El apoyo común a Grecia une a Merkel y Hollande en su primera cita. Con los ojos de Europa puestos en Berlín, el recién nombrado presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, han buscado los puntos de encuentro ante las cámaras. Relaciones de respeto mutuo, austeridad y crecimiento como binomio y la continuidad de Grecia en el euro son, de momento, credenciales comunes ante la UE. La era Merkollande ha comenzado (quizás).
No se esperaban grandes decisiones en esta primera reunión entre Merkel y Hollande, pero sí gestos. Los ha habido. El presidente francés se retrasó una hora porque un rayo alcanzó al avión que le llevaba a Berlín y tuvo que volver a París para cambiar de vuelo. Un cielo peor que gris le recibió en la capital alemana. El saludo entre ellos fue cordial, pero distante. La ceremonia de bienvenida, con banda militar y revista a las tropas parecía hacérseles interminable. Por dos veces, Francia y Alemania se tropezaron al colocarse sobre la alfombra roja. Los nervios de la primera cita. Al fin y al cabo, la mujer con más poder político de Europa recibía al séptimo jefe de Estado de la V República francesa.
Así desaparecieron de las cámaras, para volver dos horas después, rehechos, conscientes de que eran el objeto de deseo de todas las cámaras de Europa; sonrientes y relajados, Merkel y Hollande concedieron el apretón de manos más buscado. Francia y Alemania daban señales de pretendido entendimiento.
Y más allá de las formas, el contenido que se podía esperar. Después de semanas de desencuentros en la distancia, las posturas son firmes pero tamizadas por la diplomacia de una jefatura de Estado en Francia y no un candidato en busca del triunfo y por una anfitriona que necesita mantenerse en la cumbre en Alemania y en Europa. Aun así, Hollande ha enfatizado ante la prensa su principio sagrado: que Europa necesita una política de crecimiento, no solo de disciplina presupuestaria. Pero, de momento, no podía haber críticas. Merkel ya había movido ficha al promover una cumbre del crecimiento que el presidente del Consejo Europeo se apresuró a convocar para el 23 de mayo. Así pues, como ha dicho el nuevo presidente francés, se discutirá de todo y después se tomarán decisiones. Las premisas: para Hollande, que el crecimiento no sea una palabra vana, hasta deben incluir los eurobonos, ha dicho hoy; para Merkel, que el crecimiento no cueste un euro. «Las diferencias entre ellos son enriquecedoras», ha dicho la canciller.
Haya intención o no de que Merkollande sea un hecho, los dos partenaires no lo tienen fácil. Francia celebra elecciones legislativas en junio y la bandera de otra Europa es posible no puede dejar de ondear en las filas socialistas. Alemania ve resurgir en las elecciones regionales el voto socialdemócrata y Merkel puede verse tentada de enfatizar el tópico del derroche periférico de Europa y el sacrificio alemán y, en consecuencia, mantenerse firme en los planteamientos aunque la retórica se adapte a las circunstancias. De momento, Hollande ha subrayado en Berlín que las relaciones entre Alemania y Francia son «estrechas, equilibradas y de respeto mutuo». Es más, son una «constante» histórica.
Pero para que todo funcione, Europa debe existir como la conocemos, cosa que en estos momentos la situación en Grecia pone en duda con el panorama de unas elecciones con resultados aún más inciertos. Así que, responder al SOS de Atenas era prioritario y Merkel y Hollande han reiterado que quieren a Grecia en la moneda común. Hollande, en la línea ortodoxa, ha recordado que Grecia ha asumido unos compromisos «que deben ser cumplidos», pero en su línea propia, también ha apuntado el envío de señales a Atenas para que el país vuelva a la senda del crecimiento. Merkel ha señalado que uno de los motivos para la creación del euro fue convertir en «irreversible» la Unión Europea y que la moneda única «no solo es un proyecto monetario, sino político».
En ese proyecto, Hollande y Merkel seguirán marcando la pauta, juntos o por separado. Quizá no vuelva nunca el espíritu de Deauville, pero ambos están condenados a entenderse.