Este martes se ha celebrado el Día del Género en la COP 19, y muchas actividades realizadas en la capital polaca se han concentrado en ese tema transversal y su relación con el cambio climático. La jornada comenzó con la presentación del Índice de Género y Ambiente (EGI, por sus siglas en inglés), elaborado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Lorena Aguilar, alta asesora en temas de género para la UICN, nos explica la importancia del estudio. «El EGI es el primer índice de su clase, que ha reunido gobernanza en temas de género y ambiente. Ha evaluado a 72 países, según seis variables diferentes, con cada uno de sus indicadores», dijo Aguilar en la COP 19.
Los 72 países han sido clasificados según su comportamiento en materia de sustento, derechos de género y participación de la mujer, gobernanza, educación en temas de género, ecosistemas y actividades reportadas en los informes nacionales. Cada variable contiene una serie de indicadores para definir su alcance.
Por ejemplo, la variable de «derechos de género y participación» evalúa si las mujeres gozan de iguales derechos (como el de propiedad) y de una representación equitativa en los procesos de toma de decisiones.
El primer resultado llamativo es que muchos países con altos ingresos –algunos de los 34 miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) tuvieron mala puntuación en temas de género, ambiente y desarrollo sostenible.
Esto podría deberse a la «idea (errónea) de que la igualdad de género ya está alcanzada en todas las esferas del país, incluso en el sector del medioambiente», pero también a una falta de voluntad política, observa el estudio.
Los tres países que destacan en temas de género en sus informes nacionales presentados ante las Convenciones de Río sobre biodiversidad, cambio climático y diversificación, y ante la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), fueron India, Kenia y Ghana, por ese orden.
Mientras, Georgia, Uzbekistán e Italia no incluyeron asuntos de género en sus últimos tres informes nacionales a las Convenciones de Río, señala el estudio de la UICN.
Así como la pobreza va de la mano con la desigualdad de género, lo mismo ocurre con los temas ambientales. Esto se traduce en un índice que tiene sus tres primeros puestos ocupados por Islandia, Holanda y Noruega, países de la OCDE.
Las naciones de América Latina y el Caribe aparecen en la mitad del ranking, con la excepción de Panamá, que está entre los países mejor clasificados, justo después de Italia (en el lugar 16) y seguido por Sudáfrica.
Los países de Eurasia también tienen una calificación moderada. El mejor posicionado fue Rumania, en el lugar 22, y el peor fue Uzbekistán, en el 39.
Las naciones de África, Asia y Medio Oriente en general están mal situadas: Yemen se ubicó en el penúltimo lugar de la lista de 72 países, India en el lugar 46 y Pakistán en el 67. En tanto, la República Democrática del Congo se ubicó al final de la lista.
Activistas de género en la COP 19 parecen confirmar lo que muestra el ranking: es en los países más pobres donde el cambio climático tiene un impacto más desigual entre hombres y mujeres.
Por ejemplo, «debido a los roles socialmente construidos, a las mujeres en Uganda se les exige que provean la comida, que la cultiven, la preparen y sirvan para sus familias», explica Gertrude Kenyangi, de la organización ugandesa Apoyo a las Mujeres en Agricultura y Ambiente (SWAGEN, por sus siglas en inglés).
«Los alimentos, la energía y el agua están interconectados, y si no tienes estas tres cosas, que se vuelven más escasas por el cambio climático, entonces no podrás cumplir tu papel y probablemente tu esposo te quitará a tus hijos, y eso afectará a toda tu forma de vida», añade.
La propia Kenyangi escapó de ese destino gracias a un programa educativo. «Vengo de una comunidad dependiente de los bosques, pero rompí con ese ciclo. Me conecté con unas organizaciones religiosas que pagaron mi educación», cuenta. Y así es como, después de terminar sus estudios, fundó SWAGEN, una red de organizaciones de mujeres.
Los movimientos de base son fundamentales para conectar a los gobiernos con las poblaciones vulnerables, pero además «se necesita un esfuerzo deliberado para alcanzarlas», dice Kenyangi.
«Por ejemplo, Mujeres en Europa para un Futuro Común (WECF, por sus siglas en inglés) es una plataforma que me ha permitido asistir a este debate, y por eso puedo presentar la postura de los grupos de base. Sin su apoyo no habría tenido el dinero para venir, no podría haber pagado el pasaje, la estancia, ni siquiera la inscripción» en la COP 19, añade.
«Eso es lo que cambia el círculo vicioso, si alguien interviene desde afuera», señala.
A pesar de su nombre, WECF no se limita a Europa y conecta a más de 150 organizaciones y comunidades en todo el mundo, con el objetivo de impulsar políticas ambientales con sensibilidad de género a nivel internacional.
Lo que la organización quiere recordarle a los políticos, y las políticas, es que el recalentamiento planetario lo causa decisiones diarias y tiene un impacto en la vida de todas las personas. Pero, como en muchos casos las mujeres y los hombres realizan actividades diferentes, el impacto del fenómeno es disímil.
Aunque en Occidente esto sea difícil de comprender, en muchas partes del Sur en desarrollo, donde la agricultura de subsistencia la realizan mujeres principalmente, esa relación queda más clara.
La pakistaní Maira Zahur asiste a la COP 19 como parte de la delegación de la red de organizaciones de mujeres GenderCC, pero en su país trabaja con el gobierno como experta en reducción de riesgos de desastres.
«Para decirlo sencillamente, les aconsejo cómo aplicar ciertas políticas en el terreno, cómo pueden beneficiar a las mujeres, cómo deben revisar esas políticas, modificarlas o ampliarlas, y cómo pueden ser llevadas a nivel de base, explicándole a la gente qué cosas son para su bien», nos dice.
La agencia ONU Mujeres acaba de realizar un estudio sobre sistemas de alerta temprana de inundaciones en Pakistán, considerando un sinnúmero de variables.
La investigación tiene en cuenta si los hombres que trabajan en esas áreas de riesgo o deben trasladarse a otras zonas para poder mantener a sus familias, y si las mujeres que se quedan solas son capaces de tomar decisiones frente a una alerta de inundación o si dependen de otros hombres.
El estudio concluye que «la vacilación a la hora de sacar a mujeres y niñas del ambiente protegido de sus hogares» era una de las razones por las cuales muchas no eran evacuadas, incluso cuando se había dado la alerta de la inminencia de un desastre.
El informe analiza también otros temas relacionados con el género en los campamentos para víctimas de inundaciones, como el acceso igualitario a los servicios de higiene y los problemas de seguridad que afrontan las mujeres. «Cuando haces políticas referidas a alertas tempranas, tienes que tener en cuenta asuntos de género», subraya Zahur.
La participación de las mujeres en todos los niveles de la toma de decisiones parece ser, si no una solución, al menos el primer paso esencial para cubrir estas brechas.
La atención hacia estos temas en el debate sobre el clima parece ir creciendo, como muestra la decisión tomada en la conferencia del año pasado en Doha, de promover el equilibrio de género y la participación de la mujer en las negociaciones, así como la celebración del Taller sobre Género y Cambio Climático en Varsovia, este martes.
No obstante, Zahur es escéptica sobre posibles avances en esta conferencia. «Todos estamos tan metidos en los plenarios, en los grupos de contacto y en las actividades paralelas que el propósito básico de nuestra presencia aquí se ha perdido un poco», advierte.
«Tenemos que encontrar soluciones para ayudar a las personas en el terreno. Esa debe ser la gran motivación. Pero aquí se habla mucho, y es muy tedioso», agrega.