Tras reunirse con el primer ministro canadiense, Stephen Harper, en Otawa, Merkel ha querido sentenciar su postura: «Quiero dejar claro una vez más que necesitamos una solución sostenible y a largo plazo». En lo concreto, se puede interpretar de muchas formas; en lo general, no hay duda. La canciller dice que las declaraciones de Draghi están «totalmente en línea» con lo que los líderes europeos vienen defendiendo: «nos sentimos comprometidos a hacer todo lo que podamos para mantener la moneda común».

La jefa del gobierno alemán asegura que «necesitamos un cierto grado de solidaridad con Europa. Tenemos que aprender a utilizar el dinero que ya hemos dado a fondos estructurales, a utilizar ese dinero de forma más eficiente en el futuro».

Merkel tendrá oportunidad de traducir sus intenciones en hechos cuando la semana que viene se reuna con el presidente francés, Françóis Hollande, y con el primer ministro griego, Antonis Samaras. De momento, juega una doble carta: pide más poderes para la Comisión Europea para que puede intervenir en los presupuestos de los países que se desvíen de los objetivos marcados y habla de responsabilidades políticas compartidas en la zona monetaria común.

Mientras la canciller se pronunciaba así en Canadá, desde Viena, el jefe del Estado alemán, Joachim Gauck, afirmaba que la defensa que hace Berlín de los programas de austeridad en la UE no son»una aspiración de dominio». Se trata, dice, de lograr un buen nivel de «solidez y fiabilidad».