Si los británicos son monárquicos de corazón o no nunca está del todo claro, pero lo que es evidente es que participan gustosamente de los fastos de la monarquía. Cualquier acontecimiento o aniversario es excusa perfecta para sacar a la ventana la Union Jack y unirse a la fiesta, que sin duda es y será multitudinaria. La crisis no es obstáculo ni motivo de queja.
«Una de las mejores cosas que aporta la monarquía y, especialmente la familia real y su majestad la reina, es el sentido de unidad nacional y de estabilidad, algo que el país entero puede identificar con ella», ha dicho el primer ministro británico, David Cameron.
Los 60 años de reinado de Isabel II merecen cuatro días de celebraciones. Empezaron el sábado con las tradicionales carreras de caballos en Epsom Derby y finalizarán el próximo martes con multitud de festejos por las calles de Londres, un servicio religioso en la catedral de San Pablo, recepciones en Westminster Hall. Mañana, espacio para viejas glorias del pop, incluido el grupo Madness y varios Sir de fama mundial para rendir honores a la reina, Paul McCartney, Tom Jones y Elton John.
Con todo, el acto más espectacular ha tenido lugar este domingo cuando mil barcos han navegado por el Támesis en lo que ya ha pasado al libro Guiness de los récords como el mayor desfile fluvial de la historia. Lo encabezaba la reina, a bordo de The Spirit of Chartwell, decorado con diez mil flores de sus jardines y acompañada de su marido, el príncipe Felipe, y otros miembros de la familia real.
No ha importado que el tiempo en Londres fuera casi invernal y la lluvia persistente para que un millón de personas vitorearan a la reina durante los once kilómetros del recorrido, que podía verse en cincuenta pantallas gigantes y que estuvo amenizado por bandas de música y la Filarmónica de Londres. No se ha reparado en esfuerzo ni gastos. El paseo naval ha costado dos años de preparativos y quince millones de euros.