Discurso pronunciado por el Presidente Herman Van Rompuy durante la inauguración del Consejo Europeo en Ypres para conmemorar el centenario de la Primera Guerra Mundial
Como persona me gustaría guardar silencio aquí - pensando en aquellos que han sido silenciados para siempre en estos campos. Como presidente del Consejo Europeo voy a tratar de hablar, no para mí, sino para todos nosotros.
Esta conmemoración no es sobre el final de la guerra, o de cualquier batalla o de la victoria. Es sobre como puede empezar, sobre la marcha sinsentido hacia el abismo, sobre el sonambulismo. Sobre todo hablo de los millones de personas que murieron en todos los lados, en todos los frentes.
En ese momento, han pasado casi cien años desde las últimas batallas paneuropeas. Ciertamente, ha habido conflictos violentos -algunos empezaron en 1914-, pero por lo general, como comenzó ese verano encantador, la gente en Europa ya no tenía la menor idea de lo que significaba una guerra total.
Nos encontramos aquí en la muralla de la ciudad de Ypres. Desde un mismo sitio, vemos a nuestra derecha, una pequeña ciudad de provincias; a nuestra izquierda, los campos de batalla de Flandes; detrás de nosotros, la puerta, a través de la que un sinnúmero de hombres y niños se dirigían a las trincheras. Y en el frente, no sólo aquí, sino en todos los demás frentes de batalla de toda Europa y más allá implacables, las explosiones, los gases, el hedor, el miedo, el sin sentido, un «sin final».
Una espiral de autodestrucción que envolvió este continente de naciones civilizadas.
La gran guerra en la historia de nuestro país, es un ruptura. Este es el fin del mundo anterior, el fin de los imperios, las aristocracias, también una creencia inocente en el progreso, el final de «Mundo de ayer» (Welt von Gestern), como lo denominó Stefan Zweig. Aunque a partir de 1918 un nuevo mundo, en muchos aspectos más justo, surgió al mismo tiempo, la locura colectiva de 1914 no fue realmente disipada hasta 1945 o 1989.
Hoy en día conmemoramos juntos, los innumerables muertos, la infinidad de «bocas rotas», muertos y heridos, familias destrozadas. Han pasado cuatro generaciones; cien años. Pero nuestra memoria sigue intacta.
Estamos aquí, representantes de Veintiocho países unidos para reafirmar que somos los guardianes de la vigilancia.
Nos corresponde a nosotros, en palabras y obras, detener la espiral y la escalada, de mantener la confianza, la salvaguardia de la paz -la paz eterna-.
Permítanme terminar con las palabras del poeta holandés Leo Vroman:
«Que este simple jardín y este simple banco redondo, propicio al recogimiento, represente para siempre nuestro círculo europeo, nuestro compromiso de vivir juntos felices, en paz y siempre abiertos al mundo-. Ven y díme esta noche, que ya no hay guerra. Dímelo cien veces, cada vez que voy a llorar».