Los ciudadanos búlgaros protestan desde hace más de seis semanas contra la oligarquía y la corrupción en las calles de la capital. Las primeras manifestaciones fueron en protesta por la decisión del gobierno socialista de designar al magnate de las comunicaciones Delyan Peevski, de 32 años, titular de los servicios de seguridad nacional, DANS. Bajo el lema DANSwithme (»danza conmigo», un juego de palabras en inglés con el nombre de los servicios secretos), desde el 14 de junio se realizan manifestaciones diarias en la capital de Bulgaria.
Pese a que el gobierno dio marcha atrás con esa decisión a raíz de las protestas públicas, los ciudadanos siguen manifestándose exigiendo la renuncia del primer ministro Plamen Oresharski. En los días de mayor convocatoria se reúnen decenas de miles de personas.
Quienes viven en ciudades, a menudo jóvenes y profesionales, expresan su malestar, pero también celebran la nueva experiencia de acción callejera. Constituyen un grupo colorido de personas que llevan a sus hijos, que a veces van disfrazados y que difunden mensajes políticos mediante instalaciones artísticas que luego promueven a través de las redes sociales de Internet. Como reflejo de su deseo de instaurar una sociedad que funcione bien, se reúnen en el centro de Sofía por la mañana a «tomar un café con los parlamentarios» antes de ir a trabajar. Juntan tazas como prueba de la cantidad de participantes. Por las tardes, vuelven a salir a la calle para organizar marchas y presentaciones más elaboradas.
Notorias por su duración, convocatoria y creatividad, estas protestas son la máxima expresión del resentimiento público hacia la clase política, a la que se atribuyen vínculos estrechos con empresarios y grupos criminales y con instituciones disfuncionales.
En Bulgaria, más que en ningún otro de los países de Europa del este que tuvieron regímenes socialistas, el nexo entre crimen organizado, empresarios y dirigentes políticos, cimentado a principios de los años 90, sigue siendo un asunto de la vida pública. Además es el estado más pobre de la Unión Europea (UE). Pero en los últimos años, la ciudadanía búlgara ha comenzado a reaccionar. Los ecologistas, por ejemplo, han denunciado la entrega de parques naturales y prístinas playas para proyectos turísticos y deportivos a empresarios de dudosa reputación.
Sin embargo, el descontento no estalló hasta febrero de este año. A principios de 2013, la ciudadanía tomó las calles durante semanas en protesta por el elevado coste de la electricidad y la calefacción y para reclamar la renacionalización del sector energético. La mayoría de los manifestantes eran pobres que no podían hacer frente al elevado gasto de las facturas. Incluso, en las semanas que duró la movilización, hubo varios suicidios públicos en distintas ciudades. Luego se les unieron otras personas frustradas con los dirigentes de Bulgaria, lo que llevó a la renuncia del gobierno de centroderecha de Boiko Borisov.
Tras las elecciones de mayo, el gobierno de Bulgaria quedó integrado por una coalición de socialistas y del Movimiento por Derechos y Libertades (un partido que representa a la minoría turca, que suele unirse a la agrupación mayoritaria para formar gobierno). Pero también necesitó apoyo de Ataka, de extrema derecha.
Ivan Krastev, presidente del Centro de Estudios Liberales, con sede en Sofía explica que «la situación es muy inestable con el aumento de presión sobre el gobierno porque en los últimos tiempos hasta los sindicatos se mostraron a favor de las protestas». «La pregunta ya no es si habrá elecciones anticipadas, sino cuándo. Claramente, este gobierno ha perdido la capacidad de gobernar».
El 23 de julio, por primera vez, hubo tensión durante las protestas. Por la noche la multitud rodeó el parlamento y encerró a los legisladores que estaban reunidos en sesión extraordinaria para votar enmiendas al presupuesto. Los parlamentarios buscaban aumentar el déficit presupuestrio para financiar deudas importantes de contratistas privados y el gasto social.
Oresharski se niega a renunciar con la promesa de que el gobierno tiene «un plan claro de estabilización» y «medidas urgentes para mejorar la situación social». Pero no se divulgaron más detalles. Mientras, el presidente Rosen Plevneliev ha expresado su simpatía hacia los manifestantes. Lo mismo hicieron otros miembros de la UE, incluso la comisaria de Justicia, Viviane Reding, y los embajadores de Francia y Alemania en Sofía.
A diferencia de los manifestantes griegos o españoles que consideran al bloque regional como el principal responsable de las medidas de austeridad, muchos búlgaros todavía creen en los ideales de la UE. En agradecimiento a los representantes de Francia y de Alemania, los manifestantes representaron en directo el cuadro del pintor francés Eugène Delacroix, «La libertad guiando al pueblo», ícono de la lucha popular, y la caída del Muro de Berlín. En el lienzo de Delacroix, una mujer sensual representa la libertad que guía al pueblo con la bandera de Francia en una mano durante las revueltas de julio de 1830.
«En cierta forma, estas protestas alimentan una ideología que coincide totalmente con los principales indicadores de la transición postsocialista: la antipolítica, los expertos tecnócratas, la sociedad civil, la transparencia, el anticomunismo, el libre mercado (una economía libre de la intromisión de los políticos, acusados de propiciar la mafia), como sugiere el momento en que ocurren las protestas», explica Jana Tsoneva, una estudiante de doctorado en la Universidad Central Europea. No necesariamente todos los participantes comparten esa mentalidad, que caracteriza a la movilización búlgara y la diferencia de las protestas en Grecia, Turquía o del movimiento Ocupa, pero es la que promueven las figuras más destacadas, opina Tsoneva.
Para el presidente del Centro de Estudios Liberales, «en comparación con las protestas de febrero, mucho más críticas, por ejemplo, respecto de su posición hacia los inversionistas extranjeros, las actuales tienen una típica agenda modernizadora». «A diferencia de otros lugares, como Grecia, donde la población protestó contra el proyecto europeo, los búlgaros ven a Bruselas un aliado natural. Por eso las autoridades europeas pueden alinearse con los manifestantes en contra de las elites gobernantes, y no viceversa».
Ambos advierten que no hay que simplificar el análisis de estas manifestaciones tratando de vincularlas con una y otra agenda o clase. «Hay gente en la calle que es mucho más de izquierda, anticapitalista, y que en Occidente estaría en el movimiento Ocupa, pero también hay otra con opiniones liberales más clásicas que nunca tiene oportunidades por culpa de los oligarcas», describe Krastev. «Esta es una coalición interesante, como lo es ver en qué están de acuerdo y en qué no».
Para Krastev, «es importante que seamos testigos de un gran proceso de politización de la clase media y de los jóvenes, aunque la debilidad de la agenda cívica clásica de las manifestaciones, es que no está claro que vaya a salir algún partido político de ellas».