La dura represión a los manifestantes hizo que miles de turcos salieran a las calles en todo el país durante la última semana para protestar contra el cada vez más autoritario control del gobierno, la violencia policial y los numerosos y controvertidos proyectos de infraestructura.
Es que, para muchos, el plan de derribar los árboles del parque Gezi es simplemente el último de una serie de proyectos urbanísticos que ignoran el patrimonio cultural e histórico de Turquía.
También se achaca a las autoridades el no tener en consideración la situación de los residentes de las áreas afectadas.
«Los más pobres son expulsados del centro de la ciudad y llevados a la periferia», explica Kevin Robins, investigador sobre planificación urbana de Estambul. «Por otro lado, se confiscan cada vez más áreas del centro de la ciudad para dárselas a la clase media», añade.
«La mezcla... de clases que existió en Estambul se erosiona en forma dramática», nos dice Robins, y describe el fenómeno como una «polarización» de la ciudad. «Existe un sentimiento general de que se trata de un ataque a la forma de vida», aclara.
El año pasado, las autoridades tenían programados planes de desarrollo para unos 50 barrios de Estambul, según un informe del diario británico The Guardian, y solo en 2012 se destinó el equivalente a unos 4.000 millones de dólares para renovar la ciudad.
Durante la última semana de mayo, el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan, presidente del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en el gobierno, de tendencia islámica moderada, anunció su polémico plan de construir un tercer puente, por unos 6.000 millones de dólares, sobre el Bósforo, para conectar el lado asiático con el europeo de la ciudad.
Opositores al proyecto alertan que el puente destruirá algunas de las pocas áreas verdes que quedan en Estambul, y critican al gobierno por no haber consultado a las comunidades involucradas.
Erdogan también propuso construir un canal para el estrecho del Bósforo, un proyecto que comparó con los canales de Suez y Panamá. En mayo, el gobierno firmó un contrato para crear un tercer aeropuerto en Estambul, con capacidad para recibir anualmente a 150 millones de pasajeros.
En los últimos años, residentes de muchos barrios de Estambul, especialmente de zonas empobrecidas y habitadas por minorías, como Tarlabasi o Sulukule, fueron expulsados para hacer espacio a proyectos habitacionales de lujo.
Los llamados barrios «gecekoundu», asentamientos informales creados hace décadas por inmigrantes de otras partes de Turquía que llegaron a Estambul en busca de empleo, son particularmente vulnerables a ser desplazados en nombre del desarrollo. El gobierno y sus agencias no solo confiscan tierras, sino que desalojan y muchas veces reubican a los residentes en las afueras de la ciudad.
Según la politóloga Mine Eder, la rapidez con que el gobierno lanzó estos proyectos es lo que distingue la gentrificación (elitización residencial) en Turquía respecto a la de otros países del Sur en desarrollo.
«Hay una deliberada demolición para generar más dinero y crear una zona exclusiva para ricos. Hay toda una nueva apropiación, definición y privatización del espacio público», explica Eder, profesora en la Universidad Bogazici de Estambul, y especializada en el impacto de la gentrificación en grupos minoritarios.
Los proyectos impulsados por Erdogan responden a «una suerte de obsesión con el turismo y con que Estambul se convierta en un gigantesco centro comercial», dice Eder. «El 'neoliberalismo de la excavadora' es un término que bien podría englobarlo todo» .
Pero los agresivos proyectos de desarrollo no se limitan a Estambul.
En la carretera que une a la capital, Ankara, con su aeropuerto se están construyendo enormes bloques de apartamentos sobre las colinas. Las grúas dominan el horizonte, y enormes carteles de la autoridad nacional de vivienda, TOKI, buscan atraer a potenciales compradores.
«Está sucediendo en todas partes. Se pueden ver drásticos cambios en las ciudades de (la península de) Anatolia, hasta el punto de que estas son ya irreconocibles. Estambul claramente es el punto focal, pero en Ankara también hay gigantescas expansiones, proyectos de desarrollo y bloques habitacionales para la clase media», dice Robins.
El gobierno pretende que, para 2023, cuando se cumplan 100 años de la moderna república turca, este país sea una de las 10 mayores economías del mundo, con un producto interior bruto de dos billones de dólares y exportaciones anuales por 500.000 millones de dólares.
Según Eder, las protestas en el parque Gezi son señal de un momento histórico bajo el gobierno del AKP y representan el más fuerte y unificado movimiento de oposición en los últimos años a estos proyectos de desarrollo urbano y económico.
Señala que «Hasta ahora, no había absolutamente nadie que, metafóricamente, se sentara frente a una excavadora y dijera: 'No puedes pasar'. Ahora lo han hecho».