Ha sido en el pleno del Bundestag (la cámara baja alemana), sentada en la tribuna, presentando una figura más pequeña de lo que nos tiene acostumbrados, Merkel ha defendido su giro hacia la izquierda. Y lo ha hecho, como la mayoría de los políticos, buscando el voto de los jubilados. Ha anunciado que las jubilaciones se reducirán hasta los 63 años, para los trabajadores que hayan cotizado más de 45 años en los fondos de pensiones públicas. El ex canciller federal Gerhard Schröder las había alargado hasta los 67 años.
La medida será aprobada en mayo, y de momento solo afectará a unos 900.000 trabajadores, los que nacieron antes de 1952, pero le sirve a la canciller, que siempre ha defendido una política marcadamente liberal, ofrecer una legislatura «más social» y a los socialdemocrátas, presentar la imagen de que han «doblegado» a la «canciller de hierro» y de que cumplen promesas electorales.
Curiosamente, la nueva política laboral de Merkel se produce unos días después de que el presidente francés, el socialista François Hollande, anunciara nuevas medidas económicas que suponen endurecer la edad de jubilación, recortar gastos sociales y reducir la carga financiera de las empresas a la Seguridad Social.
En su primer gran discurso tras la toma de posesión, Merkel habló de que «la humanidad de una sociedad se mide según el trato que dé a los débiles, sobre todo cuando son mayores y están enfermos». El nuevo proyecto de ley, aprobado el miércoles por el Consejo de ministros, prevé mejorar las jubilaciones a las madres y aumentar las prestaciones a personas dependientes o que estén en periodo de rehabilitación. Eso supondrá unos 11.000 millones de euros anuales.
Tras reconocer que la crisis europea sigue latente, pero «controlada», la canciller, inmune hasta ahora a la petición de suavizar las estrictas restricciones en los presupuestos sociales, ha defendido la introducción del salario mínimo interprofesional de 8,50 euros la hora, impuesto por sus nuevos socios de gobierno y ha señalado que defenderá «la economía social de mercado» para situar «a las personas en el centro de la importancia». Otra sorpresa en su discurso, la mandataria germana dijo que «el que arriesgue su dinero cargará con las consecuencias y no será el erario público» el que vaya a rescatarlos. Unas palabras pronunciadas poco después de que criticara los «excesos irresponsables de los mercados.
Ayer se escuchó uno de los discursos más europeístas de Merkel. Alemania, dijo, debe asumir la responsabilidad como ancla de estabilidad y motor del crecimiento europeo, «la unidad monetaria debe ir acompañada de una unión económica y hay que fortalecer las instituciones europeas, pero para eso hay que reformar los tratados».
En su discurso «de izquierdas», Merkel también habló del espionaje estadounidense y criticó que Europa careciera de una «palanca» para forzar a Washington a cambiar su política, abogó por «un pacto internacional» y cuestionó las medidas de vigilancia de algunos estados, porque «se trata de una obligación ética». «Unas actividades en las que el fin justifica los medios y en las que todo lo técnicamente posible se convierte en realidad, destruyen la confianza», dijo Merkel sentada desde la tribuna del Bundestag, obligada por la lesión de cadera que sufrió este invierno.