Mañana lluviosa en Zagreb. Manda Filipovic, saluda a Jamal Assad, representante de la oposición siria en Croacia. Dobladas, en el interior de una bolsa de plástico transparente, lleva dos mantas. Una, pequeña y sencilla, que recibió como refugiada cuando llegó a Croacia huyendo de la guerra de Bosnia-Herzegovina. La otra, grande y negra, con flores rojas que bordó ella misma. Manda le explica a Jamal que durante cuatro años durmió envuelta en ellas para resguardarse del frío. Ahora servirán para dar calor a otro refugiado en el mundo, en este caso un sirio.
A sus 90 años, la abuela Manda, como la conocen en el barrio de Zapresic, ha vuelto a recordar su sufrimiento. Cuando estalló la guerra empaquetó su vida en dos maletas y cruzó el río Sava en ferry. No entiende del mundo global, ni de política, pero sabe que en un país lejano, otra persona está sufriendo lo mismo que vivió ella. Junto con otros vecinos han recogido unas 200.000 mantas para refugiados sirios. Ella no olvida y asegura que con su gesto «el círculo se cierra».
Tarde gris en Madrid, un grupo de personas, mayoritariamente periodistas, se concentran frente a la embajada estadounidense, para recordar un asesinato que no debe quedar impune. El del reportero José Couso, muerto hace 10 años en otra guerra, la de Iraq. Su madre, su família y sus compañeros exigen justicia. No quieren olvidar ni a Couso, ni a ninguno de los dos periodistas que murieron ese día en Bagdad, bombardeados por el ejército estadounidense. Tampoco a Anguita Parrado, redactor del diario El Mundo, ni al fotógrafo alemán Christian Liebig, que fallecieron el día anterior a causa del impacto de un cohete cuando se encontraban a escasos kilómetros de la capital. Ni por supuesto a los miles de iraquíes que han muerto directa o indirectamente a causa de esa guerra, durante una década.
Es de noche en el Aquila. Miles de vecinos inician una procesión de antorchas para recordar a las 309 personas que murieron en el terremoto de 2009... También a los que todavía no tienen casas. Una parte del centro de la ciudad quedó petrificada, congelada, como si el tiempo no hubiera pasado, como si siempre fueran las 3.32 de la tarde del 6 de abril de 2009. A las afueras de esta población de los Abruzzos italianos, todavía hay familias que siguen viviendo en instalaciones prefabricadas. La crisis ha retrasado considerablemente la reconstrucción y el alcalde dice que «se ha perdido la esperanza» en que la recuperación total de la ciudad pueda hacerse efectiva a corto plazo. Pero los ciudadanos le han dicho que ni pierden la esperanza, ni olvidan.