Según el borrador de un acuerdo marco elaborado por Estados Unidos para la «solución de los dos estados», se pondría fin a la construcción de colonias judías en la zona. Pero, a cambio, la presencia militar israelí se extendería 10 años más, dependiendo de la capacidad del futuro estado palestino de protegerse a sí mismo y de garantizar la seguridad de Israel.
Mientras, Blumenfeld está orgulloso de sus dátiles. «Son fruto de nuestros cerebros y de nuestras manos», dice, refiriéndose, obviamente, a las mentes israelíes pero a las manos palestinas.
En 2013 produjo 400 toneladas de dátiles Medjoul de 5.000 árboles, que plantó en 400.000 metros cuadrados desde que se instaló en la colonia de Patsa'el hace cuatro décadas. «Hicimos florecer el desierto, un milagro», señala.
Al igual que Blumenfeld, el terrateniente palestino Ameen al Masri, cuyos huertos se encuentran a unos pocos kilómetros de distancia, está orgulloso de sus dátiles. «Son la madre de todos los dátiles del valle», afirma.
Su granja, asegura, «es el área de cultivos comerciales fuera de temporada más fértil de Palestina». Al Marsi posee la misma extensión de tierra arable que Blumenfeld. Pero «para este paraíso en la Tierra tenemos que pagar un alto precio. Los asentamientos y las bases militares controlan nuestra tierra», se lamenta.
Después de que Israel tomó el control del valle del Jordán en la Guerra de los Seis Días, en 1967, grandes extensiones de tierras fueron expropiadas a agricultores palestinos y destinadas a la construcción de colonias judías y a la instalación de campamentos militares.
El valle, un segmento del Gran Valle del Rift, abarca un 28,3 por ciento de tierra cisjordana, y es el mayor territorio palestino bajo completa ocupación y administración israelí, clasificado como Área C desde los años 90.
Solo las zonas edificadas, que constituyen el 13 por ciento del valle, están bajo control palestino, conocidas como Área A. Israel administra todos los pasajes entre ese territorio y Cisjordania, así como los pasos fronterizos a través del río Jordán, la frontera internacional entre Cisjordania y Jordania.
El puente de Allenby es el único cruce a Jordania abierto a los palestinos cisjordanos. «El valle del Jordán es una zona de amortiguación estratégica entre el estado palestino y Jordania. Debe quedar bajo soberanía israelí porque impide que los yihadistas (combatientes islámicos), Al Qaeda y los salafistas (integristas) entren en Israel», argumenta David el Haiiani, jefe del Consejo Regional del Valle del Jordán, en el que están representados 12 asentamientos judíos.
El 29 de diciembre, días antes de que el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, visitase la región para promover su acuerdo marco, el gobierno israelí presentó un proyecto de ley que si es aprobado por la Knesset (parlamento unicameral), anexionaría las colonias judías del valle del Jordán y crearía carreteras para conectarlas con Israel.
Los palestinos rechazan cualquier presencia israelí, militar o civil, en el valle.
«Si se acuerda una presencia militar de 10 años aquí, (el primer ministro israelí) Benjamín Netanyahu encontrará una excusa en el noveno año para prolongarla otros 10», alerta Al Marsi.
Blumenfeld también tiene una huerta en un zona militar cerrada, ubicada entre una valla electrónica y el río Jordán. «A los trabajadores palestinos no se les permite pasar», señala.
Aunque Israel firmó un tratado de paz con Jordania en 1994, la valla está aún rodeada de minas antipersonas. A fines de los 60, el terreno era considerado por Israel un baluarte de resistencia ante las guerrillas palestinas.
Ahora la zona está habitada por lobos y jabalíes, y repleta de garitas militares, puestos de avanzada y trincheras abandonadas.
«No vinimos aquí por razones ideológicas, sino para cultivar y asegurar el área. Somos agricultores, no políticos», afirma Blumenfeld. «Soy un hombre pacífico, un agricultor», dice por su parte Al Masri. «Sin embargo, los agricultores (también) luchan por su tierra», puntualiza.
Muchos de los palestinos que viven aquí son pastores seminómadas o campesinos. La mayoría son muy pobres y no tienen tierra propia. «Si no trabajas para los colonos, no tienes trabajo», explica un palestino que recolecta pimientos verdes en Patsa'el. Unos 6.000 palestinos trabajan en los asentamientos judíos.
El pastor Ayman eDeis no tiene hogar. Su casucha y la cerca donde tenía sus ovejas fueron demolidas en dos ocasiones, justo antes del invierno. «Las autoridades israelíes no te darán un permiso en toda tu vida», se lamenta, de pie al lado de los escombros de su antigua vivienda.
El gobierno israelí se justifica señalando que no emite más permisos debido a que considera el valle como una zona sensible para su seguridad. En el área militar cerrada se está construyendo una reserva de agua destinada a incrementar la capacidad de irrigación de cuatro tanques y 12 pozos artesianos israelíes.
Los colonos obtienen agua potable del profundo acuífero de Cisjordania, del río Jordán y de las crecidas repentinas. Pero los agricultores palestinos deben esperar a la lluvia, y solo pueden utilizar el manantial de Ein Shibli y cuatro pozos artesianos autorizados. Pueden cavar solo hasta 400 metros en la parte poco profunda del acuífero, donde el agua es salina.
En 2013, los colonos produjeron 11.000 toneladas de dátiles, la mayoría destinados a la exportación. Pero los palestinos solo pudieron producir 2.000 toneladas, en su mayor parte para los mercados locales e israelíes. «El mayor negocio del mundo hoy es la ocupación», dice Al Masri con ironía.
Un informe del Banco Mundial estima que, si los palestinos pudieran explotar los minerales del Mar Muerto en el sur del valle del Jordán, su economía crecería a más de 918 millones de dólares al año.
Un mayor acceso a tierras y agua aportaría otros 704 millones de dólares anuales a la economía. El valle del Jordán se convertiría en el granero de Palestina.
«No quiero a un estado en el papel, donde Israel controle nuestros recursos y fronteras», afirma Mahmoud Daraghmeh, ingeniero palestino desempleado que cultiva frijoles amarillos en su parcela familiar. «Esto no es libertad. Esto no es un estado», afirma.
Mientras, Blumenfeld observa los mirlos que sobrevuelan la frontera con libertad. «Me encanta este valle», exclama.
«Pero para lograr un verdadero acuerdo de paz que el mundo entero garantice, para poner fin al terrorismo, porque en el pasado los terroristas tomaron el control de los territorios de los que Israel se replegó, para poner fin al conflicto... estoy dispuesto a pagar el precio», añade.