Los ciudadanos tuvimos quince días para elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo. Nos presentaron unos nombres y no nos podíamos mover de ahí. Pero eso es la democracia parlamentaria. Nos dijeron que escogíamos al futuro presidente de la Comisión Europea, y nos propusieron 5 nombres, bien, en realidad sólo dos porque lo tenían ya todo pactado. Seguimos el «juego democrático», y votamos entre el 22 y el 25 de mayo. Casi estuvimos a punto de que ni siquiera esa promesa cumplieran. A los líderes europeos ya no les gustaba Jean-Claude Juncker, y estiraron la cuerda, hasta que otros políticos, los del Parlamento -porque los ciudadanos ya no podemos opinar- dijeron «o aceptais lo que decimos nosotros, escudándose en los electores-ciudadanos, o hacemos la vida imposible a la Comisión».
Parecía increíble, que al candidato del PPE, al que la mayoría de los gobiernos habían propuesto, -porque la mayoría pertenecen a esa familia política- no le tuvieran el más mínimo aprecio. Empezando por la todopoderosa Angela Merkel, que solo echó marcha atrás cuando vió que tenía poco que ganar si se oponía a la voluntad del Parlamento Europeo. ¡Para eso juegan en su campo, y en un futuro pueden frenar decisiones políticas del Consejo y la Comisión! Luego salió David Cameron, como si le importara mucho la UE, y dijo que Juncker no le gustaba porque era demasiado federalista. Lo olvida pero su partido forma parte del grupo popular en el PE y por lo tanto también era su candidato. A regañadientes, unos más que otros, el Consejo Europeo ha elegido a Juncker. Pero da la sensación de que no lo va a tener nada fácil en Bruselas. Curiosamente sí tiene apoyos en Estrasburgo, donde ha sido elegido por una amplísima mayoría.
Una cosa está clara, a Juncker no lo quieren en el Reino Unido. Tiene en contra al grupo ERC, liderado por Nigel Farage, que sorprendentemente es la tercera fuerza política en el PE, tampoco le han dado su apoyo los laboristas, y los socialistas españoles han roto el gran pacto S&D y PPE, votando en contra del nuevo presidente de la Comisión. Con esa decisión de última hora, procedente de la nueva ejecutiva en Madrid, han destrozado el consenso que siempre ha mantenido el PSOE de respetar las mayorías y, más teniendo en cuenta que nunca se dijo en campaña que votarían contra Juncker, y que siempre ha sido un partido que ha facilitado la estabilidad institucional, en España y en Europa.
Hay otros juegos que mantienen estancada a la UE en unos momentos complicados, con los conflictos de Oriente Próximo, Ucrania, Irán e Irak en pleno auge, y a nivel interno la crisis económica que todavía permanece en muchos países. En la mesa del Consejo los jugadores se distribuyen las cartas de poder, como si de una partida de naipes se tratara. Juncker pide más presencia femenina en el colegio de Comisarios, pero los países hacen oídos sordos.
Italia, quiere recuperar poder y presenta para Alta Representante de Política Exterior a su ministra de exteriores, mal vista por los países del Este por que la consideran demasiado pro-rusa. Polonia propone a su «poco diplomático» ministro de esa misma cartera. Dinamarca, que no está en el euro, quiere que su primera ministra sea presidenta del Consejo Europeo, que debe defender la moneda única como uno de sus principales objetivos, España quiere colocar a su ministro de Economía, presidente del eurogrupo, cargo del que tendría que salir el holandés Jeroen Dijsselbloem, y para que eso fuera posible estudian darle una cartera en el colegio de Comisarios. Después quedan por repartir las 25 carteras restantes, unas con más poder que otras y por las que luchan los grandes países.
La partida acaba de comenzar. Los jugadores se retiran a sus países, para continuar negociando en la distancia y presentar de nuevo sus cartas el 30 de agosto. A los ciudadanos solo nos queda ver como siguen repartiéndose nuestros votos, y Juncker tiene por delante un verano ajetreado y un invierno muy difícil.