No es mera coincidencia que la presidenta Dilma Rousseff, suspendida de sus funciones desde mayo, enfrente durante este mes de agosto la fase final del juicio en el Senado sobre su probable destitución.
Durante una década, actividades y obras gigantescas, algunas aún por concluir o condenadas al abandono, estimularon la economía, sueños, polémicas y frustraciones de los brasileños, reflejando y acelerando el ascenso y la caída en el poder del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT).
El crecimiento económico del país y el prestigio internacional de su entonces presidente, Luiz Inácio Lula da Silva (2003-20011), fueron decisivos para que en 2007 Brasil fuese elegido como anfitrión de la Copa Mundial de la FIFA de 2014. Dos años después Río de Janeiro conquistó ser la ciudad anfitriona de los XXXI Juegos de las Olimpiadas en 2016.
Ya en 2007 esta ciudad fue sede de los Juegos Panamericanos, inaugurando la serie de megaeventos deportivos en Brasil, que incluyó además la Copa Confederaciones de la FIFA (Federación internacional de Fútbol Asociado).
También en esa época comenzó la oleada de megaproyectos de infraestructura que respondían a necesidades energéticas y de transporte, principalmente para la exportación de productos básicos, mineros y agrícolas.
Grandes centrales hidroeléctricas, ferrocarriles, puertos, pavimentación de carreteras y el trasvase del río São Francisco para aliviar las sequías en el Nordeste brasileño, además de numerosas obras urbanas, compusieron el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), con estímulos tributarios y crediticios.
Rousseff, también del PT, sucedió a Lula en la presidencia, tras una campaña electoral en la que se presentó como “Madre del PAC”, para enaltecer su capacidad en la gestión de miles de obras por todo el país.
En el sector petrolero, el hallazgo de voluminosos yacimientos bajo la capa de sal del fondo del océano Atlántico, en 2006, desató otro programa gigantesco, de cuatro grandes refinerías, dos polos petroquímicos y decenas de astilleros para producir plataformas de exploración y producción y navíos de transporte.
Las dos refinerías más grandes, que debían construirse en el Nordeste, fueron canceladas en 2015, con pérdidas cercanas a los 800 millones de dólares.
Otra funciona parcialmente y la última tuvo sus obras interrumpidas, al igual que el Complejo Petroquímico al que está integrada, cerca de Río de Janeiro, dejando vacios muchos edificios comerciales y hoteles, edificados en ciudades vecinas para atender una prosperidad industrial que nunca llegó.
Los astilleros, en su mayoría, quebraron o redujeron al mínimo sus actividades. En Niterói, municipio vecino a Río de Janeiro, la mitad de sus 10 astilleros cerraron y más del 80 por ciento de sus 15.000 empleados fueron despedidos.
Posiblemente el castillo de este acelerado desarrollo se hubiera derrumbado igual, pero aceleraron el desastre varios factores añadidos. Los precios del petróleo se desplomaron en 2014, cuando también empezó el escándalo de corrupción en los negocios del consorcio estatal Petrobras, que involucra a centenares de políticos y empresarios.
Además, los gobiernos de Lula y Rousseff intentaron contener la inflación congelando los precios internos de derivados de petróleo, en desmedro de las finanzas de Petrobras que casi colapsó ante tantos golpes adversos.
Los ferrocarriles no corrieron mejor suerte. Dos diseñados para cruzar el Nordeste en distintas latitudes, uno privado y otro público, tuvieron su construcción paralizada y son fuertes candidatos a nuevos elefantes blancos, ante la suspensión de los proyectos mineros cuya producción transportarían. Como consecuencia, se suspende también la instalación de un nuevo puerto marítimo y la expansión de otros dos.
Al menos, las centrales hidroeléctricas sí se están concluyendo. Pero sufren los vaivenes en el sector eléctrico. Las líneas de transmisión se tienden con retraso y la recesión económica iniciada en 2014 redujo el consumo energético, ampliando la capacidad ociosa y las pérdidas en las empresas generadoras y distribuidoras.
Las cuatro centrales más grandes, construidas sobre los sensibles ríos amazónicos, enfrentan denuncias ambientales y acusaciones de violar los derechos de poblaciones afectadas: indígenas, ribereñas y de pescadores.
Belo Monte, la tercera hidroeléctrica del mundo, con capacidad de 11.233 megavatios, fue acusada de 'acciones etnocidas' contra indígenas por la fiscalía y enfrenta 23 acciones judiciales por supuesto incumplimiento de exigencias legales.
Además, es criticada por los mismos defensores de la hidroelectricidad, porque de media generará solo el 40 por ciento de su potencia. Con un pequeño embalse, opción que redujo sus impactos ambientales, sufrirá los efectos de los excesivos altibajos del río Xingú, cuyo caudal en el estiaje baja a una vigésima parte del de las crecidas.
Las carreteras no forman parte de la epidemia reciente de megaproyectos. Están en proceso de pavimentación y ampliación, pero fueron abiertas en ciclos anteriores, en los años 50 y 70.
La adicción brasileña por el gigantismo nació probablemente con Brasilia, construida en un área descampada, inhóspita y a más de 1.500 kilómetros de los grandes centros: São Paulo y Río de Janeiro, en solo cinco años, durante el gobierno de Juscelino Kubitschek (1956-1961).
La hazaña se completó con la apertura de carreteras radiales para comunicar la nueva capital con los puntos cardinales extremos del país. Los largos tajos que cruzaron el país solo se convirtieron en auténticas carreteras, pavimentadas y con puentes, décadas después.
Reconocida como un éxito, Brasilia lleva a los políticos a dejar una obra que los consagre, aunque esta fuera solo una parte del plan de Kubitschek, gran impulsor de la industria metalmecánica en Brasil, al inaugurar la gran producción de vehículos automotores. La creencia es que Brasilia fue el gran factor de poblamiento y desarrollo del oeste y norte del país, ignorando el papel de la expansión agrícola.
Luego la dictadura militar, instalada en 1964, alimentó la ambición de convertir Brasil en gran potencia, con un programa nuclear que tardó tres décadas en edificar dos centrales, la construcción de dos de las cinco mayores hidroeléctricas del mundo y carreteras para colonizar la Amazonia.
La vía Transmazónica, diseñada para atravesar el norte de Brasil hasta la frontera con Colombia, pero incompleta e intransitable en largos tramos, quedó como símbolo de los proyectos faraónicos fracasados, que ayudaron a derrocar la dictadura.
El origen de la megalomanía se puede ubicar también en la Copa Mundial FIFA de 1950, que motivó la construcción en Río de Janeiro del Maracanã, por décadas el mayor estadio de fútbol del mundo, donde hasta 180.000 espectadores vieron algunos partidos, más del doble de la capacidad actual.
El escarmiento de la derrota frente a Uruguay en la final de 1950, una decepción jamás olvidada por los brasileños, no impidió que Brasil acogiese el Mundial de 2014, construyendo nuevos estadios para sufrir otra derrota demoledora: siete goles a uno ante Alemania en la semifinal.
Ahora, sumergido en una crisis fiscal que durará años, Brasil difícilmente podrá aventurarse en nuevos megaproyectos. Además la ilusión de que pueden quemar etapas del desarrollo no será la misma después de tantos fracasos y cuestionamientos ambientales, sociales y económicos.