«Hace tres meses que estamos bajo estado de sitio. No queda nada para comer. En esto es en lo que nos han convertido», dice un residente de Yarmuk mientras se dispone a matar a su perro para comerlo con su familia. Los residentes recurren a medidas desesperadas para impedir que sus hijos mueran.
Jana Ahmad Hassan tiene menos de tres meses de edad, nació en este campamento y ya presenta una desnutrición aguda. «¡Por amor a Dios! ¡Tengo un bebé que se está muriendo de inanición!», implora su madre ante un soldado en un puesto de vigilancia solicitando permiso para salir del campamento en busca de alimentos. «Necesito un poco de leche para ella y comida para mí, o ambas moriremos», insiste.
Pero fue brutalmente rechazada. «¿Usted cree que es una buena madre? Si usted entendiera algo, no habría salido del campamento y no la habría dejado sola en la casa», responde el militar. La mujer regresó a su hogar con las manos vacías.
La madre de Jana ya no tiene leche propia, y su padre ha buscado desesperadamente una fórmula alimenticia para bebés, pero ya no queda en el sur de Siria.
Además de Yarmuk, muchas otras áreas controladas por los rebeldes sirios están cercadas por las fuerzas del régimen de Bashar al Assad y sufren una severa escasez de comida.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA), de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), procura brindar asistencia a más de 6,5 millones de sirios antes de fin de año. Los desafíos que afronta son monumentales.
La deteriorada situación humanitaria en Yarmuk y en otros campamentos del sur, como Sabina y Sayeda Zeinab, originalmente instalados para palestinos, ha afectado a las relaciones entre las autoridades y los organismos encargados de administrarlos, como la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
A mediados de julio, habitantes de los tres campamentos enviaron una carta a la OLP y a UNRWA solicitando que hicieran los máximos esfuerzos para levantar el sitio. También recomendaron a la agencia de la ONU que, si no podía cumplir plenamente con su responsabilidad, presentara el caso ante la Asamblea General.
Además, pidieron que se le diera pleno acceso a los campamentos a la Cruz Roja Internacional, y alertaron de que había un inminente estado de hambruna.
Los meses han pasado y no ha habido cambios significativos. Cada vez son más grandes las áreas sitiadas en el sur, con más de medio millón de civiles encerrados, incluidas las decenas de miles de personas que residen en el campamento de Yarmuk.
«Hasta no hace mucho se permitía a las personas traer un poco de comida. Ahora han cerrado el campamento con puestos de vigilancia, y hay un cerco total», nos dice Abu Salma, de la Comisión Benéfica para la Ayuda al Pueblo Palestino. Desde comienzos de agosto ha habido varias manifestaciones fuera de los edificios de la UNRWA, donde se quemó una bandera de la ONU.
El descontento de los residentes se exacerbó por la propagada sensación de corrupción y negligencia en la UNRWA. «Intentamos hacer una huelga en protesta por las prácticas del director de la UNRWA, y él nos envió cartas advirtiendo con despedir a todos los que protestaran», reveló un empleado de la agencia a condición de mantener el anonimato. Un directivo de la agencia fue arrestado y acusado de corrupción.
La Comisión Benéfica para la Ayuda al Pueblo Palestino han entregado asistencia en algunos campamentos, pero también ha sido víctima de los ataques de las fuerzas de Al Assad. La organización protesta señalando que solo tiene fines humanitarios y que no está afiliada a ningún grupo político, pero eso no ha detenido al régimen.
Abu Salma nos dice «comenzaron a arrestar a nuestros funcionarios, y detuvieron a nuestro coordinador general, Ali Shihabi. La situación va de mal en peor en los campamentos. De hecho se está convirtiendo en un asesinato colectivo».