«¿Qué familia palestina puede pagar 200 dólares por los documentos para cada uno de sus integrantes? Si la familia promedio tiene cinco miembros, esto implica 1.000 dólares», dice Mahmoud Assir Saawi.
«Es imposible (de costear), sabemos que la mayoría de los refugiados palestinos ni siquiera están seguros de cómo alimentarán a sus hijos al día siguiente», plantea el presidente del Consejo para los Refugiados Palestinos que Huyen de Siria.
Esos sentimientos se reiteran una y otra vez dentro de los miserables campamentos y guetos en los que viven hacinados en todo Líbano. Los palestinos que llegan de Siria se encuentran en un laberinto burocrático afectado por décadas de tribulaciones y guerra, lo que les ofrece una escasa seguridad.
Muchos de los refugiados palestinos que llegan de Siria originalmente fueron expulsados de su tierra en 1948, al crearse el Estado de Israel, o durante la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando los israelíes vencieron a los ejércitos de los países árabes vecinos.
La nueva guerra, que se ha cobrado más víctimas, ha hecho que alrededor de la mitad de sus comunidades en Siria hayan tenido que volver a escapar. Líbano ha sido el destino de la mayor parte de este éxodo, y de los vecinos de Siria es tal vez el menos capaz de albergar a todas esas personas.
La presencia de cientos de miles de palestinos en Líbano siempre fue motivo de grandes divisiones. Muchos libaneses rechazan a los palestinos por el papel que desempeñaron en la guerra civil de su país entre 1975 y 1990.
El año pasado, la llegada de grandes comunidades de sus compatriotas exacerbó aún más los prejuicios y los temores existentes. Quizá por este motivo a los palestinos que llegan se les clasifica como «huéspedes», «migrantes» o «desplazados». Concederles el estatus más adecuado de «refugiados» implicaría obligaciones legales, especialmente bajo las convenciones de Ginebra.
Los temores de que refugiados palestinos e incluso sirios se establezcan de modo permanente en Líbano, cambiando el precario equilibrio de las facciones internas, son comunes y generalmente los políticos hablan de ello en los medios de comunicación. Como tales, la situación de estos refugiados es vulnerable y, su santuario, inseguro.
Garantizarse los documentos de residencia es uno de los mayores problemas para los refugiados palestinos de Siria. A su llegada, los palestinos que huyen de la guerra y el hambre solo reciben un visado de una semana en Líbano, que luego debe extenderse.
En el hacinado y mísero campamento palestino de Shatila, en Beirut, refugiados sirios han organizado sentadas en oficinas de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA).
La organización internacional ya se estaba esforzando por brindar servicios básicos a los aproximadamente 420.000 refugiados palestinos que vivían en el país antes del estallido de la crisis en Siria.
El gobierno libanés encomendó a la UNRWA extender estos servicios a los recién llegados.
El periodista palestino Maher Ayoub, procedente del campamento de Yarmouk, en Damasco, conoció en carne propia la vulnerabilidad de la vida en Líbano. En un reciente viaje para renovar sus documentos le ordenaron abandonar el país esa misma semana, pese a que el gobierno libanés le había asegurado que no expulsaría a ningún refugiado.
Enfrentado a la posibilidad de ir a prisión en Líbano o acometer un peligroso regreso a Siria, se refugió en uno de los campamentos palestinos a los que los servicios libaneses de seguridad no tienen permitido entrar, según el acuerdo alcanzado al terminar la guerra civil.
«¿A dónde puedo ir? ¿Qué puedo hacer? Ahora no tengo ninguna opción», nos dice Ayoub.
Otros muchos refugiados palestinos, que desconfían de los servicios de seguridad o que temen no poder pagar la renovación de sus visados anuales, buscan cobijo en los campamentos. Pero en realidad encuentran una vida de encierro en tugurios donde reinan el hacinamiento, la indigencia y el desempleo.
«Sabemos que ellos son nuestros hermanos y debemos ayudarles, pero esto se está volviendo insostenible», dice Abu Ahmad, un palestino que vive en el campamento de Shatila.
«Antes, cada mes tenía por lo menos una semana de trabajo, pero ahora no hay nada. Todos los días vemos problemas en el campamento por culpa de la desesperación y la falta de trabajo. La gente incluso está empezando a usar armas entre sí. Necesitamos más apoyo», añade.
Un informe de la UNRWA señala que la organización padece un déficit presupuestario de 68 millones de dólares. Las diferentes facciones palestinas han demostrado que no pueden absorberlo.
Para los palestinos que huyen de la guerra de Siria, todo parece indicar que la lucha continuará en 2014, mientras intentan construir algo parecido a la estabilidad.