«Cuando llegue el momento de dejar que nuestros bosques sobrevivan para preservar los servicios de su ecosistema, las miradas se dirigirán a esos grandes espacios de tierra que son los desiertos, en busca de seguridad alimentaria y sustento», opina el biólogo israelí Uriel N. Safriel, durante el IV Foro Internacional de Desiertos, realizado en Kubuqi, en el norte de China, a principios de este mes.
Los especialistas del mundo entero, reunidos en esta ciudad de la región autónoma de Mongolia Interior, se preocupan por el proceso de desertificación, que principalmente tiene que ver con la pérdida de productividad biológica relacionada con la falta de agua en zonas áridas y semiáridas.
A diferencia de los desiertos naturales, la evaporación en las tierras que se secan puede ser 1,5 veces mayor que las precipitaciones. La gestión no sostenible de esas zonas, sumada al cambio climático, contribuye a la creación de desiertos fabricados por las actividades humanas.
La desertificación avanza a un ritmo de entre 50.000 y 70.000 kilómetros cuadrados al año y 38 millones de kilómetros cuadrados, o alrededor de una cuarta parte de las tierras del mundo, ya son desiertos. Esto incluye el 41 por ciento de las tierras agrícolas.
El proceso implica pérdidas de más de 40.000 millones de dólares anuales y afecta a 110 países, observan los científicos.
Algunas de las regiones perjudicadas recurren a nuevas y más eficientes tecnologías para lograr la productividad de las tierras secas. Israel es uno de los líderes mundiales en el control y las tecnologías de producción de los desiertos. Solo el 17 por ciento de su territorio es cultivable, el resto es desierto.
«En Israel se dice que donde terminan las tuberías, comienza el desierto», dice Safriel, de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Safriel fue director del Instituto Jacob Blaustein para la Investigación de Desiertos y ha encabezado numerosas evaluaciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
El especialista se refería a los 300 kilómetros de tuberías del Acueducto Nacional que en años de abundancia transporta agua del mar de Galilea para su almacenamiento en un acuífero costero ubicado a 200 metros por debajo del nivel del mar.
El acuífero tiene una extensión de unos 120 kilómetros a lo largo del mar Mediterráneo en el sudoeste de Israel.
Además, Israel recicla el 90 por ciento del agua de consumo doméstico para cubrir el 20 por ciento de sus necesidades de irrigación, controlada por computadora para evitar desperdicios.
Ese país también usa su agua salobre para riego por goteo para las variedades de plantas resistentes a la sal.
Entre las prácticas empleadas destacan los invernaderos donde se cultivan frutas y verduras de gran calidad para exportar a Europa en invierno.
Las propias tuberías sirven para producir la microalga Hematococus, cuyo colorido pigmento se usa como aditivo en el alimento de peces y se vende a 2.000 dólares el kilo.
Mientras una región semiárida como Australia consume 750 litros de agua para producir un kilo de trigo, en el árido territorio israelí se usan 50 para esa cantidad de peces e, incluso, se recicla el líquido usado.
El éxito de Israel radica en el suministro de agua. En cambio, en la región de Mongolia Interior, los esfuerzos se concentran en la reforestación y en el cultivo de zonas secas.
Esta región tiene cuatro de los ocho desiertos de China. En la actualidad, la mitad de Mongolia Interior, rica en minerales, es desértica, lo que equivale a 60.000 kilómetros cuadrados
Las fuertes tormentas de arena que se producen en primavera en el desierto de Gobi, en el sur de Mongolia, devoran todos los años grandes porciones de tierras cultivables de ese país.
Elio Resources Group, la mayor empresa china especializada en ecología del desierto, trata de crear un oasis de 200 kilómetros de largo y 20 de ancho en medio del desierto de Kubuqi, de 13.000 kilómetros cuadrados, cerca de Beijing.
La compañía plantó 1.000 kilómetros cuadrados de árboles y creó plantas adaptadas al desierto como regaliz y sauces, que son resistentes a la falta de agua y eficientes desde el punto de vista ecológico.
«Nos llevó un total de cinco años crear la variedad semisilvestre del arbusto medicinal regaliz Liangwai, que crece bien en terrenos desérticos», nos dice el presidente de la compañía Wang Wenbiao.
El reverdecimiento del desierto de Kubuqi ha comenzado a dejar dividendos, asegura la compañía.
Según sus directivos, en los últimos años hubo una media de 300 milímetros anuales de lluvias, bastante por encima de los 70 de antes. Además, las paredes verdes ayudaron a disminuir el número de tormentas de arena a cuatro, muy por debajo de las 80 anuales que eran habituales.
Además de las políticas existentes en materia de desertificación, los países afectados necesitan medidas contra las arenas movedizas, señala el especialista Rafaat Fahmy Misak, radicado en Kuwait.
«Un tercio del fértil delta del río Nilo y entre el 10 y el 30 por ciento de las tierras cultivables fuera de los límites de los oasis se han degradado por las arenas movedizas después de cinco años de sequías continuas», explica,
A su juicio, el densamente poblado oasis de Jarga, con 6.000 kilómetros cuadrados, es el más perjudicado del desierto en Egipto. Las arenas movedizas arrasan con todas las formas de vida y salinizan las preciadas fuentes de agua.
El director del Centro de Investigación de Desiertos, con sede en El Cairo, Raafat Jidr, nos dijo: «Fijamos las arenas movedizas cultivando plantas aceiteras como jatrofa, jojoba y morenga, regadas con aguas residuales. El remanente del extracto de aceite se usa para alimentar ganado y aves de corral».
Los costes de las medidas contra la desertificación son un gran problema
«Para un trabajo intensivo sobre las dunas movedizas, que incluye construir barreras mecánicas para ayudar a controlar el desplazamiento de la arena, el coste puede aumentar de forma drástica hasta unos 4.000 dólares», nos indica el especialista en tierras áridas de Australia, Victor R. Squires. «Está justificado pagar una cantidad elevada cuando se trata de proteger infraestructuras como carreteras, vías férreas, canales y asentamientos», añade.
Los especilistas también sostienen que prevenir la desertificación es más barato que revertirla. Sin embargo, un mayor conocimiento sobre las distintas técnicas de recuperación sigue siendo un tema de controversia.
La iniciativa de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (CNULD) para calcular «los costes de la falta de acción» arrojará luz al respecto. «Ecuador pierde 2.000 millones de dólares, o un 12 por ciento de su producto interior bruto agrícola, por la desertificación y la degradación de tierras, mientras que Guatemala y Honduras, un 18 por ciento», indica el experto Sigifredo Morales, economista chileno del CNULD.
En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río+20), realizada en Brasil en 2012, el foro acordó luchar por una degradación neutral de tierras en el mundo para 2030. Podrá ser una propuesta cara, pero necesaria, coinciden los ecologistas.