El comisario europeo de Ampliación, Stefan Füle, ha sido la primera voz en la UE que reconoce la complacencia de Europa con los regímenes autoritarios del Norte de África y que los levantamientos populares han pillado con el pie cambiado a los 27. Sin dudar en volcar el apoyo europeo ahora en la transición, pide coordinación entre los gobiernos europeos y acción para no quedarse como meros espectadores.
En una declaración ante la Eurocámara, Fülle compara la situación con los procesos democráticos que vivió la Europa del Este en 1989 y asegura que que es vital para Europa que el Norte de África sea una región democrática, estable, próspera y en paz.
Para empezar, asumir los errores: «Europa debe mostrar humildad por el pasado. Europa no ha defendido suficientemente los derechos humanos ni a las fuerzas democráticas locales en la región. Muchos de nosotros hemos asumido que los regímenes autoritarios eran una garantía de estabilidad. No era sólo realpolitik, era también una visión a corto plazo que hacía más difícil de construir el largo plazo».
Y pocos gobiernos europeos han asumido su actuación durante décadas en el Norte de África. Algunos líderes nórdicos y poco más. Ha llamado la atención el silencio francés, por su especial vinculación con la zona, o las salidas de todo del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi.
El comisario asume con resignación que, a pesar de los silencios, la gente, en las calles de Túnez o El Cairo, ha estado luchando en nombre de valores que compartimos los europeos. La cuestión es qué tiene que hacer la UE a partir de ahora en escenarios muy desiguales: «Los levantamientos tienen causas comunes: regímenes autoritarios, sistemas políticos paralizados, falta de empleo para jóvenes titulados, violación de derechos humanos y libertades fundamentales... Sin embargo, cada país es diferente y tenemos que adaptar nuestras políticas coordinadamente. No es igual Túnez, con una población homogénea, una fuerte clase media y grandes vínculos con Europa, que Libia donde la tradición tribal sigue siendo alta».
Con este análisis básico, Füle, alerta también de posibles consecuencias negativas para los intereses europeos y cita la inmigración, la visibilidad de los partidos islamistas y la preocupación de que en algunos países, los nuevos poderes puedan no querer jugar con las reglas de la democracia.
A la hora de plantear cómo ayudar en esas transiciones, Fule reconoce que los pasos dados han sido modestos y descoordinados. «Se trata de escuchar las necesidades que tienen los nuevos gobiernos y optimizar los resultados», porque, una vez más los estados miembros están actuando por su cuenta.
En el caso de Libia, con el convencimiento de que el régimen de Gadafi ha llegado a un punto de no retorno, el comisario apunta al problema de la inmigración masiva. La comisión prepara distintos escenarios pero choca con los diferentes puntos de vista de los 27, igual que ha ocurrido con las sanciones al régimen, que se han adoptado cuando ya lo había hecho la ONU y Estados Unidos.
Füle hace sólo una autocrítica tácita y asegura que la Alta Representante, Catherine Ashton y él mismo han pedido a los 27 que asuman el liderazgo a la hora de coordinar la respuesta internacional en estos acontecimientos históricos. Pero vuelve a demostrar lo difícil que es poner a la UE en marcha: conferencias internacionales y bilaterales con los países afectados. Todavía ahora, el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso ha pedido a sus comisarios que identifiquen las mejores líneas de actuación.
Fulle dice estar convencido, lo cual demuestra su poco convencimiento, de que tanto el presidente Barroso como la Alta Representante no fallarán ni permanecerán como espectadores ante lo que está ocurriendo.