«Hemos encontrado montones de abejas muertas cerca de sus colmenas en prácticamente todas las regiones de España, pero en particular en Valencia y en Cataluña», nos dice el responsable del sector apícola de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos de este país, José Luis González.
La mortalidad anual de las abejas oscila entre un cinco y un 10 por ciento en condiciones normales. «Pero en España estamos observando tasas de entre el 25 y el 30 por ciento», agrega.
Christopher Connolly, profesor de genética molecular de la Universidad escocesa de Dundee e investigador de la conducta de las abejas, explica que «lo mismo pasa en Gran Bretaña. Los apicultores están observando una alta mortalidad entre abejas y otros polinizadores, de manera similar a la observada en España. Me temo que este año será terrible para las abejas».
El fenómeno coincide con una experiencia de laboratorio realizada por un equipo de científicos franceses, liderados por el experto en ecología y conducta Mickaël Henry, del Instituto Nacional de Investigación Agronómica, con sede en la sudoriental ciudad de Aviñón.
Este grupo colocó microprocesadores en el tórax de más de 650 abejas para controlar, mediante sensores electrónicos, su comportamiento individual, en particular sus entradas y salidas de las colmenas.
«A la mitad de las abejas las alimentamos con una solución de azúcar con una dosis muy baja de insecticida, comparable a la cantidad a la que podrían verse expuestas en su actividad diaria de recolección de néctar en un cultivo tratado con insecticidas», dice Henry.
La otra mitad del grupo recibió una solución de azúcar sin insecticida. Henry y sus colaboradores liberaron a los insectos a un kilómetro de su colmena, «una distancia habitual para las abejas recolectoras domésticas», según Henry.
Comparando el porcentaje de abejas de cada grupo que volvieron a la colmena, los investigadores observaron una tasa significativa de no retorno, consecuencia de la desorientación provocada por la intoxicación con una dosis baja del insecticida.
«Cuando se combina con la mortalidad natural, la tasa de desaparición vinculada al insecticida conduce a una mortalidad diaria del 25 al 50 por ciento de las abejas intoxicadas, lo que supone hasta el triple de la mortalidad normal, que es de un 15 por ciento», dice Henry.
El insecticida utilizado fue el tiametoxam, de la familia de los neonicotinoides y que se emplea para proteger cultivos de ciertas plagas, especialmente a través del recubrimiento de semillas.
«Un dato importante es que la dosis de tiametoxam que usamos es muy baja, y en sí misma no es mortal para las abejas», explica el investigador. «Su efecto es indirecto, al reducir sustancialmente la capacidad de orientación, impidiéndoles regresar a sus colmenas a pesar de que se hallaban en un radio relativamente reducido».
Apicultores, ambientalistas y científicos consideran desde hace años que los neonicotinoides son una de las causas no naturales más importantes de la mortandad de abejas.
Según Matthias Wüthrich, director del proyecto internacional de defensa de estos insectos de Greenpeace, «los impactos negativos de pesticidas e insecticidas en las abejas superan de manera considerable todos los efectos positivos que se atribuyen a estos productos químicos».
Greenpeace publicó el 9 de este mes Abejas en declive: Evaluación de los factores que ponen en riesgo a los polinizadores y a la agricultura de Europa, en el que identifica siete pesticidas particularmente nocivos: los neonicotinoides imidacloprid, clotianidina y tiametoxam, así como fipronil, clorpirifos, cipermetrina y deltametrina.
«Las abejas y otros polinizadores silvestres son muy valiosos para la preservación ambiental como para que los dejemos morir sin más. La Unión Europea (UE) debe tomar medidas urgentes, en especial prohibir de manera inmediata y definitiva a estos asesinos de abejas», afirma Wüthrich.
Tal opinión sobre los neonicotinoides es ya predominante incluso en instituciones supranacionales, como el Parlamento Europeo.
Un documento del departamento de políticas científicas y económicas del órgano legislativo, publicado en diciembre de 2012, afirma que «la exposición crónica de las abejas a dosis subletales de neonicotinoides puede también causar serios daños que incluyen una amplia gama de alteraciones de conducta, como dificultades para volar y navegar, reducción de memoria y habilidad de aprendizaje, y menor capacidad para alimentarse, reproducirse y resistir a las enfermedades».
Tal evidencia no convence aún a la Comisión Europea
En marzo, una propuesta para restringir el uso de neonicotinoides no obtuvo mayoría en el órgano ejecutivo de la UE, lo que obligó al comisario europeo de Salud y Consumo, Tonio Borg, a recurrir a un procedimiento de revisión que, en caso de éxito, suspendería por dos años, a partir del 1 de julio, el uso de los tres neonicotinoides mencionados por Greenpeace.
Connolly juzga imposible determinar a ciencia cierta qué pesticida es el más dañino. «Los agricultores utilizan cientos de productos químicos que, juntos, constituyen un cóctel peligrosísimo. Pero no podemos aislar un producto específico sin un análisis preciso de su aplicación correlacionada con los efectos nocivos en las abejas», explica.
Las abejas y otros polinizadores, añade, son también víctimas de cambios ambientales, como los monocultivos, que reducen la variedad de sus alimentos. «Una abeja que vive en un hábitat dominado por la colza o el maíz es más débil que una que vive en un hábitat variado. Esta diferencia de alimentación también impacta en su mayor o menor resistencia a dosis no mortales de pesticidas».
Connolly sugiere suspender los neonicotinoides y recoger la mayor información posible sobre la aplicación de productos químicos en la agricultura.
«Si dispusiéramos de documentación más exacta sobre qué pesticidas se utilizan en las diferentes regiones de Europa, podríamos correlacionarla con la conducta de las abejas locales y así saber qué efectos tienen determinados productos en los polinizadores», concluye.