Médico en Bosnia, taxista en Alemania

Expertos económicos alemanes calculan que la locomotora europea necesita medio millón de trabajadores cualificados para mantener su sistema productivo y social y ése es precisamente el número de extranjeros residentes en Alemania, cuya titulación académica no se reconoce.

Médicos, ingenieros o informáticos de Turquía, los Balcanes o los países del Este trabajan en Alemania como taxistas, camareros o en servicios de limpieza. La demografía alemana apunta malas perspectivas y el gobierno, en pleno debate sobre la inmigración, va a abrir la mano para reconocer las titulaciones que los extranjeros han obtenido en sus países.

El médico bosnio Senad Mulic, taxista en Alemania / Foto:DW

Trescientos mil extranjeros podrán beneficiarse del proyecto que prepara el gobierno de Berlín para reconocer las titulaciones académicas de los inmigrantes residentes en Alemania. Cuando la canciller, Angela Merkel, acaba de decir que los planes de construir una sociedad multicultural han fracasado, se hace un nuevo intento de integración, esta vez, por necesidad.

El ministro de Economía, Rainer Brüderle, ha reconocido que la falta de mano de obra cualificada en Alemania provocó en 2009 pérdidas de 15 millones de euros y ha anunciado que en enero se abrirá un registro para que los extranjeros soliciten el reconocimiento de las titulaciones obtenidas en sus países de origen.

El presidente del Instituto Alemán de Estudios Económicos, Klaus Zimmerman, considera que «en 2015 faltarán tres millones de trabajadores, y se perderán cada año 250.000 empleos, a la vez que los trabajadores serán cada vez mayores y aumentará el número de no cualificados». De hecho, según cifras oficiales, Alemania necesita ya 36.000 ingenieros y 66.000 informáticos. Según recoge Deutsche Welle, una encuesta de la Cámara de Comercio alemana desvela que el 70% de las empresas tienen problemas para encontrar trabajadores especializados a la hora de suplir vacantes.

Alemania tiene una de las tasas de natalidad más bajas de Europa y Zimmerman asegura que ni siquiera subiendo la edad de jubilación a los 70 años se podrá hacer frente a los gastos del sistema de pensiones y seguridad social porque no habrá una generación de reemplazo.

La paradoja es que el propio gobierno alemán calcula que en el país viven ahora 500.000 inmigrantes, trabajadores especializados que ocupan empleos en la hostelería o la limpieza o trabajan como taxistas. Su integración, en otras condiciones, en el mercado laboral alemán, les permitiría además dejar el estatus de receptores sociales que ahora tienen.

Pero no todo son perspectivas optimistas para los inmigrantes. El ministro Brüderle ha propuesto también rebajar el salario bruto anual mínimo de los empleados extranjeros cualificados, de los 66.000 euros anuales hasta 40.000.

Ni siquiera eso convence a todos los políticos alemanes. El primer ministro de Baviera, Horst Seehofer, rechaza la llegada de inmigrantes «de otros ámbitos culturales» y defiende que «Alemania no debe convertirse en el asistente social del mundo».

El ministro federal de Economía, conciliador, responde que «debemos aprovechar más el potencial de trabajadores del país y ganar al tiempo una fuerza profesional extranjera a través de una inteligente política de integración».