KABUL, (IPS) - Cuando se piensa en la asistencia a Afganistán, lo habitual es concentrarse en la cantidad de dinero que ofrece la comunidad internacional. Se supone que, cuanto mayor sea la suma y más duradero el compromiso, menos riesgos habrá de desestabilización en el país.
Por eso fueron tan celebrados los 16.000 millones de dólares prometidos para los próximos cuatro años por parte de los donantes reunidos en Tokio a comienzos de este mes. Sin embargo, esa ayuda podría no ser tan buena como aparenta.
El mensaje dado en Tokio de fuerte apoyo al desarrollo económico de Afganistán buscó tranquilizar a todas las partes, preocupadas por que los ingresos del Estado afgano no alcancen para cubrir las necesidades.
La brecha de financiación, «según el Banco Mundial, probablemente será del 25 por ciento del PIB (producto interior bruto) para el periodo 2021-2022 y podría ser más alta en años posteriores escribe Thomas Ruttig, codirector de la asociación independiente Red de Análisis sobre Afganistán (AAN, por sus siglas en inglés), con sede en Kabul.
En la conferencia de donantes realizada en diciembre pasado en la ciudad alemana de Bonn, el director de la oficina para Oriente Medio y Asia Central del Fondo Monetario Internacional, Masood Ahmad, estimó que «el repliegue de tropas extranjeras de Afganistán (a partir de 2014) reducirá el crecimiento anual del PIB entre el dos y el tres por ciento o más». Además, «la sostenibilidad fiscal es un objetivo lejano», alerta.
Esas evaluaciones alimentan la idea de que, cuantos más compromisos financieros haya de la comunidad internacional, mejor le irá a Afganistán. Pero el analista Antonio Giustozzi, experto en Afganistán, nos comenta que, por el contrario, una leve reducción de la ayuda extranjera
podría ser positiva, «porque llevaría al nivel de gasto más en línea con lo que efectivamente puede absorber la sociedad afgana».
Incluso el Banco Mundial, en un informe que se conoció en mayo, reconoció que un nivel de ayuda más «normal» presentaría algunos riesgos, pero también «oportunidades para que Afganistán haga una transición a una economía más estable, autosuficiente y sostenible».
Giustozzi asegura que la sociedad y el Estado afganos se han atado a «una forma de patrocinio que crea dependencia y no estimula el desarrollo». La terapia debe ser la desintoxicación gradual, afirma, y el nivel de ayuda debe «disminuir, aunque suavemente».
Por su parte, el Banco Mundial señala que «los donantes necesitan reducir gradualmente los futuros flujos de ayuda para evitar grandes trastornos». En tanto, el gobierno afgano debe buscar formas de «gastar menos pero mejor», afirma Giustozzi. El presidente Hamid Karzai debería además
realizar reformas de gobierno y acabar con la corrupción, como recomendó la conferencia de Tokio.
Pero eso no será fácil. «La corrupción no es solo un poco de arena en la maquinaria, sino que es sistémica. La política está construida en gran medida sobre un sistema de corrupción y clientelismo», afirma.
Un cable diplomático de la embajada de Estados Unidos en Kabul, filtrado en 2009, advertía que las personas encargadas de llevar ante la justicia a altas figuras del gobierno afgano por corrupción «Tenían serias dudas». Si lo hubieran hecho, «se verían afectados algunos de los familiares y aliados
más cercanos de Karzai, y eso obligaría a procesar a algunas personas de las que generalmente dependemos para la asistencia y el apoyo», señalaba el cable.
De todas formas, los donantes reunidos en Tokio renovaron su exhortación al gobierno afgano para que procure una mayor transparencia. Algunos afganos señalan que la propia comunidad internacional no cumple con su obligación por subordinar la meta a largo plazo de la construcción del Estado al interés cortoplacista de la supervivencia política del gobierno de Karzai.
Aunque están nominalmente destinadas a la consolidación de las instituciones, las herramientas de la asistencia internacional han estado guiadas por consideraciones de corto plazo y conveniencia
política, y «han demostrado ser muy destructivas», mantiene la codirectora y cofundadora de la AAN, Martine van Bijlert.
Así lo escribió en la introducción del análisis «Snapshots of an Intervention. The Unlearned Lessons of Afghanistan's Decade of Assistance, 2001-2011» (Instantáneas de una intervención. Las
lecciones no aprendidas de una década de asistencia a Afganistán, 2001-2011).
El plan «Hacia la autosuficiencia», promovido por la comunidad internacional y apoyado por el gobierno afgano, se basa en la misma contradicción: el llamamiento para que el Estado de Afganistán recupere su soberanía y autonomía lo hacen los mismos que lo obstaculizan.
La presencia de ejércitos extranjeros «es uno de los principales elementos que impiden que el Estado, el sistema político y la elite gobernante ganen plena legitimidad», dice Giustozzi. «Cualquier gobierno que dependa del apoyo externo para permanecer en el poder carece de legitimidad», señala.