Saben que la pintura nueva en sus casas, cada palada de asfalto en las calles, cada cloaca saneada y tantos reales invertidos en regenerar la zona, es obra del Papa argentino. «No sé si fue él mismo quién eligió nuestra comunidad, o si fue por gracia divina», se pregunta Joao Batista, un líder comunitario de Varginha, «pero ojalá nos traiga la paz verdadera». Esta zona es una de las consideradas «pacificadas» por el gobierno, pero como lamentan algunos vecinos «es una tapadera. Cuando la policía abandone el barrio, los delincuentes volverán a estas calles. Ahora sólo están escondidos. Volverá la violencia».
Además la visita de Francisco traerá a los vecinos otros beneficios. Saben bien que no hay que desaprovechar ninguna ocasión de hacer negocio. Así que Joao Bautista y varios vecinos venderán a los visitantes camisetas con la fotografía del Papa, como recuerdo de su estancia en la favela Varginha. Entre todos pusieron el dinero necesario para elaborarlas, y hoy las venderán por 20 reales cada una (casi 7 euros).
El viaje del papa Francisco a Brasil está dejando momentos para la oración. Pero sobre todo, está dejando espacios de acercamiento con los más desfavorecidos. El pontífice argentino decidió pasar la tarde del miércoles junto a drogadictos en rehabilitación, en una visita al hospital de toxicómanos San Francisco de Asís, en Río de Janeiro. La elección del centro fue un homenaje al fundador de la orden religiosa del que tomó su nombre Bergoglio, y al momento en que, como cuenta la biblia Jesucristo rompía las reglas establecidas, al abrazar a un leproso. «Quisiera abrazar a cada uno de ustedes», dijo a los internos.
Además, el Papa argentino demuestra que su traslado a Roma no le ha hecho olvidar los problemas que desangran su continente. Francisco abordó un tema muy polémico en los últimos meses en América Latina, y entró de lleno en el debate sobre cuáles deben ser los métodos para acabar con el narcotráfico. Fue el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, quien lo puso en la agenda política de la región, al reconocer que sólo con la respuesta militar no se puede acabar con el narcotráfico. Francisco entraba ayer sin rodeos al debate: «no es la liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están en la base de su uso».
Y mientras, los jóvenes peregrinos en Río de Janeiro pasaron el miércoles en compás de espera. La lluvia y el frío se han convertido en los indeseables protagonistas de la jornada carioca. Los omnipresentes grupos que en días pasados recorrían las calles de la ciudad, cuya llegada era inconfundiblemente anunciada con cantos religiosos, aplausos y vivas al Papa en todos los idiomas, se esfumaron con el frío. Completamente desiertas, las playas de Ipanema y Copacabana eran la muestra más evidente del nuevo ambiente carioca. Solitarias figuras en bermudas y chanclas, reconocibles por las típicas mochilas oficiales de las JMJ, trataban de sortear los charcos, jóvenes encogidos dentro de chubasqueros de plástico corrían a refugiarse bajo cualquier toldo. Ateridas miradas al cielo alzaban plegarias por el regreso del sol, ¿quién podría imaginar un frío como este en Brasil? Sin duda, muchos olvidaron que venían al invernal agosto del hemisferio sur.
Las inclemencias del tiempo también modificaron los planes del Papa Francisco, que por la mañana tuvo que cambiar el helicóptero por el avión para desplazarse al santuario de Nuestra Señora de Aparecida, la patrona de Brasil. «Nunca perdamos la esperanza», pidió en su homilía, «jamás la apaguemos en nuestro corazón. El dragón, el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza».
El tiempo tampoco pudo detener a estos jóvenes peregrinos llegados de casi todas las partes del globo con un objetivo claro: «demostrar que se puede vivir con Cristo y ser feliz», aseguraba Inés, una joven madrileña de 17 años que está en Brasil con su colegio, el Mater Salvatoris. Entre todas las banderas y los acentos, aquí no es fácil distinguir el de España. Según la Conferencia Episcopal, 3.000 españoles están participando de estas Jornadas Mundiales de la Juventud 2013. En total, hay más de 350.000 jóvenes inscritos. Y pese a que son minoría, la mezcla de idiomas y culturas de esta torre de Babel no les crea confusión: «todos creemos en lo mismo, aunque venimos de distintas partes del mundo. Eso es muy especial», asegura Inés. Mari Luz, que con sólo 15 años ha cruzado el charco pagando un billete de más de mil euros para conocer al papa, cree que «aquí todos partimos de la misma base, es como si ya nos conociéramos».
También entre los peregrinos españoles hay voluntarios, jóvenes que participan de forma desinteresada en la organización de las jornadas. Como Alicia, de la diócesis de Orihuela, que después de años como peregrina decidió involucrarse más en estas Jornadas Mundiales de la Juventud. Ella no es nueva en esto, ya fue voluntaria en las de Madrid, en el año 2011. Pero su experiencia en Río supera todo lo anterior: «ni he vivido... ni viviré nunca algo así».