El jueves 9 de agosto fue un día especial en Kenia. Muchos keniatas se juntaron en las casas, los centros comerciales y los restaurantes a ver cómo Rudisha, apodado «rey David», confirmaba los pronósticos y su predominio en los 800 metros. La noche del triunfo, las diferencias étnicas se diluyeron y no fue raro ver festejar juntos a hombres y mujeres kalenjin y kikuyu, los dos principales grupos que permanecen enfrentados desde las elecciones de diciembre de 2007. Samuria Pulley, una joven residente del asentamiento informal de Kibera, en Nairobi decía «espero que el sentimiento de unidad que surgió tras la victoria de Rudisha impregne todos los aspectos de nuestras vidas».
Hace cinco años, Kenia estuvo al borde del colapso por la violencia postelectoral que dejó casi 1.200 muertos y unos 600.000 desplazados. Las tensiones no se han disipado ya que las «víctimas de violación, agresión, incendios intencionales y otros delitos aguardan a que se haga justicia», según denuncia la organización Human Rights Watch (HRW), con sede en Nueva York. «Oficiales de policía que mataron al menos a 405 personas, hirieron a unas 500 y violaron a decenas de mujeres y niñas, gozan de una absoluta impunidad», señala un informe de HRW divulgado en diciembre de 2011.
Varias personalidades, entre ellas el exministro de Educación Superior, William Ruto, el presentador de radio Joshua Sang, el actual viceprimer ministro Uhuru Kenyatta y el exdirector de Servicio Civil, Francis Muthaura, están acusadas de crímenes contra la humanidad en la Corte Penal Internacional (CPI). El inicio del proceso está previsto para el 10 de abril de 2013, para unos, y el 11, para otros.
Las tensiones étnicas se mantienen vivas en todo el país. La Comisión Nacional de Cohesión e Integración, creada para facilitar y promover una coexistencia pacífica entre la población tras el conflicto de 2007, alertó sobre la posibilidad de otro estallido de violencia si no se atiende el problema. El Servicio Nacional de Seguridad e Inteligencia informó al gobierno el 8 de mayo sobre la existencia de fuertes indicadores de violencia a raíz del aumento de la actividad política tribal que derivó en hostilidades étnicas, cuando se inició la precampaña electoral para los comicios generales de marzo de 2013.
Pero cuando Rudisha logró su medalla dorada e impuso la nueva marca mundial de 1: 40:91 en la final de 800 metros, el país estalló de júbilo. La población estaba decepcionada porque sus legendarios corredores de media distancia no habían podido obtener una medalla de oro. Ezekiel Kemboi fue el único que lo logró en la carrera de 3.000 metros vallas. Pero su triunfo no despertó el mismo sentimiento de unidad que el de Rudisha porque tiene una causa judicial pendiente, acusado de ser el presunto responsable de apuñalar a una mujer el 27 de junio en Eldoret, en la provincia de Valle del Rift.
Kemboi, obtuvo la primera medalla de oro para Kenia en Londres, y pudo competir gracias a que se le concedió la libertad bajo fianza. Por eso el triunfo de Rudisha inspiró tanta euforia y unidad.
El sociólogo Gidraph Wairire, de la Universidad de Nairobi, dice que el deporte puede ayudar a acortar las distancias entras los grupos étnicos. El deporte genera, tanto en los atletas como en los espectadores, una sensación de «bienestar químico», que despierta un lazo de unidad entre los ciudadanos. «En el caso de los atletas keniatas, si se pudiera priorizar y aprovechar el poder del deporte, Kenia podría reducir las divisiones étnicas, que en cualquier caso también surgen de diferencias menores», explica. Son divisiones apenas superficiales, no intrínsecamente permanentes, añade.
Según Joyce Nyairo, representante residente de la Fundación Ford y especialista en cultura popular de Kenia, este país puede usar el deporte para reescribir su retórica nacional, y forjar una unidad aún más fuerte con buenos resultados. «Es una lástima que el gobierno no cree políticas destinadas a consolidar la unidad nacional incluyendo al deporte», indica Nyairo, quien tiene varias publicaciones sobre cuestiones étnicas vinculadas a los 42 grupos existentes en Kenia.
El impacto del deporte a la hora de inspirar unidad supera a cualquier otro esfuerzo de reconciliación. El triunfo de Rudisha hizo precisamente eso, añade. «Nuestro sentimiento de quiénes somos y de qué tenemos en común con el otro se ordena y se defiende en el terreno deportivo tal como podría quedar escrito en las constituciones o ser debatido en los parlamentos.
El deporte puede ayudar a acortar distancias étnicas de infinitas formas, remarca Nyairo. «Si nos cubrimos con las historias de los atletas, las adoptamos y aprendemos de ellas, con seguridad veremos los contornos sin remiendos que unen a Kenia por encima de las divisiones que amenazan nuestra apreciación de un pasado y un destino común», explica. Precisamente eso último es lo que muchos atletas keniatas deseaban inspirar con su participación en los Juegos Olímpicos, clausurados el domingo.
Antes de viajar a Londres, donde obtuvo medalla de plata en los 800 metros, Janeth Jepkosegei decía «espero que nuestros logros inspiren una unidad permanente más allá de la que expresan los keniatas cuando nos alientan».La violencia de 2007 fue uno de los episodios más tristes de su vida, según dijo. Los keniatas deberían darse cuenta de que la unidad nacional es más importante que el orgullo étnico. «Algunos de los amigos con los que entreno son cubanos, estadounidenses y también etíopes. No veo por qué mis compatriotas no podrían romper su mentalidad tribal y darse cuenta de que somos uno».
El entrenador de los corredores locales, Julius Kirwa, fue muy criticado por el rendimiento de los atletas keniatas, pero al menos consiguió uno de sus objetivos. «Queremos que estos Juegos unan a los keniatas más allá de la pista. Ese es nuestro deseo», dijo antes de partir. El deseo de muchos keniatas ahora es que el sentimiento de unidad alcanzado se prolongue más allá de una histórica noche olímpica.