Posiblemente de esta cumbre europea salga, como estaba previsto, una agenda del crecimiento para Europa pero, si se consigue, será una agenda de parches o posibilidades confiadas a una imprevisible inversión privada. La compra de deuda de los países en dificultades por parte del BCE y la emisión de deuda conjunta de la eurozona siguen siendo tabúes para la canciller alemana, por mucho que el presidente francés gane adeptos para reorientar la política económica de la UE.
La negativa alemana a los eurobonos ha encontrado una explicación meridiana en lo que pasó este miércoles en los mercados, cuando Berlín consiguió colocar 4.600 millones de euros a dos años sin intereses. Algo que nunca había ocurrido y que se justifica por la necesidad de los inversores de encontrar un valor refugio. ¿Quién quiere compartir riesgos de deuda en esa situación?
Desde luego, no Angela Merkel, quien a la entrada al consejo informal ya decía: «Me remito a la situación jurídica. Los tratados de la UE prohíben que se garantice mutuamente la deuda de otros estados y (los eurobonos) no contribuyen a reactivar el crecimiento». La versión opuesta la daba François Hollande en referencia directa a lo ocurrido con los bonos alemanes: «Hay que pensar en un modo de financiación que permita a los Estados miembros de la unión que puedan acceder al tipo de interés más bajo posible (...) Es inaceptable que haya países con una deuda soberana al 6% y otros con tipos cercanos a cero en la misma unión monetaria».
Entre los primeros está España y el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, ha ido a Bruselas con el propósito de ganar apoyos y convencer a Berlín de que el Banco Central Europeo tiene la llave para resolver el problema con la compra masiva de deuda soberana española (e italiana) y con nuevas inyecciones de liquidez a bajo coste para que los bancos puedan recapitalizarse. Los eurobonos para España no son prioritarios, dice Rajoy, quien busca soluciones inmediatas y no a largo plazo.
Merkel se ha declarado a favor de políticas de crecimiento, pero sus ideas son otras. Se refiere a profundizar en el mercado interior, mejorar el funcionamiento del sector servicios, las normas del mercado laboral, las reformas estructurales y la actuación del Banco Europeo de Inversiones. Un ejemplo de la canciller: «Voy a proponer que se mejore la movilidad laboral, porque en algunos países se busca a trabajadores cualificados y en otros hay una elevada tasa de desempleo, especialmente de jóvenes, algo que se podría mejorar a través de agencias de empleo europeas y una mejor colaboración de los centros nacionales».
Los demás dirigentes europeos asisten a la cena mirando de reojo a lo que diga Merkel. Finlandia y Holanda, países con buena calificación crediticia, respaldan sus tesis. Italia y Bélgica, con primas de riesgo acercándose a la línea roja, apoyan las propuestas de Hollande, incluso el canciller austriaco, Werner Faymann, se ha mostrado a favor de los eurobonos, a pesar de que su ministra de Finanzas tachó de tonterías las propuestas del presidente francés. No se deben esperar «cambios dramáticos» en las posturas de los países, ha dicho el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker.
Y en medio de todo este desencuentro europeo aparece Grecia, cuya situación política ha vuelto a llevar el miércoles a las bolsas europeas a un nuevo desastre. Unas declaraciones del exprimer ministro, Lucas Papadimos, sobre el riesgo «real» de que Grecia abandone la eurozona dispararon las alarmas, aunque el político griego se retractó después y aclaró que no hay ningún plan en ese sentido. El mal estaba hecho.
Con esa incertidumbre, los 27 estudian esta noche el caso griego, pero la respuesta no está clara más allá de que es necesario que Atenas cumpla los compromisos adquiridos. Habrá que esperar al comunicado final, si es que lo hay, para ver cómo los dirigentes políticos de Europa salvan una cumbre que, de momento, ahonda sus diferencias y, por tanto, la crisis.