A propósito de la muerte de Mandela, líder mundial irrepetible e indiscutible, sobre quien se ha escrito tanto, trataré de aportar algo nuevo. Que raras veces una sola persona puede cambiar el curso de la historia propiciando un nuevo sistema político desde un contexto represor y encima convertirlo en mito pedagógico. Sudáfrica siempre ha sido puesta como ejemplo de «transformación de conflictos» en los libros de historia y en el trabajo de las organizaciones internacionales que operan en otros conflictos en el mundo. Y que su legado influya tan positivamente en la vida de millones de personas, que las acciones y la perseverancia de un solo hombre hayan llevado al progreso y a unas mejoras en las vidas de millones de personas (el cambiar «estructuras» con algo tan etéreo como es la «mentalidad»), y que encima esto se convierta en inspiración para toda la humanidad.
A mi entender, esto ha sido posible gracias a la conjunción de varios factores que raras veces coinciden en el ser humano: por un lado «pura genética», un hombre dotado de una fuerza descomunal guiada siempre por el principio de la reconciliación, dando así con la clave de lo que su país necesitaba, y eso es lo que le hizo tan visionario. Y por otro lado lo achaco también al «factor tribal», algo que no he visto comentar en los días plagados de declaraciones casi monolíticas sobre su figura, ni tan siquiera a John Carlin, una de las personas más autorizadas para hablar sobre Mandela.
Creo entrever en su carisma un factor determinante a la hora de ser capaz de perdonar, la aptitud tribal, pues es muy típica de las comunidades indígenas la bonhomía incluso con quien les discrimina. Un estado primario del género humano antes de contaminarse por las leyes del mercado, la comunidad frente al individuo. Estoy convencida de que este ha sido un rasgo determinante que le llevó a significarse, el bagaje que se llevó desde su aldea, apenas comentado. He conocido de forma directa este modo de ser indígena, por ejemplo en Guatemala, en los departamentos más castigados por la guerra y las matanzas los indios mayas fueron capaces de perdonar hasta al mismísimo genocida Rios Mont. Estoy convencida de que su mirada indígena fue determinante para el éxito.
Que no podemos esperar más hombres-mito, y en este sentido cabe destacar de la figura de Mandela que fue de los pocos líderes que supieron retirarse a tiempo, mantenerse dignamente y sin dejar ni una sola sombra en su trayectoria política y vital, despertar consenso, un hombre tremendamente ejemplar sin más, que supo mantener su liderazgo hasta la muerte. Supo cómo saber estar en cada momento. Que te bailen, canten, recen, festejen, y hasta lancen un guiño a la eternidad desde todas las partes del mundo, como signo de respeto y admiración globales, desde todos los credos religiosos y condiciones, es un honor que casi nadie se gana en este mundo...
Pero así mismo creo que la repetición de este tipo de figuras está pasando a la historia, que fueron típicas del siglo XX, un siglo huérfano de padres protectores de la patria que necesitaba romper con dictaduras para instaurar sistemas democráticos. Y que ya adentrados en un siglo XXI que reclama una mejora de esos sistemas democráticos heredados, que nos brindaron grandes figuras, nuestra nueva realidad demanda liderazgos colectivos, compartidos, sociales y ciudadanos, y en parte es bueno porque significa que nuestras democracias quieren evolucionar sin personalismos ni paternalismos. Estamos pasando del siglo de las transiciones democráticas, que quedaron en un modelo representativo o delegado, en muchos casos guiadas por grandes personalidades desde dictaduras férreas, a un siglo de perfeccionamiento democrático impulsado por una ciudadanía que exhibe un poder colectivo frente a las elites políticas y que buscan un poder más compartido. Véanse todos los movimientos ciudadanos y revoluciones que están emergiendo en el mundo sin liderazgos personalistas como telón de fondo.
De Mandela destacaría su deslumbrante autoridad social pero no familiar, que fue más pedagogo y motivador que dirigente. Y que esa capacidad para «sobresituarse» ante el mal y el adversario, llegando a transformar el conflicto en «reconciliación», hacen de él algo único, le hacen magnánimo. Sin duda, gracias a una combinación de visión estratégica y de esa bonhomía tribal con la que cargó desde su aldea. Es obvio que su principal guía era la reconciliación!!!. Y que ojalá ese ejemplo de «democracia inclusiva» pueda llegar a inspirar al momento presente: una co-relación de fuerzas en disputa, entre la elitización de la política y el poder ciudadano emergente.
*Amparo Tortosa. Consultora en política y seguridad internacionales