las que viven».
«Trabajamos con mujeres que suelen sufrir discriminación en sus comunidades, pero al tener un empleo, su posición social mejora», explica Cipriani. «Logran independencia y respeto, y en muchos casos se vuelven la principal fuente de ingreso de sus familias». Pero la industria de la moda no se puede transformar totalmente sin una acción colectiva masiva, subraya la escritora Hoskins.
«La moda ética se ha convertido en una expresión que abarca temas como la toxicidad ambiental, los derechos laborales, la crueldad animal y la sostenibilidad del producto», explica. «Tras unos 20 años aproximadamente y, a pesar de algunas iniciativas innovadoras, sigue teniendo una 'parte de mercado excepcionalmente baja' de solo el uno por ciento del mercado total de la vestimenta».
Según ella, preguntar si alguna vez la industria de la vestimenta llegará a ser ética es como preguntar si el capitalismo llegará a ser ético.
«Para mí la respuesta es que no porque está basada en la explotación, en la competencia y, por encima de todo, en la ganancia, y eso es lo que baja los salarios, baja los estándares ambientales y baja y baja», nos dice. «Hay pequeñas empresas haciendo las cosas de modo diferente, pero producen quizá unos pocos miles de prendas al año. La industria de la vestimenta produce miles y miles de millones de prendas al año», recalca.
«¿Por qué no todos los productores fabrican de forma ética?», pregunta.
Y se responde, «Los consumidores deben reclamar cambios. No pueden ser demasiado conformistas».