Me recuerdan a los kosovares de Suiza o Alemania. A veces, para la solidaridad; a veces, por desgracia, eso sirvió para extender la violencia: «Grupos tan diversos como el IRA y las Brigadas Rojas se conectan a grupos similares de Oriente Medio, Asia y otros lugares para crear violencia a gran escala en el corazón de la vida diaria: cafeterías, eventos, deportivos, centros financieros, estaciones de tren y autobús» (Appadurai). Lo mitológico y lo real se entrecruzan desde muy lejos. El deporte de masas, la música y las imágenes nos han transformado. ¿Qué es hoy una minoría? ¿Quiénes son los míos? Sí, tengo algunas certezas respecto a mi origen. Soy europeo, hablo español (castellano), pero también puedo expresarme en otros idiomas.
Quiero contar mi historia, pero me fascinan las de muchos otros. La comunicación ofrece posibilidades nuevas al imaginario colectivo: «La imaginación se ha convertido en un campo organizado de prácticas sociales, en una forma de trabajo (en el sentido de tarea laboral y de práctica cultural organizada), y en una forma de negociación entre los puntos de acción individual y campos definidos de posibilidades globales. Ese desencadenamiento de la imaginación enlaza con el juego de las amalgamas (en ciertos aspectos) del terror y de la coerción de los estados y de sus competidores». Piensan que la solución es hacerse con los mecanismos de poder tradicionales de los estados-nación. Por el contrario, desde aquí mismo, el escritor libanés Amín Maalouf señala: «Europa debe dirigirse a los ciudadanos, no organizar las relaciones entre las tribus».
En mi aula escolar pueblerina, los mapas eran amplias gamas de colores distintos de imperios dispersos, que simplificaban el mundo. El problema es que la versión política de las minorías acalladas durante décadas puede no ser tampoco humanamente razonable, ni matizada de verdad. Si revisamos las disposiciones otomanas para evitar conflictos en Jerusalén, comprobaremos que eran muy razonables. Trataban de evitar choques entre minorías y mayorías religiosas. El inglés globalizado es útil para nuestros intercambios humanos, pero también se usa con frecuencia como brazo duro del poder imperial contra la disidencia globalizada. Me sirve para hablar en Asia, pero bloquea mi comunicación natural con algunos latinos empeñados en pasar por ese idioma cuando no lo necesitamos.
Claude Hagège, autor de Halte à la mort des langues, señala que 25 idiomas mueren cada año. Es terrible, pero defender su pervivencia no implica aceptar nuevas fronteras. La amputación territorial ha producido más tragedias que riqueza cultural y diversidad. Y aunque deba estudiarse caso por caso, el enfrentamiento del poder político (más o menos centralizado) con una cierta élite restringida puede estar en las antípodas del avance hacia una sociedad más justa.
Arjun Appadurai estima que el Reino Unido contribuyó históricamente a reforzar la idea de «minoría» con su elaboración de censos de las distintas comunidades en la India británica. Antes de ellos, la porosidad cultural y religiosa eran mayores. Appadurai concede gran importancia al impacto de los intercambios culturales (fenómenos como los filmes árabes de Egipto o los indios de Bollywood), así como al deporte globalizado y a la multiplicación de los fetichismos culturales. En mi caso, creo que el mundo del deporte, el fútbol en particular, la música, en especial el rock y el blues, así como los viajes, me ayudaron a comprender mis orígenes con cierto distanciamiento.
No he dejado de ser yo, pero me convertí un poco en otros. Cuando vemos los mapas idealizados por movimientos políticos separatistas europeos, el delirio de sus imaginarios no es menor que el de los viejos mapas coloniales. Casi todos los países europeos han firmado la Carta de Lenguas Minoritarias (adoptada en 1992), quizá con la gran excepción de Francia que no lo ha hecho -en todos sus términos- por las implicaciones jurídicas. ¿Pero qué hay de las nuevas minorías religiosas o culturales? ¿Pueden ser «minoría» los dominicanos de Madrid, los etíopes de Roma, los pakistaníes de Barcelona, o solo les queda «integrarse»? El entramado jurídico de los estados –y de sus élites subyacentes- sigue yendo por detrás de la realidad globalizada. El viaje puede ser relajado o incierto. Depende de nosotros.
Incertidumbre planetaria, genio étnico e invención de fronteras
Mi admirado Appadurai se refiere al papel político de la incertidumbre, agravada por el flujo financiero ilimitado y que escapa al control de todos los gobiernos. También advierte que bajo cada idea de estado subyace la peligrosísima idea de «genio étnico». «Esta clase de incertidumbre se halla íntimamente relacionada con el hecho de que los grupos étnicos de hoy se cuentan por miles y sus movimientos, mezclas, estilos culturales y representación en los medios de comunicación crean dudas profundas acerca de quienes exactamente se hallan dentro del «nosotros» y quiénes dentro de «ellos» (citado en El rechazo de las minorías. Ensayo sobre la geografía de la furia, Arjun Appadurai).
Cuando debatimos problemas de minorías, lenguas y nacionalidades, tenemos que mirar siempre de reojo al posible narcisismo político-cultural. No se trata de esconder las características propias, pero quien cree estar en lo cierto de manera irrebatible puede llegar a la conclusión de que la justicia sólo llegará si nos rendimos ante su idea de nueva división fronteriza. En este mundo de locos se olvida que la serie de censos británicos, por comunidades estancas, el desarrollo de la vieja cultura de la India del pasado (hindutva) y una propuesta moderna, desembocaron en millones de dramas humanos y en la subdivisión del subcontinente. Pakistán es hoy una realidad, pero fue una palabra (un acrónimo) que inventó una persona un día determinado: «El proyecto de crear un estado musulmán autónomo había sido formulado por primera vez el 28 de enero de 1933 en un documento mecanografiado de cuatro páginas y media redactado en Inglaterra, en una casa de campo de Cambridge. Su autor, Rahmat Ali, era un universitario indio de cuarenta años de edad...» (Relatado en Esta noche, la libertad, de Dominique Lapierre y Larry Collins).
¡Ah, el poder del imaginario! Yo también tengo el mío: Lisboa capital de la República Ibérica. Pero procuro ser prudente con mi proyecto político. Appadurai es –a veces- lapidario. Después de afirmar que las minorías son el «producto de un mundo claramente moderno de estadísticas, censos, mapas de población y otras herramientas estatales creadas en su mayor parte a partir del siglo XVII», afirma: «Así pues, las minorías son una categoría social y demográfica reciente, y en la actualidad generan nuevas preocupaciones relativas a derechos (humanos y de otros tipos), ciudadanía, pertenencia y autoctonía y a los subsidios estatales (o sus restos fantasmales)». Uf, qué duro.
Hay que defender cada forma de expresión, cada idioma, todos los idiomas por pocos hablantes que tengan, todas las creencias políticas, religiosas o ciudadanas. Pero hay que pensar también –con mucho cuidado- en los conflictos que se pueden generar. En los dramas humanos nuevos, en posibles estallidos de violencia. En los separatismos históricos europeos reavivados, hay contenidas viejas injusticias, la represión de idiomas, lenguas e identidades; pero también invenciones históricas delirantes y reivindicaciones económicas de regiones ricas hacia territorios despoblados y pobres, donde las injusticias fueron otras. Ignoradas hasta hoy, no siempre es fácil deslindarlas.
Nací en uno de esos territorios empobrecidos y despoblados por la historia, donde la identidad no parecía existir para nadie. Pero descubrí que incluso allí, donde la luz eléctrica desaparecía durante muchos días invernales, quizá yo estaba –lo parecía- con los mayoritarios. Sin embargo, las hablas de mi infancia casi no existen. Puede que sea natural. No me importa tanto porque gané otras «que son botín de guerra», como decía el escritor argelino (y kabil) Yacine Kateb. Tras mis años de enviado especial en la antigua Yugoslavia, eso sí, me volví más prudente al hablar de «derecho a decidir», «liberación», «autodeterminación». Son conceptos más equívocos que el rock and roll y bastante más peligrosos. Los casos, por favor, de uno en uno y pesándolos como si fueran caviar del mar Caspio.
Todas las guerras de los Balcanes, históricas o de la última modernidad, no mejoraron la realidad, ni resolvieron todos los problemas. En el Cáucaso, azeríes y azerbaiyanos, pueden volver a las armas cualquier día en el Alto Karabaj. Abjasios y georgianos se volvieron a matar no hace tanto sin resolver nada. El problema actual es que aspirar a identidades territoriales uniformes, o de mayoría uniforme, sugiere a algunos el fin de sus incertidumbres; pero prepara el terreno a otras nuevas. En este mundo, hay que diferenciar entre «identidades de origen, identidades de residencia e identidades de aspiración». Lo nuevo se inventa con ligereza partiendo de materiales de desescombro del pasado.
Ojo con los procesos propagandísticos de creación de chivos expiatorios (pueden estar, inconscientemente, a un lado y otro). Appadurai se refiere a las «identidades predatorias» que los promueven, a dinámicas que pueden deslizarse hacia la violencia y hacia posibles nuevas injusticias, al inconsciente reforzamiento de viejos (nuevos) estereotipos (mutuos). Así que déjenme tener mi propia leyenda, disfrutar con mi propia mitología. Si hay que cambiar la capital, ponedla en Lisboa, por favor, que es una ciudad amable. Permitidme ser un poco gitano portugués transfronterizo. Terminaré allí de aprender a danzar el haka de las antípodas; en el estuario del Tajo, frente al mar.
Minorías: rechazo, globalización y memoria subjetiva
Minorías: rechazo, globalización y memoria subjetiva (II). Implosión de las identidades en el siglo XXI
Minorías: rechazo, globalización y memoria subjetiva (III) Las redes imaginarias, según Appadurai