Los orgullosos çapulcu de Taksim

Soy profesora de español y llevo 8 meses viviendo en Estambul. La experiencia está siendo intensa en muchos sentidos pero las cosas que han acontecido en los últimos días me hacen sentir que estoy en el centro del mundo. Alguna vez había escuchado de boca de un alumno: «No puedo estar lejos de Estambul porque es la ciudad donde pasan las cosas». Ahora, para mí, esta frase tiene más sentido que nunca.

Personas rodeadas de gases
Plaza Taksim, Estambul (Turquía), domingo de madrugada

El principio

Lo que empezó como una protesta de un grupo de ecologistas para proteger un pequeño parque se convirtió rápidamente en una lucha por la libertad de expresión, por la democracia y por el derecho a vivir dignamente: una lucha que se ha extendido a muchos otros rincones de Turquía y del resto del mundo casi de inmediato a pesar de que, desde el gobierno turco, se trató de restar importancia a los acontecimientos y credibilidad a los manifestantes.

Es difícil saber por qué justo ahora, pero la paciencia de los sectores más liberales de la sociedad turca ha sobrepasado su límite. Esto no es una cuestión de unos pocos árboles: el gobierno, aparte de fomentar proyectos urbanísticos especulativos como el que ha desencadenado el movimiento, ha utilizado su legitimidad en las urnas para aumentar las restricciones en la vida cotidiana de los turcos.

Y algunos de ellos ya no pueden más, entre otros mi pareja y sus amigos: todos han superado los treinta años, han gozado de educación en universidades de prestigio y, hasta ahora, habían observado con impotencia cómo su país sufría las consecuencias de un proceso de islamización con el que no se sienten identificados. Pero llegó el momento de ponerse en acción.

La información alternativa

Creo que todo se desató un miércoles en el que 30.000 personas se reunieron espontáneamente en Taksim. En un principio, los medios de comunicación del país dieron la espalda al grito de este grupo de personas a las que la policía intentó silenciar con gases lacrimógenos y cañones de agua. Sin embargo, las voces de los manifestantes no sólo estaban en la calle. Las redes sociales, especialmente twitter (según Erdogan, mucho más peligroso que un coche bomba), se llenaron de eslóganes, de mensajes de apoyo a la causa y de consejos útiles para afrontar la situación en la plaza Taksim: remedios para aliviar los efectos de los gases, puntos de venta de las máscaras protectoras, números de teléfono de abogados solidarizados con la causa, lugares donde acudir en caso de resultar herido... Y al día siguiente se sumaron más personas.

Mientras la televisión turca emitía documentales de pingüinos y telenovelas, la red convirtió el hashtag #direngeziparki en trending topic mundial y cuestionó la credibilidad de CNN Turk, entre otros medios. Al mismo tiempo, otros pequeños canales locales que emitieron sin censura se ganaron, por un lado, multas de RTUK (el Consejo Supremo de Radio y Televisión) y, por otro, los corazones de los turcos.

Cada madrugada, mi casa (a veinte minutos a pie de Taksim) se convertía en refugio para unos cuantos miembros de la resistencia de Gezi que pasaban algunas horas antes de ir a dormir subiendo a internet vídeos y fotos de todo lo que habían vivido en directo minutos u horas antes. Y yo tranquila porque habían vuelto sanos y salvos.

Los çapulcu

Una de las cosas más sorprendentes de este movimiento es la solidaridad que ha despertado entre jóvenes y adultos. Ellos mismos no eran conscientes de lo que podían lograr estando unidos. El Parque Gezi se ha convertido estos últimos días en una mini ciudad de tiendas de campaña en la que todo el mundo tiene algo que aportar para facilitar la convivencia: desde dentro o desde fuera del asentamiento; desde alimentos para saciar al cuerpo hasta música o clases de yoga para saciar el alma.

Sin embargo, si algo llama la atención poderosamente, es el sentido del humor y la fortaleza de los çapulcu. Esta palabra se podría traducir como «saqueador» en español y es el término con el que Erdogan se refirió en una de sus intervenciones públicas a los manifestantes. Ellos se apropiaron de dicha palabra, la dotaron de una connotación positiva y, actualmente, aparece recogida en diferentes diccionarios en línea con una definición alternativa. Ahora çapulcu es la persona que lucha por sus derechos y ser çapulcu es un motivo para sentirse orgulloso.

Asimismo, los çapulcu se crecen ante la adversidad: a más brutalidad policial, mayor número de protestantes en la plaza al día siguiente. Las amenazas, miles de heridos, varios muertos y las distancias kilométricas de una ciudad de más de quince millones de personas no han podido callarlos, y eso que la mayoría lleva una doble vida (estudian o trabajan de día y van a la plaza por la noche).

Es más; a los gases lacrimógenos, que han sido usados de forma indiscriminada, ellos los llaman «los besos de Erdogan»; si los policías utilizan sus TOMA (los vehículos dotados de cañones de agua), ellos aparecen en Taksim con su POMA (una excavadora con la que pretendían enfrentarse a ellos)...Y de todo ello surgen chistes y anécdotas en internet.

Los turcos de la resistencia de Gezi no han perdido ni un ápice de su sentido del humor que, para mí, es inocente y entrañable; alejado del sarcasmo corrosivo y del insulto. Y puede que esto sea parte de lo que los mantiene unidos.

Por todo ello, no puedo dejar de comentar que me parece curioso que todavía haya quien insiste en llamar a este fenómeno «la primavera turca» o el movimiento de «los indignados turcos». Desde mi punto de vista, los eventos acontecidos aquí tienen una idiosincrasia tan peculiar y propia que no son comparables con nada.

Las madres de los çapulcu

Si alguien se pregunta de dónde viene la fortaleza de los çapulcu, puede encontrar respuesta en un dicho español: de casta le viene al galgo. Hace un par de noches, después de que Erdogan pidiera en tono paternalista a las madres del país que alejaran a sus hijos de la plaza porque las fuerzas de seguridad iban a ser más contundentes que nunca, muchas madres fueron zapatilla en mano a la plaza para hacer una cadena humana delante de los miembros del cuerpo de policía. Así protegieron a sus hijos.

Ahora

La lucha continúa y se ha extendido a toda la ciudad. Anoche, no pude volver a casa de una boda a la que había asistido por esta razón (de hecho, todavía no he podido volver). Una boda que parecía mas bien un funeral por las caras de los invitados. Y es que la policía desalojó Gezi usando mas fuerza que nunca, llegando incluso a tirar gases lacrimógenos dentro del hotel Divan (un hotel al lado del parque en el que se abrieron las puertas a los manifestantes y se estaba atendiendo a los heridos).

En mi mesa, cuatro profesores de la Universidad del Bósforo y unos cuantos amigos de la novia. Nadie hablaba, nadie sonreía, apenas se comía. Supongo que todos se preguntaban lo que me pregunto yo: hasta dónde va a llegar esto.